"Me dijeron que al llegar ya está el trabajo acá": dos familias cuentan por qué decidieron migrar a EEUU con sus hijos

Una familia hondureña y otra guatemalteca que entraron a Estados Unidos en las últimas semanas sin documentos como parte de la nueva ola migratoria que llega al país con niños cuentan en sus propias palabras cómo la violencia y la frustración de no poder ofrecer un futuro mejor a sus hijos les llevó a tomar la decisión de emprender el camino al norte.

Por:
Univision
Mientras el presidente Trump busca a toda costa cerrar la puerta a quienes huyen de sus países desesperados por la violencia y la falta de oportunidades, la frontera está saturada por la llegada masiva de familias y organizaciones civiles y religiosas tratan de atender la emergencia humanitaria.
Video "El niño es el pasaporte para cruzar", cuando los menores se convierten en el mejor recurso para migrar a EEUU

MCALLEN, Texas. - La situación de muchas familias en Honduras, Guatemala y El Salvador es tan crítica por la falta de oportunidades y la violencia que en los últimos meses cientos de miles de padres se han visto forzados a dejar sus países con uno o varios de sus hijos, una modalidad de migración que en marzo alcanzó un máximo histórico.

Lee el especial: Los niños como pasaporte, el fenómeno detrás de la nueva ola migratoria

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Esta migración está azuzada por una idea esparcida a través del boca a boca o por la publicidad de los coyotes de que venir con un niño facilita la entrada a Estados Unidos. En realidad, lo que permite que la mayoría de centroamericanos que llegan con un menor no sean deportados de manera inmediata es una norma de protección de la infancia que obliga al gobierno federal a que sea un juez de inmigración quien decida su futuro.

Una familia hondureña y otra guatemalteca que entraron a Estados Unidos en las últimas semanas sin documentos como parte de esta nueva ola migratoria cuentan en sus propias palabras por qué decidieron migrar con sus hijos.

Familia Martínez: "Si uno logra llegar, el riesgo que se corre es bien recompensado"

La Familia Martínez es de La Esperanza, en el departamento hondureño de Intibucá. Abraham (32) y su esposa Silda (29) cruzaron la frontera de Estados Unidos sin documentos con sus hijos José Eduardo y Brianna, de 9 y 3 años respectivamente. Después de algo más de dos semanas en el camino, atravesaron el Río Bravo y se entregaron a la Patrulla Fronteriza que, tras procesarlos, los dejó en libertad. Ahora esperan en Maryland, con un primo que los patrocinó ante migración, a sus cita ante una corte de inmigración donde se decidirá su futuro en el país.

Univision Noticias los entrevistó en el albergue de Caridades Católicas de McAllen cuando esperaban a tomar el primero de los autobuses que llevaría a la familia en un largo viaje de casi 2,000 millas hasta Maryland. Estos son algunos fragmentos de su testimonio de cómo tomaron la decisión de migrar en familia y cómo fue su viaje por el que cruzaron Guatemala y México hasta llegar a Estados Unidos a finales de marzo.

La familia Martínez en el albergue de Caridades Católicas en McAllen antes de partir a Maryland.
La familia Martínez en el albergue de Caridades Católicas en McAllen antes de partir a Maryland.
Imagen Lorena Arroyo

Sobre la decisión de migrar con los niños:

Abraham (padre):“La decisión (de migrar) surgió a raíz de que teníamos nuestro propio negocio (de celulares) y un día nos dimos cuenta cuando fuimos a abrir que nos habían robado todos los productos. Es muy difícil empezar nuevamente un negocio cuando se ha puesto bastante esfuerzo y empeño en él. Igual vimos la posibilidad de poder viajar en familia, entonces decidimos venirnos todos juntos.

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La violencia también afecta bastante porque por la calle no puedes andar tranquilo. De repente te ponen la pistola y te sacan el celular o el dinero. Ya por la noche corres el riesgo que te vayan a matar o asaltar. Igual si uno tiene un negocio, te pasan vigilando si vendes o no vendes. Si terminas ganando dinero, ahí te llegan a asaltar rápido. Muchas veces se pone la denuncia y al final el que hace el asalto sabe que uno puso la denuncia y lo amenazan. (Le dicen) que si lo vuelve a hacer lo van a matar. Uno a veces no confía ni en la policía, porque la misma policía da la información al que hace eso y es más peligroso para uno.

Se escuchan diferentes historias y familiares que uno tiene en los Estados Unidos, pues lo animan a poder viajar. Pero hay personas que le tienen aprecio a uno del mismo país y le dicen que es muy arriesgado, le cuentan la historias que pasan muy ciertas, pero cuando uno quiere el bienestar para los hijos corre el riesgo de poder tomar ese camino y con la fe en Dios poder llegar bien al destino.

Costó mucho tiempo procesar la idea (de migrar) por los niños. Creo que nos llevó por lo menos un mes un o un poco más viendo si sí o no, y hablando con los niños, conversando con ellos, pues, en la inocencia de ellos, se ven muy entusiasmados que van hacia los Estados Unidos. Ellos se alegran porque por lo menos acá al llegar van a tener sus juguetes, su ropita y su buena educación, y allá es bien difícil poderle dar lo que ellos quieren.

Sacarlos de la escuela y agarrar camino es bien difícil, pero uno lo hace por ellos. Lo que queremos es que aprendan inglés porque allá una escuela bilingüe es muy cara, uno no tiene acceso a esas escuelas y la escuela pública es muy mala la educación. Entonces, uno les explica a ellos que lo hacemos por su futuro. El riesgo que se corre si uno logra llegar es bien recompensado”.

