Durante la mitad de su vida, Joselyn Mendoza ha tenido que ocultarse para poder trabajar. Es mexicana, tiene 46 años y, desde que llegó a Estados Unidos a los 24, ha trabajado lavando platos en restaurantes y limpiando edificios en Nueva York. Para hacerlo, se ha visto obligada a recoger su largo pelo bajo gorras y a esconder sus senos con camisas holgadas. Aunque es una mujer transgénero, siempre ha tenido que vestir ropa masculina. Era una exigencia de sus jefes.
“La discriminación no siempre es ruidosa, sino insidiosa”: la lucha de la comunidad LGBTQ continúa después del fallo de la Corte
Reducciones de horas, menos pago por hora con respecto a sus compañeros, negación de trabajos para los que están capacitadxs son parte de la rutina laboral que nos cuentan tres mujeres transgénero y una persona no binaria. Consideran que faltan pasos para llegar a la justicia.

A pesar de cumplir con esas reglas, Mendoza dice que ha sido despedida de cinco trabajos. En ninguno le explicaron que fue por su identidad de género, pero ella sabe que el motivo fue ese. “Cuando se enteraban sobre mi identidad, los dueños y los meseros se reían de mí o me insultaban cuando pasaba. A los pocos días me reducían horas o me decían que mi trabajo era flojo, y no era así”. Ahora, tras el fallo reciente de la Corte Suprema para proteger a la comunidad LGBTQ de la discriminación laboral, Mendoza se siente “un poco más protegida”.
El 15 de junio de este año, la Corte Suprema de Estados Unidos, con una votación de 6-3, dictaminó que la Ley de Derechos Civiles de 1964, que impide la discriminación por “raza, color, nacionalidad, sexo y religión", ampara a la comunidad LGBTQ y su derecho al trabajo, pues dentro de ‘sexo’ están incluidas la orientación sexual y la identidad de género. Este fallo, además, permite que trabajadorxs gays, lesbianas, bisexuales y transgénero interpongan demandas por discriminación laboral.
“Esta es la mayor victoria concerniente a derechos LGBTQ que hemos conseguido hasta ahora en Estados Unidos. En mi opinión, es más importante que la que obtuvimos con el matrimonio”, dice Frank Julca, de 27 años. Julca nació en Perú y vive aquí desde los 19 años. Se identifica como un hombre gay latino y en los últimos cuatro años ha trabajado en la Comisión Latina sobre el SIDA en Nueva York. Debido a su orientación, sin embargo, no siempre ha tenido estabilidad laboral.
Cuando Julca llegó a Estados Unidos trabajó en un negocio familiar, de dueños latinos, en el que nunca se sintió cómodo. Una vez, tras cumplir un año en el negocio, le contó a uno de sus compañeros que era homosexual. A la semana siguiente, le redujeron sus horas de trabajo. Y en la que siguió fueron todavía menos. “Nunca me dijeron que fue por mi orientación, pero los comentarios homofóbicos de mi jefe hacia la comunidad sirvieron como señal. Ese es el dilema con la discriminación: no siempre es ruidosa, sino insidiosa”.
Menos paga y tareas inadecuadas
Yuridia García sabe que la discriminación empieza, incluso, desde la búsqueda de trabajo. “Siempre he sido la segunda o la tercera opción de los empleadores, porque a veces me han llamado hasta tres meses después de haber aplicado”, dice desde Oakland, California, donde vive desde 2017. Ella tiene experiencia en restaurantes. Ha trabajado como cajera, lavando platos y en los drive-thru (atención en la ventanilla). Que la hayan asignado a esas ventanillas para comprar comida desde el auto, sin embargo, no es casual: ha sido para que los clientes no noten que es una mujer transgénero.
En una ocasión, en una cadena conocida de comida rápida, le delegaron que descargara cajas pesadas de un camión. Allí tampoco le permitían que se pintara las uñas o se pusiera aretes (como el resto de sus compañeras), y recibía menos paga que sus compañeros varones. “ Yo lo comprobé porque ellos me mostraban sus cheques. El ambiente de trabajo era muy pesado, me deprimía y, como no aguantaba estar ahí, tenía que buscar otras opciones o pensar cómo crearlas”.
