¿Por qué nos negamos a aceptar el riesgo de catástrofes previsibles?

A pesar de que los expertos repitieron una y otra vez la posibilidad de un desastre como Harvey, los políticos siguieron promoviendo desarrollos en zonas inundables y los residentes, mudándonse a esos terrenos. La razón está, en parte, en la psicología humana, que tiene serios problemas para reconocer este tipo de riesgos.

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Por:
Laura Bliss.
Un hombre carga un bolso con su ropa en el norte de Houston, zona afectada por las inundaciones.
Un hombre carga un bolso con su ropa en el norte de Houston, zona afectada por las inundaciones.
Imagen Win McNamee/Getty Images

Mientras las víctimas fatales ya son más de 30, Houston se prepara para una siguiente etapa del desastre, luego de que Harvey dejara más de 50 pulgadas de lluvia. Dos grandes embalses para el control de las inundaciones comenzaron a fallar este martes, por primera vez en su historia, poniendo en peligro las vidas de quienes normalmente viven en áreas secas. Y, con un segundo aterrizaje del huracán, la lluvia no deja de cesar.

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“Nunca pensamos que esta área se inundaría”, dijo un residente que visiblemente temblaba al The Washington Post. Pero, ¿cómo puede la gente no darse cuenta de este riesgo? Por muchos años, los expertos han advertido que una inundación catastrófica podría afectar a Houston. Si bien Harvey ha sido un huracán y una tormenta particularmente fuerte, el pronóstico era bastante claro: el condado de Harris no estaba preparado, aún cuando había experimentado dos inundaciones fatales en dos años.


El crecimiento de una ciudad a baja altura como Houston, como también su expansión, aumentó su vulnerabilidad ante una tormenta como Harvey. Sin embargo, vivir junto a una represa y no estar consciente de los riesgos no es una actitud exclusiva de los texanos. Para casi todas las personas nos es difícil imaginar un desastre natural de proporciones, aún cuando todas las señales vaticinan que se acerca un megadesastre. De hecho, lo poco común es responder adecuadamente a un riesgo que solo es percibido como potencial y no como una amenaza real. Para lograr esto, es necesario superar las tendencias normales de la psicología humana.

Lo raro es tener que responder a lo que anteriormente era sólo un potencial riesgo, y no una amenaza en la vida real. Esto, requiere superar las desalentadoras discrepancias de la sicología humana.

“Ser perceptivo al riesgo tiene que ver con cuánto miedo nos hacen sentir los hechos”, me dijo David Ropeik en julio de 2015, quien es un experto en percepción de riesgos. “Un riesgo futuro se siente un poco menos terrible en comparación a uno que se presenta ahora”.

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El énfasis está en la 'sensación'. Cuando la gente comienza a evaluar el riesgo en base a lo que está en juego, nos guiamos por el instinto más que por nuestra racionalidad. Se nos hace difícil poder conectar emocionalmente cuando el riesgo existe en algún punto indefinido del futuro. Lo contrario pasa, por ejemplo, cuando hay un tigre al frente de uno listo para atacar. Hasta que las aguas no lleguen a inundar sus calles, es difícil que la gente actúe. Quizás es por ello que ante la llegada de Harvey se produjo una evacuación que careció de cohesión y coordinación, al igual que los planes de drenaje, la barrera costera de 15 millones de dólares y la descontrolada expansión de la ciudad.

“Si hay legisladores que se niegan a reconocer lo que está pasando, ¿cómo se puede implementar una política que mitigue los efectos?”.

Uno podría pensar que Houston, que tiene una larga historia de devastadoras inundaciones, fortalecería su capacidad de respuesta. Justo dos meses antes de que conversara con Ropeik, ocho personas habían muerto en el condado de Harris luego de que una tormenta dejara, en tan solo 10 horas, 11 pulgadas de lluvia en algunas áreas de Houston. De hecho, Harvey es la tercera 'gran inundación' desde 2015, fenómeno generalmente conocido por suceder una vez cada 500 años. Esto significa que Houston ha experimentado, cada año, un nivel de inundaciones que debería suceder una vez en 500 ocasiones. “Uno pensaría que Houston tendría un mejor plan”, me dijo Wesley Highfield, quien se especializa en ciencias marinas e inundaciones en la Universidad A&M de Texas, en Galveston. Pero claro, es algo que solo uno asume, pero no es la realidad.

