Las leyes que buscan proteger a las mujeres, ¿realmente aseguran sus derechos?

La lucha social feminista se ha centrado en logros reivindicativos, en ocasiones en la creación de políticas jurídicas, pero no se ha realizado un enfoque frontal del tema de la igualdad. La ley no sólo debe prometer amparo a (la) más débil, también debe velar porque esos derechos lleguen a ser una realidad. "No existirá un ejercicio igualitario de los derechos hasta que no abordemos la realidad del marco ideológico que vive nuestra sociedad", explica esta académica.

Por:
Marina Echebarría Sáenz .
Manifestación del 8 de marzo de 2018 en Madrid (España).
Manifestación del 8 de marzo de 2018 en Madrid (España).
Imagen Teresa Palomo/NurPhoto via Getty Images

Hablar sobre derechos siempre nos enfrenta a una curiosa dicotomía, la del trecho que media entre enunciar un derecho y disfrutarlo.

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En realidad, este asunto de la igualdad, el respeto a la dignidad y el tratamiento paritario de todas las personas ya debía haberse resuelto el 26 de agosto de 1789 con la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, momento histórico en el que la asamblea constituyente de la República Francesa enunció con valor universal el principio de que “todos los hombres nacen libres e iguales en derechos”.

Y sin embargo, el problema fue, ya entonces, que dicha declaración no amparaba a las mujeres, a los esclavos, a los convictos y ni siquiera otorgaba el voto a quienes no fueran ciudadanos rentistas. Cuando mencionaban a los hombres (y sólo a algunos hombres) lo hacían en serio, puesto que por encima de los enunciados excelsos había una ideología (patriarcal) y una política jurídica; la ciudadanía era un estatus burgués y de clase, no aplicable a todo el mundo.

Olimpia de Gouges
Olimpia de Gouges
Imagen Wikimedia Commons

Olimpia de Gougues intentó paliar este pequeño defecto de perspectiva con la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana en 1791, pero su propuesta fue rechazada tajantemente, en la guillotina.

Doscientos treinta años después, a pesar de todos nuestros avances, y aunque parezca mentira, seguimos sin realizar un enfoque frontal del tema de la igualdad, pues la lucha social se ha centrado en logros reivindicativos (y hemos logrado muchos), en ocasiones en la creación de políticas jurídicas, pero raramente en el modelo ideológico que respalda la igualdad. A día de hoy, podemos proclamar sin reparos que, conseguida la declaración formal de igualdad entre hombres y mujeres, ésta no existe aún como realidad en la ejecución de los derechos ciudadanos.

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Es verdad. Resulta obligado reconocer los avances que la sociedad occidental ha realizado en materia de igualdad de género, aunque sin perder de vista que no son logros universales. Tengamos presentes no sólo anécdotas como el recientemente adquirido derecho de las mujeres saudíes a conducir, sino el abrumador peso de las cifras globales. Esas cifras que nos indican que, aunque las mujeres muestran rendimientos académicos y comprensión idéntica a la de los hombres, sólo 84 Estados permiten a las mujeres realizar los mismos trabajos que a los hombres, sólo en 76 hay normas sobre equiparación de salarios, y aun en estos existe una brecha salarial que de media es del 24%.

149 sobre 194 Estados prohíben el matrimonio infantil, 2/3 de los Estados que sufren altos niveles de violencia doméstica tienen leyes contra dicha práctica, lo que no ha evitado que en la mayoría de los mismos una de cada tres mujeres afirme haber sufrido violencia infligida por su pareja. Cerca del 70% de las mujeres tienen una banda de ingresos bajo o mediano-bajo, frente a un 30% de hombres y sólo el 17% de las firmas comerciales tienen mujeres como altos cargos directivos.

Si abordamos la diferencia que supone ser niña en este mundo sencillamente veremos que ser vestida de rosa al nacer implica tres veces más posibilidades de ser pobre, de ser reducida a trabajos no remunerados o de morir por falta de asistencia, violencia de género o marginación. Como mujer trans aun señalaría que toda estadística empeora si le sumas factores de marginalidad como pertenecer a una minoría racial, religiosa o sexual. A las mujeres trans lo primero que nos ocurre es que nos pasamos la vida justificando que somos y tenemos derecho a ser parte de esta mayoría discriminada que es la condición femenina.

