A Henry Ortiz la vida le ha dado una gran oportunidad de reivindicarse consigo mismo y con la sociedad. Encontró que los traumas de su infancia y el desamor de su padrastro lo orillaron a un mundo oscuro de perdición.
Se puede salir del infierno de las pandillas: el caso de Henry Ortiz, que ahora ayuda a otros jóvenes
Ortiz encontró tierra fértil en una localidad de California para desarrollar el mejor talento que tiene: aconsejar a jóvenes para que no cometan los mismos errores que él, es decir, involucrarse en pandillas, consumir drogas y crímenes. A través del afamado programa nacional de Families & Parents de San Joaquín interviene en disputas de violencia doméstica, peleas en las escuelas y pandillas.

En el año 2000, Henry Ortiz fue acusado de homicidio involuntario del propietario de una licorería en Stockton, California. Junto con él fueron puestos tras las rejas otros dos jóvenes hispanos.
“Por respeto a la familia de la víctima no quisiera hablar de aquel suceso”, dice el hombre de 38 años. “Miles de jóvenes que están encarcelados en el país y en California no entienden el porqué de su comportamiento violento”.
Su vida detrás de los barrotes de las cárceles de Folsom, Calipatria y el Centro de Detención de Adelanto, le llevó a la conclusión de que el amor es una medicina para el dolor, los traumas y la violencia en la que se involucró.
Recuerda que sufrió golpes por parte de su padrastro. Era castigado a cintarazos por cualquier travesura cometida. “Creo que él me pegaba, pero no con el intento de abusarme”, dijo. “Era la tradición mexicana de que sin golpes el niño no entiende; se le tiene que pegar para que uno aprenda”.
Aquel chico quedó traumado, lleno de rencor y con deseos de venganza. Tuvo su primera pelea en la escuela durante el segundo grado de primaria. Y, de los golpes nació su odio hacia las personas.
“Mi padrastro era un buen hombre; nunca había tenido hijos hasta que se juntó con mi madre y me daba mis golpizas para apaciguarme”, narró. “A los 8 años me dije a mí mismo que cuando creciera, ningún cabrón me faltaría al respeto y me lo iba a chingar…Y con esa creencia me fui a la escuela”.
Y, sin decir nada a nadie, se prometió a sí mismo que quien lo intentara agredir más lo pagaría. Henry se salía de clases, era castigado, enviado a centros de detención juvenil. A los 12 años decidió meterse en una pandilla, y a los 16 fue balaceado. Dos años más tarde fue acusado de participar en un asesinato involuntario.
En libertad
Gracias a los beneficios de ley AB 109 o Proposición 47 de California, Ortiz fue liberado en noviembre de 2017, ocho meses antes de cumplir una sentencia de 20 años en prisión.
Hoy, Ortiz es coordinador de programas en la organización sin fines de lucro Parents & Families de San Joaquín y en un programa de autoconciencia y recuperación donde trabaja para evitar que los jóvenes de Stockton se involucren en grupos delincuenciales callejeros, sean presas de las drogas y cometan delitos.
“Nosotros nos involucramos en problemas de violencia doméstica, pleitos en las escuelas y pandillas, antes que intervenga la policía”, dijo.
Ahora que está libre se dedica en cuerpo y alma al rescate de jóvenes que están a punto de perderse en el mundo de la violencia, las drogas y la muerte.
“En mis tiempos en la prisión descubrí que el amor es una medicina para el dolor, el trauma y la violencia”.
Evelyn Cruz, psicoterapeuta familiar indica que la historia de Henry es “común” en la comunidad latina, donde a lo largo de los años ha prevalecido el castigo físico y emocional.
“Los niños pueden crecer siendo sumisos y desarrollar miedo a figuras paternas y de autoridad”, dijo Cruz. “Otra parte es la rebelión y respuestas agresivas de violencia, porque es lo que han recibido en su casa y guardan sentimientos de enojo, culpa e impotencia al no poder defenderse; por ello buscan apoyo fuera del hogar y su escape falso son las pandillas que los lleva a conductas delictivas y a cometer algún tipo de delitos que los lleva a la cárcel, un hospital o centros de recuperación de drogas”.
Estimaciones del Departamento de Justicia de California señalan que en este estado hay aproximadamente 300,000 miembros de pandillas y la zona Los Ángeles ha sido reconocida como el epicentro de la actividad criminal de pandillas en el país.
En el área de responsabilidad de la Oficina del Buró Federal de Investigaciones (FBI) que comprende siete condados: San Luis Obispo, Santa Bárbara, Ventura, Los Ángeles, Riverside, San Bernardino y Orange, se calcula que hay hasta 175,000 pandilleros.