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Como dijo Kathryn Schulz, periodista de The New Yorker y ganadora del Premio Pulitzer, los humanos son 'temporalmente estrechos'. Las personas tenemos dificultades al imaginar qué nos espera más allá de los límites del presente. Somos malos con los números y también quizás con las probabilidades, como las usadas por la FEMA en sus cálculos sobre inundaciones cada 100 o 200 años. Estas, no son útiles para una población –incluidos quienes hacen políticas públicas– predispuesta a tener que eliminar estos riesgos y amenazas. Como otros periodistas han escrito, una inundación 'cada 500 años' suena más como un evento que ocurre una sola vez cada medio milenio. Si una inundación catastrófica ocurriera el año pasado – como sucedió, de hecho– la mayoría de la gente pensaría que este año estarían a salvo. Pero eso no es correcto: la probabilidad no es un patrón predictivo. El dado se reinicia cada vez que se lanza. Los sicólogos llaman a la creencia que ningún otro evento inverosímil sucederá como 'la falacia del apostador'.

Además, las posibilidades de Houston de ser afectada están creciendo a niveles superiores de las estimaciones de FEMA. En un excelente artículo, el Texas Tribune y ProPublica explicaron cómo Houston ha construido nuevos centros comerciales, edificios de oficinas y departamentos en zonas con riesgo de inundación, permitiendo y promoviendo un explosivo crecimiento poblacional en las últimas décadas.

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El asfalto y el concreto ha expandido las zonas impermeables de Houston y las tormentas se han hecho más frecuentes debido al cambio climático. Las inundaciones que antes sucedían una vez en tu vida, hoy son comunes. “Cada año ponemos a más personas y bienes fundamentales en el camino del daño”, dijo Sam Brody, académico de la Universidad Texas A&M en Galveston hace solo dos meses, conversando con The Guardian. “Seguimos lanzando los dados y la apuesta sigue creciendo”.

El problema, en todo caso, no depende solamente de la psicología humana. Observemos lo que se ha hecho en Holanda para responder al aumento del nivel del mar: utilizando infraestructura verde y absorbente, canales y parques, están permitiendo que el agua entre a las ciudades, en vez de intentar bloquear su paso con represas de concreto o embalses que dan un falso sentido de seguridad.

Otro ejemplo es Japón, que respondió al desastre en Fukushima redoblando sus esfuerzos para asegurar la isla de terremotos y maremotos. ¿Por qué Estados Unidos no actúa de manera similar?

Un primer paso sería que los líderes políticos acepten que el cambio climático es real, como ya lo hacen los gobiernos de Japón, Holanda y prácticamente todo el planeta. Incluso las industrias petroleras de Houston lo aceptan, pero no lo hacen el gobernador de Texas Gregg Abbott, la mayoría de los congresistas republicanos o el presidente Trump. “Si tienes legisladores que se rehúsan a aceptar lo que está ocurriendo, ¿cómo puedes implementar políticas que mitiguen sus efectos”, dice Meghan McPherson, experta en emergencias y directora asistente del Centro para la Innovación en Salud de la Universidad Adelphi.

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McPherson comenzó en esta área luego del 11 de septiembre, observando a los rescatistas de Nueva York. Ella ha visto cómo la administración de emergencias ha ido cambiando tanto a nivel local como nacional, luego del huracán Katrina y la tormenta Sandy. Ha habido algunas mejoras y se han aprendido lecciones. Millones y millones de dólares se gastan en temas de terrorismo; partes de Nueva Orleans han sido protegidas por mejores represas; y Nueva York está construyendo infraestructura que la hará más ‘dura’ frente a los nuevos riesgos.

Pero nuestra breve capacidad de atención, la baja participación ciudadana y el estrecho sentido del tiempo no ha permitido hacer suficiente, ni en Houston ni en otros lugares. No estamos preparados para las ‘mega amenazas’ que podrían venir. En Nueva Orleans, por ejemplo, mientras Harvey se acerca, las bombas para extraer agua están dañadas.

