Los niños invisibles de la frontera: la crisis humanitaria que pasó de ‘las hieleras’ a las deportaciones exprés

El punto más álgido para la migración infantil en la era Trump se alcanzó sigilosamente en los primeros 11 días de la declaración de emergencia por el coronavirus, cuando casi 300 menores no acompañados fueron expulsados inmediatamente después de que los arrestaron en la frontera.

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Por:
Almudena Toral.
Hastiados de la violencia y la pobreza que se vive en sus países, miles de menores centroamericanos no acompañados llegaron a Estados Unidos en la última década. Alexandra, Edwin y Emmanuel son parte de una nueva generación que lucha por hacerse un espacio en un entorno difícil que se ha convertido a la fuerza en su nuevo hogar.
Video Menores no acompañados: el destino incierto de un grupo invisible

Un adolescente de Guatemala fue descubierto dentro del maletero de techo de una camioneta que pasó por un retén de la Patrulla Fronteriza en Texas. Otro menor era parte de un grupo de 40 migrantes que eran transportados en la caja de un camión de carga que circulaba por una carretera de ese mismo estado.

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Aunque son dos escenas cotidianas en la frontera, a estos menores les tocó cruzarla mientras se implementan restricciones “más fuertes que nunca” buscando detener la propagación del coronavirus. Desde el 20 de marzo cualquier indocumentado detenido por agentes fronterizos es devuelto a su país inmediatamente, sin importar su edad. Quienes se oponen a estas medidas reclaman que socaban acuerdos internacionales y leyes federales que defienden a los refugiados

Solo en los primeros 11 días de la entrada en vigor de la norma, 299 niños y adolescentes fueron expulsados a sus países de origen, la mayoría en el Triángulo Norte de Centroamérica, la región de la cual escaparon por los altos índices de violencia y marginación social.

A la fecha, más de 11,000 personas han sido deportadas sin pasar por el proceso rutinario. “Los niños más pequeños pueden ser portadores” del virus, dijo Mark Morgan, comisionado de la Oficina de Aduanas y Control Fronterizo (CBP), explicándo las razones de la nueva estrategia.

Esta nueva regla que elimina prácticas que desde hace más de 20 años se establecieron para proteger a los niños del tráfico humano y el abandono de sus propios padres, marca el punto más álgido de los controles a la inmigración infantil que realiza la administración de Donald Trump.

El recuerdo de 'las hieleras'

Antes de la prohibición fronteriza relacionada con la pandemia, los menores centroamericanos eran alojados en albergues de la Oficina de Reasentamiento de Refugiados (ORR) mientras comenzaban sus solicitudes de asilo y esperaban reunirse con sus familiares en Estados Unidos.

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Es una especie de purgatorio: deben pasar varios días en ‘las hieleras’, como llaman despectivamente a los gélidos centros de detención de la Patrulla Fronteriza (donde fallecieron seis niños entre diciembre de 2018 y mayo de 2019) y después en refugios, algunos plagados de acusaciones de abusos y maltratos. Ahora ni siquiera los envían a esos lugares.

“Los niños no acompañados constituyen uno de los grupos más vulnerables del mundo (…) Huyeron a Estados Unidos para escapar de peligros como la violencia extrema y la explotación sexual”, señala una carta que varios grupos que defienden a los migrantes enviaron al Departamento de Seguridad Nacional (DHS) el 16 de abril, pidiendo el cese de la práctica.

Las deportaciones exprés, por las cuales ahora los catalogan como “menores individuales”, ignoran la Ley de Protección de Víctimas de Tráfico (TVPRA), que pide transferir a estos niños a los refugios de la ORR en un período no mayor de tres días, después de que los detuvieron cruzando la franja fronteriza.

Además, desafían los términos del Acuerdo Judicial Flores de 1997, que exige ponerlos en instalaciones seguras que no sean demasiado restrictivas, ofrecerles asesoría legal y liberarlos en menos de 20 días mientras avanzan sus trámites migratorios.

Precisamente, citando violaciones al Acuerdo Flores y preocupaciones por la propagación del coronavirus en centros de detención para migrantes, una jueza federal de Los Ángeles ordenó al gobierno de Trump esta semana que libere lo antes posible a miles de niños bajo custodia federal.