Además, muchas pandillas que hoy tienen presencia en todo el país, como los Bloods, los Crips, Mara Salvatrucha (MS-13) y la Calle 18, tienen sus raíces hasta Los Ángeles.
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Paz entre Sureños y Norteños
En el video “retrato de un pandillero” se narra la historia de la pandilla Vicky’s Town a la que perteneció Henry y que se fundó en el Este Los Ángeles y se expandió al este y sur de la Bahía de San José y hasta el estado de Oaxaca, en México.
“Había muchos [pandilleros] Norteños que se metían en broncas con los paisanos mexicanos y Sureños”, dijo Henry. “Muchos paisanos mexicanos eran solo inmigrantes; había que defenderlos y yo tuve que alinearme con los Sureños, porque éramos muy pocos”.
Sin embargo, aclara que, en la actualidad, Norteños y Sureños han hecho las paces después de casi 40 años y varias generaciones de guerra en las calles.
“Nosotros éramos jóvenes traumados y quebrantados por la pobreza y la discriminación en el barrio y casi todos terminamos encarcelados”, dijo. “Ahora varios de nosotros después de 20 años nos hemos unido en California para cambiar las leyes del sistema criminal que afecta más a la gente de color, y asegurar que algún día estas personas se reúnan con su familia y tengan una segunda oportunidad”.
Rukelt Dalberis, portavoz del FBI en Los Ángeles, refirió que las estadísticas nacionales más recientes de pandillas y pandilleros corresponden a 2015.
En el país, están criminalmente activas unas 33,000 pandillas callejeras violentas, pandillas de motociclistas y pandillas de prisiones. Muchos son sofisticadas y bien organizada, y todas usan la violencia para controlar los vecindarios e impulsar sus actividades ilegales para ganar dinero, que incluyen robo, tráfico de drogas y armas, prostitución y tráfico de personas, y fraude. Muchos pandilleros continúan cometiendo crímenes incluso después de ser enviados a la cárcel.
En prisión, Henry Ortiz comenzó a tener conciencia de sí mismo y a recuperarse, e investigó por qué se había convertido en un pandillero violento. Su respuesta fueron sus traumas de la infancia.
Comenzó a construir talleres de recuperación para ayudar a otros presos y encontró que el problema de miles de ellos no eran las drogas o la criminalidad, sino los traumas de vivir en ambientes de pobreza y carencia de afecto de los padres.
“Eran cientos de hombres que fueron abandonados moralmente, psicológicamente y abusados físicamente, sexualmente y que carecieron de amor como yo”, dijo. “Esas eran las mayores causas por las que se involucraron en pandillas; también, la mayoría fueron testigos en su infancia de la violencia doméstica en sus hogares”.
Justamente, Eric Zúñiga, de 18 años es uno de muchos jóvenes que ha rescatado Henry de las drogas y los grupos delincuenciales.
“Cuando estaba chiquito no tenía a nadie con quien hablar; eso me causaba enojo en mis clases y de allí, los maestros me enviaban como castigo frente a la pared”, contó Eric. “Así me hice malo, peleaba y me expulsaban o me enviaban a la casa, pero allí no había nadie porque mis papás se iban a trabajar y luego yo comencé a juntarme con otros niños que hacían cosas malas y que tampoco tenían nada de amor como yo”.
Gracias a la ayuda de Henry, Eric también se dedica a intentar salvar a otros jóvenes.
“No quiero que criminalicen a más jóvenes; quienes los castigan no entienden todo lo que han sufrido desde pequeños y no saben cómo ayudarles a resolver los conflictos’, dijo.

El modelo de trabajo de Parents & Families de San Joaquín implementado por Henry Ortiz, así como su programa de autoconciencia y recuperación -basado en el amor y servicios de salud mental- está cambiando la vida de la jovencita Aliyia Cunningham, de 14 años.
A la edad de 12 años, la niña fue testigo de la muerte de su hermano, Derek, quien perdió la vida accidentalmente de un balazo, cuando filmaba un video con un pandillero, en 2018.
“Cuando abrí la puerta lo vi tirado en el piso”, dijo la niña.
“Vino la policía y les pedí que lo ayudaran. Ellos dijeron que no podían hacer nada, porque de todos modos se iba a morir en menos de 20 minutos”.
El trauma de la muerte de su hermano, el dolor y coraje contra las autoridades, así como la pobreza de su familia orillaron a la niña a cometer hurtos. A los 13 años fue sorprendida robando ropa. Fue recluida en un centro de detención juvenil y puesta en libertad condicional por un año.
“A Aliyia ya la sacamos del sistema de libertad condicional y la metimos en un programa de boxeo para que se desahogue su rencor contra la policía”, dijo Ortiz. “También con el amor de su madre Christina, la niña se está recuperando muy bien”.
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