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La realidad de los datos

Todo esto ocurre en países firmantes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos desde 1948 y que, como se ha indicado, han promulgado leyes de igualdad y contra la violencia en la mayoría de los casos. Ahora que también vivimos el tiempo de los movimientos anti-derechos, se nos contesta con frecuencia que como mujeres europeas no podemos quejarnos, pues para nosotras la igualdad es ya un derecho inalienable y la igualdad real una simple cuestión de mérito y esfuerzo. Tenemos igualdad constitucional, normativas laborales anti discriminatorias y por supuesto normativa sanitaria como el derecho al aborto y planificación familiar, derecho a la educación sexua y normativas de prevención y lucha contra la violencia de género.

Sin embargo, también es de rabiosa actualidad el impacto mediático del aparentemente ingente número de hombres (y hasta mujeres) que se sienten “acosados y discriminados” por las “leyes de ideología de género”. Al parecer no sólo habríamos llegado a la igualdad, sino que, además, nos habríamos pasado acelerando y comenzado a atropellar al antaño género dominante. Frente a este movimiento de reacción, que lleva años fraguándose en el seno de integrismos religiosos y ultranacionalistas nostálgicos del “orden natural”, parece que bien poco le vale la realidad de los hechos.

La igualdad es ideológica

¡Y es que da igual! Podemos llenar de números libros enteros, sin comprender que ésta, más allá de ser una lucha por la ley, por logros concretos como el derecho al aborto, la remuneración de los cuidados o la equiparación salarial de las mujeres, es ante todo una lucha ideológica y cultural. Que no existirá un ejercicio igualitario de los derechos hasta que no abordemos la realidad del marco ideológico que vive nuestra sociedad.

En muchos lugares del mundo es decisivo nacer siendo niño o niña.
En muchos lugares del mundo es decisivo nacer siendo niño o niña.
Imagen Loren Joseph / Unsplash


Cuando los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad acusan a la ley de hacer ideología de género, ¡es verdad!. Toda ley de igualdad y no discriminación es ideológica. Lo absurdo es que se pretenda defender una neutralidad que no existe para justificar la inacción, la no implementación de políticas sociales o la erradicación de las normas tutelares, porque eso precisamente también es ideología. La ideología que defiende el status quo, la que toma partido por conservar las relaciones de poder y desigualdad que genera un sistema históricamente patriarcal y que se ve ahora cuestionado.

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Si algo nos demuestra la ya dilatada historia por los Derechos humanos y la igualdad, es que promulgar una ley sólo es poner una herramienta para la lucha igualitaria, pero que sin políticas sociales de apoyo y sin una ideología firme de respaldo, toda ley se convierte con facilidad en papel mojado. En un enunciado excelso alejado de la realidad de los ciudadanos que deberían verse amparados por la ley.

La ley más clara y terminante del mundo en contra de la discriminación es susceptible de interpretarse a sensu contrario o de verse neutralizada por un ataque ideológico. Para muestra, la reciente sentencia de la Corte Suprema de los EEUU, caso Mullins-Craig contra Phillips en junio 2018, en el que dos hombres gais alegaron ser discriminados por la negativa del pastelero Mullins a venderles un pastel de bodas por objeción de conciencia religiosa contra el ejemplo de vida “anticristiano” de la pareja.


Contra todo pronóstico, una corte sesgada por la reciente elección de varios miembros anti “políticas de género” apreció que el Sr. Mullins se había visto “gravemente discriminado en sus sentimientos religiosos” por la imposición estatal de no discriminar a la pareja. El fallo fue prontamente jaleado por las iglesias cristianas, destacados miembros del partido republicano y de movimientos integristas variados, y hoy ya constituye un ejemplo con valor universal del argumentario anti derechos de cualquier movimiento integrista que se precie. Cualquier lector puede percibir el peligro subyacente; una normativa anti discriminación de la minoría es aplicada en favor de un miembro de la mayoría discriminante para consolidar una sociedad segregada por grupos. Imaginemos que en lugar de un pastel de bodas estuviéramos hablando de una prestación sanitaria o educativa…

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En este contexto, y en una sociedad que opera fundamentalmente por criterios de opinión pública, y esta última por campañas mediáticas, resulta necesario plantearse el buenismo de intentar formular leyes que otorgan logros parciales por la igualdad (¡ojo, muy importantes¡) sin blindar el marco ideológico interpretativo de las mismas. O dicho de otra forma, sin denunciar la “ideología de género” machista, que obstaculiza la realización de dichos logros o cuestiona los fines últimos de la norma con una ingente batería de argumentos.