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"Es como ponerlos en una casa en llamas en vez de rescatarlos y llevarlos a un lugar seguro", comparó en su fallo la jueza Dolly Gee.

Trump vs la inmigración infantil

Las restricciones en la frontera que afectan a los menores han pasado desapercibidos, ya que los problemas en torno al coronavirus monopolizan los reflectores.

Antes de la epidemia, Trump empujó exitosamente su agenda para desalentar la migración y hacer más difícil la entrada a los niños refugiados, alegando que hay un “vacío legal” del cual se benefician las bandas de coyotes y, en sus mensajes más incendiarios, los ha vinculado con la pandilla Mara Salvatrucha (MS-13). “Parecen inocentes, pero no lo son”, expresó una vez de forma generalizada.

A su gobierno le tocó lidiar con el mayor arribo de menores no acompañados en la historia de este país: poco más de 76,000 durante el año fiscal 2019, sobrepasando el récord de 68,541 que fueron detenidos en 2014, en la crisis humanitaria que se generó durante el gobierno de Barack Obama.


Menos ajetreados fueron los meses siguientes. Del 1 de octubre de 2019 al pasado 31 de marzo llegaron otros 18,077 menores solos, un 50% menos comparado con el primer semestre del ciclo fiscal anterior y la cifra más baja registrada desde 2016. Esta reducción abarca las primeras dos semanas de las restricciones relacionadas con el covid-19, por lo que el virus parece no haber incidido en esa caída.

Menos casos aprobados

Varios puntos ayudan a sustentar el argumento de que el gobierno de Trump se ha encargado de hacerles la vida aún más difícil a estos niños, algunos de los cuales son huérfanos y otros sobrevivientes de abuso sexual.

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Aquí algunos ejemplos: canceló el programa que les permitía pedir asilo desde sus países, eliminó la iniciativa que les ofrecía ayuda legal, impuso más restricciones en los trámites para obtener visas juveniles (que ofrecen alivio migratorio a quienes han sido abusados o abandonados por sus padres) y a sus patrocinadores.

Sus acciones más duras son la política de ‘tolerancia cero’ que separó a las familias que se entregaban en la frontera y mantuvo bajo custodia a los niños por meses, así como el programa conocido como Protocolos de Protección de Migrantes (MPP), que exige a los solicitantes de asilo esperar en México mientras revisan sus casos.

Más de 50,000 migrantes fueron devueltos y algunos comenzaron a tomar medidas desesperadas, como pedirles a sus hijos pequeños que se entreguen en las garitas. Lo vieron como la única opción para alejarlos de tantos peligros en México.

Ocho padres entrevistados por Univision Noticias que se encontraban en un campamento en la ciudad fronteriza de Matamoros, comenzaron a tomar medidas desesperadas, como pedirles a sus hijos pequeños que se entreguen en las garitas para que los dejaran entrar a Estados Unidos por ser menores no acompañados.
Lo vieron como la única opción para alejarlos de tantos peligros en México. Migrantes entrevistados por Univision Noticias relataron que fueron raptados, extorsionados y agredidos en ese país. Walter envió a su hija de 17 años a EEUU a finales de octubre con el deseo de que se la entreguen a su hermano que vive en Florida. Según su relato, ambos fueron víctimas de un secuestro en México.
Carolina mandó a su hijo solo con la idea de que se reúna con su hermana que lleva 19 años en EEUU. "Mi hijo no la conoce, pero ella se muere por él porque siempre llamaba por videollamada", dice.
Este fue el lugar en el que Damián vio por última vez a su hijo: "¿Sabes qué duro es ver que su hijo se va por ese puente y que probablemente no lo vuelvas a ver?".
Aurora huyó con su hijo de 16 años de El Salvador después de que las pandillas trataran de reclutarlo para vender droga. Después de meses esperando bajo MPP, el 4 de octubre mandó a su hijo solo para entregarse a Migración. Ella dice que está esperando a que lo envíen con un hermano suyo que vive en Texas para regresar a su país: "Yo prefiero salvarle la vida a mi hijo a que se la arrebaten. Es muy duro", dice.
Según los últimos datos disponibles, el gobierno de Trump ha mandado a México al menos a 55,000 migrantes por el programa MPP, en su mayoría centroamericanos, cubanos y venezolanos, a ciudades como Tijuana, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo y Matamoros.
A esta administración le tocó lidiar con el mayor arribo de menores no acompañados en la historia de este país: poco más de 76,000 durante el año fiscal 2019, sobrepasando el récord de 68,541 que fueron detenidos en 2014, en la crisis humanitaria que se generó durante el gobierno de Obama.
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Ocho padres entrevistados por Univision Noticias que se encontraban en un campamento en la ciudad fronteriza de Matamoros, comenzaron a tomar medidas desesperadas, como pedirles a sus hijos pequeños que se entreguen en las garitas para que los dejaran entrar a Estados Unidos por ser menores no acompañados.
Imagen Almudena Toral/ Univision