Frente a la discriminación y la imposibilidad de expresar quién es, Joselyn Mendoza dejó de recibir maltratos en restaurantes y edificios de Nueva York y creó su propia cooperativa: Mirror, NYC's Transled Beauty Worker Cooperative. Es un emprendimiento que, por lo pronto, agrupa a cuatros cosmetólogas trans latinas: tres mexicanas y una puertorriqueña.
“Creamos esto, justamente, para tener un espacio de trabajo seguro en el que no tengamos miedo a ser discriminadas ni despedidas. Las mujeres trans somos las que más seguimos siendo maltratadas”, dice Mendoza.
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Probar, denunciar y educar: los asuntos pendientes
Reunir pruebas del maltrato y la discriminación en el trabajo todavía es difícil. Pero la activista mexicana Bianey García, organizadora de temas TGNC (Trans y Género No Conforme) de Make The Road New York, consiguió una evidencia a través de una llamada.
Era 2007, ella tenía 18 años y empezaba su proceso de hormonización. García caminaba por Jackson Heights y vio un anuncio laboral en la vitrina de una tienda de moda. Entró a preguntar. El manager le dijo que el puesto estaba disponible, pero le pidió que volviera con su hoja de vida. Cuando regresó, al poco tiempo, la misma persona le dijo que la vacante había sido ocupada. García fue a su casa, se lo contó a su hermano y él llamó a la tienda a preguntar por el trabajo. La plaza, le dijeron, estaba libre. “Me hicieron sentir muy mal”, recuerda García.
Para ella, el fallo de la Corte es “una cachetada al presidente Trump”, quien siempre busca privar de sus derechos a las comunidades LGBTQ y migrante. García ahora se siente más segura, pero reconoce que, para garantizar que se respete la ley, hace falta “ sanciones más fuertes que castiguen a quienes están cometiendo actos de discriminación laboral”. Make The Road, añade, ofrece servicios de asesoría legal para denunciarlos.
Otra organización que provee de ayuda legal y atención psicológica en Nueva York es Queer Detainee Empowerment Project. Aunque su énfasis son lxs miembrxs de la comunidad LGBTQ que están en centros de detención, también atienden denuncias laborales. Edinson Calderón es un activista gay venezolano que trabaja en esta organización desde hace dos años. En las reuniones de equipo semanales, dice, se discuten al menos cuatro casos de discriminación (12 al mes, en promedio). “La mayoría son hacia chicas transgénero de color. Muchas de ellas no hablan inglés y son maltratadas por eso o porque tienen un nombre femenino”.
Calderón también destaca el fallo de la Corte como un logro, pero opina que no es suficiente. Él sugiere que se investiguen a fondo las denuncias y que se implementen más medidas inclusivas en los lugares de trabajo. “Podrían empezar, por ejemplo, por establecer baños sin género”.
A esa opción, Vale Jiménez suma la educación. En su día a día como una persona no binaria de 34 años (no se autopercibe como hombre ni mujer), Jiménez se enfrenta a preguntas sobre su identidad. Pero no le molesta. Dice, de hecho, que no ha sido maltratada en Estados Unidos, a diferencia de México, su país natal, donde era enfermera. En Oakland, California, trabaja en la cocina de un restaurante.
“El problema siempre es la falta de información. Por eso yo no me disgusto cuando me preguntan para tratar de entender. Hace falta también incluir en los folletos laborales los derechos de la comunidad LGBTQ. Se pueden pegar carteles, organizar pláticas. Pero la educación es una responsabilidad compartida, no solo de nosotrxs. A todxs nos toca aprender a convivir”.
Óscar Molina V. es estudiante del máster de periodismo bilingüe de la Newmark J School de CUNY (Nueva York) que trabaja este verano en convenio con Univision Noticias.










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