Los puentes, las alcantarillas y las garitas de Tijuana están llenos de inmigrantes deportados que se perdieron en las calles. A veces por los vicios, otras por no tener a nadie.
Lo deportaron y desapareció 10 años: su familia lo encontró gracias a un video en Facebook
Jaime Barrientos, quien fue expulsado a México en dos ocasiones, fue grabado cuando estaba seriamente lesionado en una calle de Tijuana. Llevaba una década desaparecido. Sus seres queridos en Coahuila lo identificaron y llevaron de vuelta a su casa.

Esa era la situación de Jaime Barrientos, quien tocó fondo hace unos días cuando convulsionó y al caer se lastimó las piernas. Sin poder caminar se refugió junto a un banco en la colonia Zona Río. Una cobija, entre sus pocas pertenencias, no logró protegerlo de la lluvia que empapó la ciudad en esas fechas.
La noche del viernes 12 de marzo, un joven que pasaba por el lugar lo vio en tan malas condiciones que grabó un video con su celular para localizar a los familiares de Jaime, alguien que lo sacara de ese infierno. “Si su familia está viendo y quiere venir por él, pues para que le echen la mano”, expresó el muchacho mientras filmaba a Jaime acostado en el suelo, cubierto por una colcha amarilla.
“Ojalá que alguien lo vea, ahorita está lastimado de la espalda”, continuó el samaritano, quien publicó el video en su página de Facebook. Repitió lo que escuchó de Jaime: que el gobierno de Estados Unidos lo deportó hace unos años, que era originario de Monclova (en el estado de Coahuila) y que su hermana se llamaba Erika. “Tengo convulsiones”, agregó el migrante de 41 años.
Esa información bastó para que el video llegara a las personas correctas a más de 2,000 kilómetros de distancia. Al día siguiente, su hermana Erika recibió la grabación en su página de Facebook y reconoció al hombre desaliñado que pedía ayuda en Tijuana.
“No lo podíamos creer. Aunque estaba barbón, era un vagabundo, escuché su voz y lo reconocí. Dijo que era de Monclova, de la calle Emiliano Zapata, y dijo mi nombre”, contó Erika a Univision Noticias. “Nos dejó en shock, porque no lo veíamos desde hace diez años. Creíamos que estaba muerto”.
“Fue un milagro”
Al verlo en la pantalla de su celular, Erika sintió alegría, pero también tristeza porque era evidente que él había sufrido durmiendo en las calles. Las mismas sensaciones tuvo su mamá, María Sáenz, de 59 años.
“Me sentí feliz, quería brincar de alegría. Pero también fue muy fuerte verlo. Me dieron la noticia de que estaba tirado en la banqueta. Si no lo encuentro se me muere”, expresó Sáenz en una entrevista telefónica con este medio.
Las horas siguientes fueron angustiantes para esta humilde familia que no tenía dinero ni para comprar los pasajes de autobús para llegar a Baja California. “Yo pensaba irme de aventón en un tráiler. No pude dormir esa noche. Pero toda mi familia, mis hermanos, cuñadas, primas me dieron dinero para que comprara el pasaje para irme a Tijuana”, contó.
Fue la primera vez que Sáenz y su hija se subieron a un avión. El vuelo llegó la noche del domingo 14 de marzo. Para entonces, miembros del Club Rotario en Tijuana ya se habían movilizado para recoger a Jaime de la calle y llevarlo a un albergue para migrantes donde lo curaron, asearon y alimentaron.
“Estaba muy lastimado de las rodillas, de los pies. El muchacho es epiléptico, le dio una crisis y se golpeó. Tenía más de una semana tirado en la calle. Llovió (…) Gracias a Dios no se murió en las calles”, dice María Fernanda Torres, activista del San Diego Coastal Rotary Club y quien coordinó la ayuda.
“Fue un milagro… Todavía no me lo creo, fue como una película”, agrega Torres.
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Dos veces deportado
Apenas salieron del aeropuerto de Tijuana, Sáenz y su hija pidieron las llevaran al refugio donde estaba Jaime. “¿Dónde está mi hijo?”, preguntó la mujer al entrar al albergue Juventud 2000, ubicado muy cerca de la valla metálica que divide a México y EEUU.
Su hijo mayor reconoció su voz de inmediato. “Me gritó: ‘amá, amá, aquí estoy. Vámonos a la casa’”, recuerda Sáenz. Un abrazo coronó el reencuentro.