“Ver a mis hijos cruzar ese puente (internacional), solos, fue algo horrible”, describía Alexandra, una madre hondureña que mandó a sus hijos de 5 y 6 años para que se presentaran en el puerto de entrada de Brownsville, Texas, en noviembre pasado.

Esa dramática acción no garantiza que los niños ganen sus casos, ni que eviten las expulsiones a sus países.

En 2019, los jueces federales emitieron 124,850 órdenes de deportación contra menores no acompañados (28.5% del total), esto es un aumento del 700% en comparación con los fallos registrados en el inicio del gobierno de Trump en 2017, según datos del Centro de Información y Acceso de Registros Transaccionales (TRAC) de la Universidad de Syracuse, en Nueva York.


Solo el 1.6% del total o 7,053 menores recibieron un alivio migratorio el año pasado.

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Entre octubre de 2019 y febrero pasado, hubo 16,635 órdenes de expulsión, casi la misma cantidad que durante todo el año fiscal 2017. En ese mismo período hubo más de 3,300 salidas voluntarias. Los estados con más casos negados son Texas, California, Florida, Nueva York, Georgia y Carolina del Norte.

De 2009 a 2016, abarcando los dos períodos de la presidencia de Obama, hubo 64,313 casos de asilo de niños que fueron rechazados en las cortes migratorias, de acuerdo con el TRAC.

Más de 15,500 niños deportados

Americans for Immigration Justice, un grupo legal sin fines de lucro que representa a migrantes en el sur de Florida, ha notado la tendencia de casos rechazados y lo atribuye a las trabas que impone la Casa Blanca. “Estamos viendo obstáculos y obstáculos en frente de estos solicitantes de asilo en todo momento”, afirma su representante Jennifer Anzardo Valdes.

“Se han intentado implementar muchas políticas que actualmente están pendientes de litigio y también decisiones del fiscal general (…) que definitivamente han afectado la capacidad de ganar los casos de los niños y los solicitantes de asilo en general”, explicó Anzardo Valdes.

Un análisis del Servicio de Investigaciones del Congreso publicado en octubre de 2019 subraya que la representación legal marca una gran diferencia. El informe concluye que el 90% de los 10,226 procesos migratorios de niños sin abogados fueron negados entre el 1 de octubre de 2017 y el 31 de marzo de 2018. Mientras que fue rechazado el 39% de los 9,543 casos que sí tenían asistencia legal.

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Esto, a su vez, se ve reflejado en las cifras de deportaciones de ICE, que en 2019 expulsó a 6,351 menores no acompañados, casi el doble que el inicio del gobierno de Trump, según su informe más reciente.


Durante los primeros tres años de esta administración, más de 15,500 niños y adolescentes que llegaron solos a EEUU fueron devueltos a sus países.

“Las puertas se están cerrando para los niños que vienen huyendo de situaciones vida o muerte, que son los más vulnerables del mundo”, reclamó Alex Gálvez, un abogado de inmigración en Los Ángeles. “Esta administración lo está haciendo con impunidad, con mano dura, sin alma y sin remordimiento”.