Tampoco ayuda que Estados Unidos sea enorme, extendido y cada vez más fragmentado. Nuestra ‘estrechez de mente’ temporal se exacerba por nuestra estrechez política y geográfica. Los procesos legislativos son lentos en sí mismos y, a nivel local, cada preocupación debe competir por los escasos dólares que llegan de los impuestos (en Houston, los impuestos son bajísimos). ¿Deben los políticos invertir en estudiantes con necesidades especiales, que por mucho tiempo han esperado mejoras, y que quizás conocemos con nombre y apellido? ¿O deben invertir para evitar un lejano desastre que quizás nunca llegue?

A nivel federal, muchas veces es lo uno o lo otro. De hecho, FEMA ahora está bajo el paragua del Departamento de Seguridad Nacional (Homeland Security) y la preparación para inundaciones debe competir con los programas antiterrorismo ( a pesar de que las primeras son el riesgo más común y mortal a nivel nacional). El presupuesto de Trump pretende cortar dinero el Programa Nacional de Seguros contra Inundaciones y dar montones de dinero a la Patrulla Fronteriza, dice McPherson.

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En realidad, los ataques terroristas son amenazas más pequeñas y más distantes que la lluvia, pero la psicología nos muestra que es más probable que nos movilicemos para mitigar este tipo de amenazas, en parte por la fuerza del miedo a la islamofobia y por el hecho de ser imposiciones de fuerzas externas. Y terminamos tomándonos menos seriamente las amenazas que acompañan las decisiones que asumimos, como, por ejemplo, vivir en una zona de inundación.

¿Cómo enfrentar estas decisiones irracionales? Al menos hay una pequeña y triste esperanza: mientras más estadounidenses enfrenten experiencias de primera mano relacionadas al cambio climático, esto podría ayudar a promover decisiones políticas más inteligentes. Podría haber una reforma al sistema financiero que hace escoger entre educación y preparación a emergencias como las inundaciones. La actual discusión de las prioridades presupuestarias podría, luego de Harvey, finalmente representar las amenazas más graves del país. O quizás nada de esto sucederá.

“La esperanza es eterna”, dice McPherson. “Quince años en administración de emergencias me dicen que habrá mucha discusión sobre cómo hacer las cosas de manera distinta luego de Harvey. Pero, cuando los focos se apaguen, hablaremos de la siguiente amenaza”. Podría ser Corea del Norte, el Estado Islámico o el mismo Trump. “Estas cosas [los desastres naturales] tienden a quedar olvidadas”.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.