Legislar el género no es una labor que pueda realizarse con neutralidad o equidistancia. El miedo a ofender sensibilidades se convierte aquí en un arma de doble filo. Por desgracia, en materia de Derechos humanos no se legisla “para todos”. Se legisla para los necesitados de tutela y con la conciencia de que existe una resistencia al cumplimiento. Si no, con la cantidad de declaraciones de derechos humanos que llevamos, hacía tiempo que estaríamos en una sociedad inclusiva e igualitaria.

La igualdad exige militancia del poder público, ideología sí, y políticas sociales de respaldo, más allá de encomendar a los más débiles que consigan defenderse con los mimbres de una ley contra un entramado social, económico, ideológico y de poder que desconfía, se resiste o se opone al cambio social.

La ley no sólo debe prometer amparo a (la) más débil, también debe velar porque esos derechos lleguen a ser una realidad.

Marina Echebarría Sáenz es Profesora de Derecho Mercantil acreditada a cátedras en la Universidad de Valladolid (España).

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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


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<b>Italia.</b> "Respeta mi existencia o espera resistencia" se lee en uno de los carteles de las manifestantes que participan en una marcha organizada por el movimiento 'Non Una Di Meno' (Ni una menos). Una de las diversas manifestaciones programadas por el Día Internacional de la Mujer en Roma y otras ciudades del país.
<b>Rusia.</b> Consignas por la igualdad de género y el fin de la violencia gritan en una protesta por el Día Internacional de la Mujer en San Petersburgo, al oeste del país.
<b>Ucrania. </b>Una activista sostiene una pancarta que dice "no hay futuro sin igualdad" durante la marcha por el Día Internacional de la Mujer en Kiev. Las manifestantes instaron a las autoridades de ese país a ratificar las leyes sobre la prevención de la violencia contra las mujeres.
<b>Afganistán. </b>Mujeres afganas reunidas en una calle de Kabul, la capital del país, conmemoran el Día internacional de la Mujer.
<b>Turquía</b>. Mujeres militantes de partidos políticos participan en un mitin para conmemorar el Día Internacional de la Mujer en Diyarbakir, al suroeste de Turquía.
<b>Kosovo.</b> Manifestantes en las calles de la ciudad de Pristina, capital de Kosovo, gritan consignas por la igualdad de género y contra la violencia hacia las mujeres en el Día Internacional de la Mujer.
<b>Kenia. </b>Miembros de la organización Guías de Kenia asisten a una ceremonia de conmemoración del Día Internacional de la Mujer en Nairobi, la capital del país.
<b>Irak.</b> Jóvenes mujeres participan en una marcha del Día de la Mujer en Mosul, ciudad que estuvo ocupada por las fuerzas de la organización terrorista Estado Islámico hasta el año pasado cuando fue liberada por las fuerzas del gobierno iraquí después de meses de cruentas batallas.
<b>Somalia.</b> "Salven a mujeres y niños somalíes" se lee en los carteles de las activistas reunidas para conmemorar el Día Internacional de la Mujer en Mogadiscio, ciudad del sureste de ese país.
<b>Pakistán. </b>Mujeres estudiantes participan en un mitin para conmemorar el Día Internacional de la Mujer en Lahore. “Las mujeres son la mayor reserva de talento no explotado del mundo”, “Igual pago por el mismo trabajo” y “las mujeres solo pueden seguir adelante” se lee en sus carteles escritos en inglés.
<b>Bielorrusia.</b> En Minsk, la capital del país, cientos de mujeres participaron en una colorida carrera para celebrar el Día Internacional de la Mujer.
<b>India.</b> Cientos de mujeres representaron obras de teatro callejeras y marcharon por la capital de India para denunciar la violencia doméstica, las agresiones sexuales y la discriminación laboral y salarial. Portaron carteles con mensajes como “unidas contra la violencia a las mujeres”, “sé lo bastante hombre como para decir no a la violencia doméstica” y “mi cuerpo, mi decisión”. 
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<b>Filipinas. </b>Una activista muestra una pancarta donde se lee en inglés “más mujeres, más poder”. Parte de la manifestación por la conmemoración del Día Internacional de la Mujer en Quiapo, en el área metropolitana de Manila.
<b>Australia. </b>Este país
<b> </b>amaneció con esta protesta pacífica de un grupo de mujeres que reclamó respeto y el cese del acoso sexual.
<b>Bangladesh.</b> “Podemos, debemos y detendremos la violencia” se lee en los carteles de las activistas reunidas en las calles de Dhaka, en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer.
<b>Nepal. </b>Un grupo de trabajadoras de la construcción toma un descanso y posan para una fotografía para conmemorar en Día Internacional de la Mujer en la plaza Patan Durban de Katmandú, capital del país.
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Imagen Eulimar Núñez
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