Manejar un auto o tomar el transporte público en la Ciudad de México puede parecer a veces una tortura. Es por eso que hace unos días decidí aprender a manejar una moto, o mejor dicho, un scooter.
Ésta es la historia de la primera vez que me subí a una moto
Es algo que he estado pensando desde hace un tiempo, pero no me había atrevido. Cada vez que veía pasar a una moto pasar pensaba: "¿qué tan difícil puede ser?". Resulta que mucho.
Me inscribí a una capacitación junto con otras personas y desde el momento que vi la moto y su tamaño real mis nervios comenzaron a crecer. Empecé a sudar, mi corazón palpitaba mucho, como si fuera el primer día de escuela. De hecho no recuerdo haberme puesto tan nerviosa desde que era niña, o adolescente.
El instructor empezó a indicarnos cómo sujetarnos, las funciones de la moto, cómo colocarla al estacionarnos, cómo mantenerla segura. Al momento de nuestra primera prueba todo lo que dijo se me había olvidado y me regañó como si fuera la primaria: "¡es por eso que les pido su atención, para que no tenga que estar repitiendo las cosas!, ¿qué no entienden que se pueden hacer mucho daño?".
Mis nervios crecieron al triple con sus comentarios. Yo misma me desconocía, se requiere de bastante actitud para que alguien logre intimidarme tan fácil. Generalmente soy una persona que no permite malas formas.
El momento de subirme a la moto llegó y fui más torpe de lo que pensé, no podía balancearme, logré subir los pies después de muchos intentos y mientras volteaba a mi alrededor todos en la clase parecían ser unos expertos al primer intento. Me invadió la clase de sentimiento que tiene un niño cuando los demás juegan sin él.
El maldito instructor se acercó nuevamente para ponerme un ejercicio de principiantes: "sólo avanzar un poco y frena, hazlo así varias veces, ¡y relájate por Dios!". Sólo con decir eso me puso más nerviosa. Le apretaba mucho al acelerador o no lograba subir los pies.
Cuando el instructor nos abandonó por unos minutos logré dar unas vueltas a una velocidad exageradamente lenta pero, nuevamente, no calculé el acelerador y al encontrarme cerca de una pared, choqué contra ella. Y no sólo eso, seguía apretando el acelerador después de chocar y la moto se me cayó. ¿Has levantando una moto del suelo? Es bastante difícil si no tienes suficiente fuerza.

Afortunadamente el instructor no vio mi caída y cuando regresó ya estaba incorporada. Se acercó a mí y dijo: "creo que no estás lista para manejar, te recomiendo que lo intentes otro día, pero antes, regálame una sonrisa". En ese momento sólo quería matarlo.
Me quité el casco empapada en sudor y salí casi corriendo de ahí. Recuerdo haber llegado a mi casa con una sensación horrible, con ganas de llorar y como si hubiera sido víctima de bullying. Una sensación que después supe que fue exagerada por no haber logrado manejar una moto al primer intento.
Pero, lo intentaré otra vez en unos días para no que no se me olvidé lo poco que aprendí y espero que sea mucho mejor, o que por lo menos no choque contra la pared. La lección de "nada es tan fácil como parece" nunca se me hizo tan real como el primer intento manejando una moto.
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