Estas imágenes muestran cómo eran algunas partes de Houston antes de la tormenta y cómo quedaron tras las catastróficas inundaciones.
Video Con y sin inundaciones: El antes y después de Houston tras Harvey
Ha habido sismos que han sacudido ciudades enteras hasta dejarlas en ruinas. Ha habido incendios que las han reducido a cenizas, por no hablar de las guerras, que han consumido a imponentes metrópolis y destrozado su historia.
<br>Fácil –y triste– es ver las secuelas de la guerra civil en Siria, en particular en Alepo (en la foto), ciudad que fuera alguna vez el núcleo del éxito comercial y de la preservación histórica del país, y preguntarse si la ciudad recuperará sus días de gloria. Informes, por otro lado, de los costos crecientes de la lenta recuperación de Katmandú tras el terremoto de 2015 en Nepal, y de la incesante lucha de Japón para reconstruir Tohoku después del tsunami de 2011 dibujan un macabro y desesperanzador cuadro sobre el futuro.
Pero las urbes arruinadas, por fortuna, no suelen permanecer como fantasmas para siempre. Cada tragedia trae consigo su resquicio de esperanza, por pequeño que este pueda ser. Cuando una ciudad queda destruida hasta ser irreconocible, la necesidad de reconstruirla pasa a ser una oportunidad, un empezar desde cero, donde la comunidad puede rediseñar su entorno físico y hacerlo más fuerte de lo que era antes.
<br>Para hallar ejemplos, basta con una mirada al pasado. Algunas de las que hoy reconocemos como exitosas megalópolis en todo el mundo, fueron alguna vez víctimas de catástrofes que las redujeron a ruinas. Pero aún después de la peor de las destrucciones, como 
<a href="http://www.citylab.com/tech/2017/02/dark-tourism-peace-memorial-hiroshima-atomic-bomb/515829">en <b>Hiroshima</b> (en la foto)</a>, donde la recuperación parecía imposible, las ciudades han sido capaces de levantarse desde el polvo, y, en cierta forma, han renacido como símbolos de modernidad y paz.
<b>El gran incendio de Chicago, 1871: </b>El fuego se propagó desde un granero en el lado suroeste de Chicago hasta el centro del distrito de negocios. Alimentado por feroces ráfagas, destruyó unos 17,500 edificios y más de 73 millas de calles. Murieron unas 300 personas y 90,000 residentes fueron desplazados. Pero la ciudad tenía una voluntad infatigable, por lo que promulgó nuevos requerimientos de construcción y empezó a reconstruirse incluso antes de que los arquitectos e ingenieros completaran sus planes.
Pese a algunos ásperos momentos en la reconstrucción de 
<b>Chicago</b> –una depresión a nivel nacional que detuvo la construcción, por ejemplo, y los negocios que de algún modo evitaron los nuevos requerimientos–, en menos de 20 años la ciudad no solo erigió el primer rascacielos del mundo, sino que se convirtió en una referencia en el desarrollo económico y en el transporte.
El Gran Terremoto de San Francisco, 1906: Los tranvías de San Francisco estaban operando apenas semanas después de ocurrir el siniestro que golpeó, con una magnitud de 7.8 grados, la costa de California. Los plomeros ya habían reparado las tuberías de agua y las alcantarillas, mientras que los residentes en buen estado físico iban al trabajo a limpiar los escombros. En unas seis semanas, reabrieron los bancos, y, en unos pocos meses, los trabajadores ya establecían las vías férreas.
La reconstrucción sobrevino con rapidez, casi demasiado rápido, según el San Francisco Chronicle, el cual describía la nueva ciudad como una versión más moderna y limpia que su pasado: “El viejo centro Victoriano había desaparecido; los barrios marginales de South of Market habían sido arrasados”, escribió el reportero Carl Nolte. “Fue como hacer borrón y cuenta nueva. La idea era construir estructuras de acero, edificios de primer nivel”.
<b>El Gran Terremoto en la Región de Kanto, Tokio, en 1923:</b> A solo dos minutos de la medianoche del 1 de septiembre de 1923, un sismo de 7.9 grados fue seguido por un maremoto con olas de hasta 40 pies de altura. Al mismo tiempo, un incendio se expandió entre las casas de madera de la capital, devorándolas. 100,000 fallecieron.
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La tragedia en 
<b>Tokio</b> desató el apoyo internacional que implicó sustancialmente a Estados Unidos. Las labores de recuperación fueron del todo menos sencillas. Estuvieron marcadas por la
<a href="https://opinionator.blogs.nytimes.com/2011/03/13/in-deadly-earthquake-echoes-of-1923/"> violencia</a>, y por el 