“Ellos son la esperanza”

El perfil de la migración infantil es prácticamente el mismo desde el primer éxodo hace una década: alrededor del 75% tiene entre 15 y 17 años, los varones son el 70%, la gran mayoría proviene de Honduras, El Salvador y Guatemala, y muchos se dirigen a California, Texas, Nueva York, Maryland, Nueva Jersey, Virginia y Florida.

Muchos dan por sentado que al cruzar a EEUU sus vidas se tornan de color de rosa, pero no es así. Tanto los recién llegados, como los que vinieron en 2010, se enfrentan a retos similares: el choque cultural, acoso escolar, un hogar en el que no encajan, patrocinadores que les dan la espalda en pocos meses, deudas por su viaje a EEUU, traumas, pandillas, drogas y, en los casos más extremos, algunos terminan durmiendo en las calles.

“Vienen de situaciones donde han sido invisibles, a una situación donde son completamente invisibles”, describe Federico Bustamante, quien ha sido el mentor de más de 100 adolescentes no acompañados que conoció en un albergue de Los Ángeles.

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Este activista subraya que estos muchachos son un ejemplo de resiliencia, porque han sabido sortear cada una de las dificultades desde que comenzaron su odisea para llegar a Estados Unidos. Quienes sobresalieron lograron obtener títulos universitarios, destacaron en el deporte, formaron sus propias familias o dejaron las adicciones.

“Ellos son la esperanza de una visión positiva y productiva para cualquier comunidad (…) Lo que necesitan es empatía”, concluye Bustamante.


Javier Figueroa, Amaya Verde, Ana Elena Azpurua y Lorena Arroyo contribuyeron para la realización de este reportaje.