Se quedaron en Tijuana unos días, mientras Jaime se recuperaba de sus heridas y le tramitaban una identificación para que pudiera viajar de vuelta a su ciudad.
“A él lo golpearon, como que le pegaron con un alambre en la espalda, la tiene marcada. Si usted lo hubiera visto… es algo que no se lo deseo a nadie. Mi hijo tenía piojos, gusanos, bastantes golpes”, detalla Sáenz con la voz entrecortada.
La odisea de este inmigrante empezó en 2011, cuando estaba en su natal Monclova. En ese tiempo ya lo habían deportado una vez de Estados Unidos y sus parientes le advirtieron que si lo volvía a detener la Patrulla Fronteriza podían encarcelarlo. Se arriesgó porque quería volver con sus hijos en Texas, donde trabajó en la construcción varios años. Pero falló su intento por cruzar la frontera.
Pasó un tiempo en la cárcel y lo deportaron a México por segunda vez. Esa vez lo dejaron muy lejos de su casa, en Tijuana. Su familia lo esperaba de vuelta en esos días, lo cual no ocurrió.
“Pasaron los años y nunca llegó”, relató su madre, quien incluso pensó que su hijo quizás había sido víctima del crimen organizado. “Pensaba: han de haber matado a mi hijo”.
¿Por qué no regresó?
Jaime no es el mismo que partió hacia el norte hace una década. Ahora parece que sus ideas divagan, aunque sí reconoció a todos sus familiares en Coahuila. Al momento ningún especialista ha analizado su salud mental.
“No tenía teléfono y la mente de uno”, responde él cuando se le pregunta por qué no pudo regresar a su casa en tanto tiempo.
“Rentaba, a veces, si tenía (dinero) para el cuartito; o (me quedaba) en la calle, donde cayera la noche”, dijo este inmigrante a Univision Noticias.
Las lesiones en su cuerpo, afirma este hombre, son producto de varios ataques de pandilleros. “Pasaban los ‘cholos’ y me golpeaban, me quitaban mi dinero”.

Sobrevivió gracias a la caridad de los transeúntes. “En Tijuana me ayudaba mucha gente. Me daban de comer, me compraban sándwiches y hot dogs”, contó.
Dice que tuvo una “corazonada” de que algo positivo le sucedería cuando lo grabaron con un celular preguntándole su nombre y de dónde era. “ Algo sentí, un presentimiento”, explica.
Estar de vuelta con los suyos lo describe como “una sensación magnífica”. Ahora espera ver pronto a sus hijos y nietos, quienes viven en Texas.
“Se murió con el dolor de no verlo”
Si hubiera regresado a Monclova un mes antes habría encontrado vivo a su padre, Jaime Barrientos Sr. El 15 de febrero le dio un infarto y falleció. Tenía 59 años. “Se murió mi apá y ni sabía yo”, lamenta Jaime.
María Sáenz recuerda que su esposo jamás estuvo tranquilo por la desaparición de Jaime. “Me decía que lo buscáramos. Somos pobres y no teníamos la forma de andar buscándolo”, recuerda. “Se murió con el dolor de no verlo”.
Ella cree que la vida la ha compensado de alguna manera: “Se me fue mi esposo, pero encontré a mi hijo”.

Su hija prefiere pensar que este reencuentro sucedió por intervención divina. “Mi papá fue el que lo buscó, lo encontró y lo puso en nuestro camino. Fue una obra de Dios y de mi papá”, dice ella.
Jaime volvió a su tierra la noche del viernes. Volaron de Tijuana a Monterrey, y después viajaron por carretera hasta Monclova. Un médico de esa ciudad certificó que tiene lesiones serias en la rodilla derecha, por lo que podría necesitar una cirugía. Los otros golpes le siguen sanando. En tanto, lo trasladan en una silla de ruedas que le donaron.
Su familia bromea porque Jaime volvió con el apetito de un león y le dan todo lo que pide. “Yo quiero consentirlo”, dice su mamá. “Porque mi hijo sufrió mucho y yo también, por no verlo tanto tiempo”.