Como historiadora del racismo y el supremacismo blanco en Estados Unidos, estoy acostumbrada a acciones monstruosas como las de los gobernadores republicanos que organizaron el transporte de inmigrantes latinoamericanos a estados dirigidos por sus oponentes políticos.
DeSantis y Abbott "usan el manual de los segregacionistas" cuando expulsan a inmigrantes
Con sus envíos de inmigrantes al norte, los gobernadores Greg Abbott y Ron DeSantis, de Texas y Florida, siguen la estrategia de los segregacionistas que proporcionaron boletos de autobús a negros del sur del país para trasladarlos a ciudades del norte en la década de 1960.
Los gobernadores Greg Abbott y Ron DeSantis, de Texas y Florida, siguen el manual de los segregacionistas que proporcionaron boletos de autobús de ida a las ciudades del norte para los sureños negros en la década de 1960.
En ese momento, la lucha por la igualdad racial estaba atrayendo la atención nacional y el apoyo de muchos estadounidenses blancos, lo que inspiró a algunos a unirse a Freedom Rides, los viajes interraciales organizados por grupos de derechos civiles para desafiar la segregación en las líneas de autobuses interestatales.
Entonces, como ahora, el mensaje que los racistas sureños pretendían enviar con sus “viajes inversos por la libertad” era: “Aquí tienes, si los quieres tanto, entonces encárgate de ellos”.
Pero aquellos actos eran más que meras jugadas políticas diseñadas para poner en evidencia a los líderes políticos del norte que simpatizaban con el movimiento de derechos civiles.
Eran parte de un esfuerzo más amplio de los supremacistas blancos para sacar a los estadounidenses negros de sus comunidades y evitar lidiar con las consecuencias sociales de siglos de discriminación racial.
Esclavitud y desplazamiento
En las eras de la esclavitud y Jim Crow, las políticas racistas respaldadas por la violencia extrema limitaron el acceso a la educación y las oportunidades económicas de los negros, y garantizar así que tuvieran pocas opciones más allá de trabajar para empleadores blancos.
Las familias negras de principios del siglo XX dependían de sus terratenientes para conseguir alimentos, ropa y vivienda durante todo el año. En el momento de la cosecha era cuando los supuestos costes de esos bienes se deducían de su parte del dinero obtenido de las ventas de la cosecha.
Los dueños de las plantaciones controlaban el proceso, usándolo frecuentemente para estafar a los trabajadores de sus ganancias y mantenerlos perpetuamente endeudados.
Sin embargo, en la década de 1960, la mayoría de estos trabajadores ya no eran necesarios. La mecanización eliminó millones de empleos agrícolas y generó un desempleo masivo en las comunidades rurales del sur.
Y en lugar de invertir en programas de capacitación laboral u otras iniciativas para ayudar a los trabajadores agrícolas desplazados, los líderes políticos promulgaron políticas diseñadas para expulsar a los pobres.
Los estrictos requisitos que se exigían para poder acceder a unos programas estatales de asistencia pública que se administraban de forma arbitraria excluyeron a muchas familias negras de recibir ayuda.
Los legisladores estatales fueron muy lentos a la hora de aprovechar los fondos federales disponibles para expandir los programas contra la pobreza, argumentando que se trataba de estratagemas para forzar la integración en el Sur.
Esa inacción dejó a miles de personas sin hogar ni ingresos y exacerbó el sufrimiento de los desempleados.
La “solución final de los segregacionistas”
Los promotores de los derechos civiles que llegaron a los estados sureños para ayudar a los activistas negros locales en sus esfuerzos de eliminación de la segregación y registro de votantes se sorprendieron por la privación económica que existía en las comunidades que visitaron.
De hecho, informaron haber sido testigos de hambre generalizada, viviendas en ruinas, condiciones insalubres, altas tasas de mortalidad infantil y otros efectos adversos.
Raymond Wheeler, un médico que visitó Mississippi en 1967, describió el estado como “un vasto campo de concentración, en el que vive un gran grupo de personas pobres, sin educación y medio hambrientas, a quienes se les ha retirado todo excepto un simbólico apoyo público”.
Otros fueron más allá y compararon la situación con la Alemania nazi, hablando de la situación como la "solución final a la cuestión racial" de los supremacistas blancos. Al negar a los afroestadounidenses el acceso a los medios básicos de supervivencia, no les dejaron otra opción que emigrar.
Motivaciones políticas y económicas
Las motivaciones detrás de esas políticas eran tanto políticas como económicas. Los racistas blancos entendieron que brindar asistencia a los trabajadores desplazados alentaría a los negros a permanecer en el sur.
Eso representaba una amenaza para su poder, especialmente después de que la aprobación de la Ley de Derechos Electorales en 1965 permitiera que más personas negras se registraran para votar, participar en elecciones y postularse para cargos públicos.
Además, los candidatos que apoyaban los sureños negros se postularon en plataformas que defendían políticas para garantizar la justicia racial y económica: inversión en escuelas y otros servicios públicos, asistencia mejorada para personas desempleadas, atención médica más asequible y una red de seguridad social más sólida para quienes no podían trabajar.
Estas propuestas eran un anatema para los blancos adinerados ya que se enfrentarían tasas impositivas más altas para financiar esas políticas.
Al advertir de las consecuencias si se permitía votar a los negros, el líder del Consejo de Ciudadanos de Mississippi, Ellett Lawrence, afirmó que los propietarios podrían ver aumentos de impuestos de “100%, 200% o más” si los negros fueran elegidos para cargos públicos.
En un estudio del condado de Wilcox, Alabama, la Asociación Nacional de Educación encontró que muchos terratenientes tenían miedo de que “la mayoría negra obtenga el control y aumente los impuestos sobre la tierra para financiar la educación y otros servicios”.
Y concluyó que además mostraron “poco gusto por los programas antipobreza de los años 60 porque estaban más pendientes de resolver sus problemas a través de la emigración que de las mejoras de las condiciones de vida de la gente”.
El supremacismo blanco de entonces y el de ahora
En muchos sentidos, republicanos como Abbott y DeSantis son los descendientes políticos de los segregacionistas del Sur, cuya crueldad horrorizó a otros estadounidenses en la década de 1960.
Los estudiosos de la inmigración han notado cómo las políticas internacionales de EEUU contribuyeron a la pobreza y la violencia en Centroamérica y en Sudamérica, de donde huyen los inmigrantes.
Sin embargo, en lugar de reconocer esto, además de asumir las responsabilidades morales que conlleva, algunos líderes republicanos denigran y deshumanizan a los refugiados para ganar el apoyo de los votantes atraídos por los mensajes xenófobos.
Ver este resurgimiento del nativismo, el racismo y el desprecio por los derechos humanos cobrando fuerza en el siglo XXI es un espectáculo ominoso para cualquiera que esté familiarizado con el lugar al que han conducido estas ideas en el pasado.
* Greta de Jong es profesora de historia de la Unversidad de Nevada, Reno
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original aquí.
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