<b>María, una guatemalteca de 27 años,</b> fue regresada a México con sus tres hijos. Quiere ir a Estados Unidos para que sus niños tengan un mejor futuro y porque asegura que necesita protección porque era golpeada por su esposo. Ella asegura que tiene miedo de estar en México porque fue secuestrada y aunque escapó, amenazaron a su madre con que hallarían a la hija y la matarían. No ha logrado conseguir abogado que le apoye con su petición de asilo solo por estar en México. Si perdiera su caso no volvería a Guatemala, sino que se movería a Chiapas porque lo considera más seguro.
La abogada de inmigración en San Diego Maricela Amezola dice que 
<b>actualmente no tiene ningún caso de MPP,</b> aunque asegura que podría tomar algunos sin costo alguno si los argumentos para pedir el asilo fueran contundentes. Explica que tiene pocos abogados en su despacho y que por eso no puede enviarlos un día entero a Tijuana a ayudar a los migrantes bajo los Protocolos de Protección de Migrantes (MPP). Cree que las posibilidades de que un caso de asilo prospere sin abogado son muy remotas, sobre todo por la complejidad de los cambios en la legislación de parte del gobierno de Donald Trump.
Una vista del pasillo en forma de caracol en El Chaparral, el punto fronterizo por el que decenas de migrantes centroamericanos retornados a México 
<b>deben pasar cada vez que tienen su cita con un juez de inmigración en Estados Unidos.</b> Una vez ante los oficiales de Estados Unidos, son recibidos y traslados en buses a las salas de corte.
La carta en la que una organización le notifica a una inmigrante retornada a México que no podrán representarla ante el juez de inmigración: 
<b>"Nuestro equipo legal determinó que NO TIENE la capacidad para aceptar su caso en este momento",</b> se lee en el correo. La negativa se explica porque esta organización, Jewish Family Services, solo tiene un abogado y dos representantes autenticados por el Departamento de Justicia. Entre ellos tres evalúan cuáles y cuántos casos pueden asumir considerando, por ejeplo, que la vida de las personas corra peligro por ser víctimas de la violencia o por razones médicas. Esta es la única organización en la frontera de California que está tomando casos de migrantes devueltos a México bajo los MPP.
El pastor Gustavo Banda Aceves dirige el albergue Embajadores de Jesús en Tijuana, donde casi 90% de los migrantes que allí duermen fueron devueltos a México para los MPP. Explica que la desesperación de los centramericanos por ver una solución en sus casos es tal que hace que muchos de ellos desistan y se devuelvan a sus países. Por eso y las dificultades para conseguir abogados, asegura, 
<b>"la gente no quiere intentarlo más".</b>
Brenda Esmeralda Ruiz, una salvadoreña, ha estado a punto de desistir varias veces, pero el pastor Banda le ha dicho que no se rinda, que siga buscando un abogado que la represente y pelee su caso en Estados Unidos. Ella huyó de su país porque su esposo la golpeaba frecuentemente y la acosaba, hasta que un día se cansó. Salir de El Salvador fue la mejor solución que encontró para poner fin a ese círculo de violencia. Cuando tomó la decisión le pidió a un amigo que la acompañara y se fueron hasta Tapachula. De ahí se montó en la bestia hasta Mexicali y de allí siguió hasta Tijuana. Hasta ahora solo ha tenido una corte. En ella el juez le pidió considerar volver con un abogado.
Diana Vidal, otra salvadoreña de 32 años, también está en Tijuana. Huyó porque tanto las pandillas como la policía acosaron a sus hijos y los obligaban a cumplir órdenes. Cuando ella puso la denuncia en la Fiscalía, la policía comenzó a golpear a los adolescentes e incluso la amenazaron de muerte. Y una noche llegaron miembros de la pandilla Máquina, una de las menos numerosas y quienes controlaban la zona en la que ellos vivían, y les dieron 30 minutos para tomar unas pocas cosas y marcharse de la casa. Así hicieron. Ahora tienen algunos meses en Tijuana. Dice frustrada que ha hablado con cinco abogados y que ninguno ha aceptado su caso. 
<b>"El juez me dijo que tenía 87% de probabilidades de entrar (a Estados Unidos) con un abogado",</b> dice. "El problema es que ninguno quiere venir aquí porque dicen que están saturados".
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"Los inmigrantes vienen con la ilusión de que si no tienen dinero les asignarán un abogado, pero se decepcionan porque eso no ocurre", dice el pastor Alberto Rivera, que dirige el albergue Ágape, también en Tijuana. Cuenta que ve cómo los migrantes llegan con una hoja que les dan en Estados Unidos con una lista de posibles abogados probono y organizaciones sin fines de lucro: "Pero 
<b>ellos llaman y llaman y cuando les contestan les dicen que están saturados". </b>Hasta albergues como Ágape llegan personas que les dan asesoría legal, pero que en muchos casos no son abogados, explica: "Les dicen cómo llenar los documentos, pero 
<b>en algunos casos ha habido dificultades porque han llenado formularios de forma errónea".</b>
Un padre guatemalteco muestra los mensajes de texto con el que grupos criminales amenazaron a su familia e intentaron secuestrar a la hija adolescente desde su propio colegio. Ellos aseguran que su familia en Estados Unidos puede ayudarles a pagar un abogado que los represente, pero hasta ahora no han podido conseguir a ninguno que tome su caso.
Ahora esta familia espera en México el día de su corte. Entre sus miembros hay un bebé de apenas meses que la madre lleva entre brazos. Ella cuenta que mientras estuvieron en custodia de la Patrulla Fronteriza su hijo se enfermó por el frío; la llevaron a una clínica donde una doctora atendió al menor, pero cuando tocó pagar la cuenta, el funcionario que la trasladó se quejó por la cantidad alejando que ella no era estadounidense.
Daniela Díaz, una salvadoreña también esperando en Tijuana. Asegura que ha llamado a todos los números que le han dado en la lista de abogados y que hasta ahora ninguno si quiera le ha devuelto la llamada pese a que ha dejado mensajes de voz. "Esto me pasa cada vez que llamo", dice mientras escucha una de las grabadoras de una de las organizaciones con las que intentaba comunicarse.
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María, una guatemalteca de 27 años, fue regresada a México con sus tres hijos. Quiere ir a Estados Unidos para que sus niños tengan un mejor futuro y porque asegura que necesita protección porque era golpeada por su esposo. Ella asegura que tiene miedo de estar en México porque fue secuestrada y aunque escapó, amenazaron a su madre con que hallarían a la hija y la matarían. No ha logrado conseguir abogado que le apoye con su petición de asilo solo por estar en México. Si perdiera su caso no volvería a Guatemala, sino que se movería a Chiapas porque lo considera más seguro.
Imagen Almudena Toral/Univision
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