<a href="http://www.greatkantoearthquake.com/reconstruction.html">desacuerdo</a> respecto de cómo debería ser la nueva ciudad, y el resentimiento entre las fuerzas japonesas y norteamericanas que habían llegado para prestar su ayuda. Sin embargo, el terremoto marcó un antes y un después en la historia del país asiático. Como Peter Duus, profesor emérito de Historia en Stanford, refirió a la 
<a href="http://www.smithsonianmag.com/history/the-great-japan-earthquake-of-1923-1764539/?page=1"><i>Smithsonian Magazine</i></a>, tras el terremoto fue la “primera vez que se intentó, organizadamente, reformar Tokio, a fin de convertirla en una ciudad moderna. De hecho, las labores reconstructivas la posicionaron entre las principales metrópolis del mundo”.
El Bombardeo de Varsovia, 1944: Los desastres naturales no fueron los únicos responsables de llevar a la destrucción casi absoluta a ciudades enteras. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi arrasó el casco antiguo de la capital polaca como represalia por el Alzamiento de Varsovia, durante el cual la resistencia polaca causó la muerte a unos 20,000 efectivos nazis.
Para la reconstrucción,
<b> </b>
<a href="https://www.theguardian.com/cities/2016/apr/22/story-cities-warsaw-rebuilt-18th-century-paintings">de acuerdo a <i>The Guardian</i></a>, Varsovia se valió irónicamente de sus ruinas. La ciudad transformó algunos de sus restos en ladrillos, y cuando estos no bastaron, importaron materiales de otras ciudades asoladas. Así, para levantar la ciudad e intentar devolverle su pasado y su gloria, volvieron a la obra del famoso pintor veneciano 
<a href="https://www.zamek-krolewski.pl/en/import_new/paintings-of-Bernard-Bellotto-called-Canaletto">Bernardo Bellotto</a>, quien había registrado con exquisita precisión el paisaje varsoviano en sus cuadros para el rey de Polonia.
<b>Dresde, Alemania, luego de la Segunda Guerra Mundial, 1945: </b>En la Segunda Guerra Mundial, los poderes aliados habían hecho detonar 2,400 toneladas de explosivos y 1,500 toneladas de bombas incendiarias sobre Dresde, con lo que las temperaturas subieron hasta los 3,000 grados Fahrenheit. Tan solo limpiar los escombros tomaría años.
Los planificadores urbanos querían una nueva imagen para la capital sajona y decidieron ‘resucitar’ solo algunos de sus históricos edificios. La iglesia Frauenkirche, de la que puede decirse que es la atracción principal de la urbe, no quedó reconstruida en un 100% hasta casi de 60 años de transcurrida la guerra. El resto del centro de la ciudad y buena parte de sus suburbios o zonas periféricas fueron despejados con el propósito de erigir una moderna arquitectura que reflejara la era comunista, dada como pocas al bloque prefabricado, según The Washington Post.
<b>La Guerra Civil en Beirut, 1975-1990: </b>Ya en la historia más moderna, Beirut fue bombardeada hasta dejarla en cenizas durante la guerra civil del Líbano, que duró quince largos años. La ciudad, 
<a href="https://www.washingtonpost.com/news/monkey-cage/wp/2016/10/12/beiruts-lessons-for-how-not-to-rebuild-a-war-torn-city/?utm_term=.546fe86be175">como señala <i>The Washington Post</i></a>, debe servir de lección a Alepo –asumiendo que los combates cesen alguna vez en la urbe siria– acerca de cómo no debe ser rehecha una ciudad devastada.
Hoy día, 
<b>el centro histórico de Beirut</b> es un símbolo de modernidad y lujo, con una arquitectura que sedujo como pocas a la inversión extranjera y disparó su recuperación económica. Pero, por haber sido reconstruida por una compañía privada, también se convirtió en lo que el Post llama una “ciudad excluyente”. Edificaciones históricas fueron derribadas no precisamente a causa de la guerra, sino en plena recuperación, apartando un tanto la ciudad de lo que había sido. Por otra parte, la falta de reconciliación política y el insaciable interés económico ha hecho que la urbe aún adolezca de infraestructura y servicios básicos.
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Ha habido sismos que han sacudido ciudades enteras hasta dejarlas en ruinas. Ha habido incendios que las han reducido a cenizas, por no hablar de las guerras, que han consumido a imponentes metrópolis y destrozado su historia.
Fácil –y triste– es ver las secuelas de la guerra civil en Siria, en particular en Alepo (en la foto), ciudad que fuera alguna vez el núcleo del éxito comercial y de la preservación histórica del país, y preguntarse si la ciudad recuperará sus días de gloria. Informes, por otro lado, de los costos crecientes de la lenta recuperación de Katmandú tras el terremoto de 2015 en Nepal, y de la incesante lucha de Japón para reconstruir Tohoku después del tsunami de 2011 dibujan un macabro y desesperanzador cuadro sobre el futuro.
Imagen NAZEER AL-KHATIB/AFP/Getty Images
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