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Cuando empezamos a tomar la decisión de podernos venir, empezamos a investigar qué pasaba si uno llegaba con niños, si lograba cruzar todo México y llegaba a la frontera. Entonces algunas personas nos decían que sí era más fácil, porque uno podía pasar por medio de los niños, uno podía pasar como padre”.

El viaje:

Abraham: “Cuando uno sale (de su país) no le dice a los papás o los hermanos porque el sentimiento es bastante intenso. Es bien nostálgico, uno sale llorando de la casa. Entonces uno sale sin decir nada. Se agarra el autobús y se viene. Mi familia se dio cuenta cuando ya estaba en México. Me llamaron llorando que por qué me había venido con los niños. Igual tienen que entender, les digo yo (que es) para el bienestar de nuestros hijos”.

Silda (madre):“Cuando salimos de Honduras vinimos hasta Guatemala. El primer día, ahí nos quedamos. Luego transcurrimos hasta pasar la frontera con México. Luego nos dejaron en otro lugar de México y veníamos así en carro, nos montaban a un bus y así veníamos. Cada día nos dejaban en un lugar a descansar un rato y luego en la mañana nos levantaban de nuevo”.

Abraham: “Se sufre bastante. Más que todo los niños aguantan hambre. Dormimos en el monte, los zancudos no dejan dormir. Había lugares donde nos quedábamos que no hallábamos ni tan siquiera un cartón para poder acostarnos. Entonces nos quitábamos nosotros nuestras chamarras y las tendíamos para que ellos pudieran dormir, pero nosotros no dormíamos porque teníamos que estar pendientes de ellos que estaban a la intemperie prácticamente”.

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Silda: “Los niños se sentían como que venían de vacaciones, venían jugando. Uno (es el) que se complica al ver que no les puedes dar aunque sea agua. Porque a veces (el viaje) es largo y no pueden salir. En México más que todo, uno tiene que andar escondido, porque ahí si lo ven las redadas lo agarran”.

Abraham: “Hay días que (los niños) no comían, por lo menos con una galleta pasaban ellos. Entonces es muy duro como padre que el hijo le esté pidiendo comida y uno no poder darle nada. Entonces, ahí tienen que aguantar. Gracias a Dios en el camino se encuentra bastante gente y uno hace bastantes amigos, hay personas que lo alientan a uno a seguir y hay personas que llevan comida y comparten.

Uno a veces tiene que pagar para poder pasar sin problema. Más que todo se paga es el transporte autobuses, carros. A veces se paga algunos guías para poder pasar algunas zonas porque es bien complicado: por la policía federal (en México), cuando hay retén”.

La llegada a EEUU y el futuro:

Abraham: “Al llegar a la frontera, cuando nos agarró migración, dijimos que éramos familia, que no nos queríamos separar, que éramos casados y queríamos estar juntos. Nos preguntaron de dónde veníamos y para dónde íbamos. Entonces, nosotros les dijimos que íbamos para Estados Unidos a buscar un futuro mejor para nuestros niños y ahora que ya estamos acá damos gracias a Dios.

Aún no sabemos si solicitar asilo porque no nos hemos informado bien todavía, al llegar ahorita a nuestro destino queremos informarnos para ver qué opción tomamos.

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A mí me dijeron que nomás al llegar, ya está el trabajo acá. Entonces yo quiero descansar un día y al siguiente día ya estar trabajando. Nuestro sueño como padres es trabajar y poder hacer nuestra casita en nuestro país y a los niños ponerlos a estudiar. Aún no conocemos dónde vamos, pero pensamos que va a ser mucho mejor que donde estábamos”.

Familia García: "La mayoría viene con niños porque dicen que es el pasaporte para cruzar"

La familia García es de Olopa, un municipio del departamento guatemalteco de Chiquimula que vive del café, una actividad fuertemente golpeada por la sequía. Alexander y su esposa Alba Luz con su hijo Elvis, de 8 años.

Tras cruzar la frontera sur y ser detenidos, la Patrulla Fronteriza detuvo al padre por un lado y a la madre y al hijo en otro.
Tras cruzar la frontera sur y ser detenidos, la Patrulla Fronteriza detuvo al padre por un lado y a la madre y al hijo en otro.
Imagen Esther Poveda

Tras entregarse a la Patrulla Fronteriza, a la familia la tuvieron detenida cinco días por separado: al padre lo llevaron a un lugar y a la madre y al niño a otro. Univision Noticias los entrevistó en la estación de autobuses de McAllen a principios de abril cuando esperaban a viajar a Kansas City para encontrarse con un familiar.

Por qué decidieron migrar con su hijo:

Alexander (padre): “En Guatemala no hay oportunidades de trabajo, no hay nada. Por eso uno toma la decisión porque el café nos alcanza solo para ir sobreviviendo, pero salir adelante no se puede. Uno tiene hijos, niños, y no se pueden ni poner a estudiar una carrera y por eso uno decide venirse para acá, a ver si se le puede dar un futuro mejor a ellos.

Casi toda la gente se está viniendo para acá, porque no hay oportunidades y en parte hay mucha violencia. En el barrio donde vivimos nosotros, se han quedado los niños de dos y tres años solos sin papá. Ya las mamas mejor se vienen para acá, porque tienen temor también. A lo mejor se vienen con uno y dejan abandonados unos dos allá en Guatemala con los abuelos. Nosotros antes de que nos pasen esas cosas mejor nos venimos los tres.

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En Guatemala trabajábamos en el campo. Nos íbamos a cortar café donde otros que tenían más. Nosotros teníamos, pero era poco. En nuestra comunidad no hay mucha agua. A veces pasan 15 días, 8 días que uno no se puede bañar porque solo hay agua para tomar, solo para la cocina.

El café no madura ya, se seca en el palo y bota la hoja y ahí se pierde el palo, se muere. El maíz nomás crece y no produce nada, porque no se puede tirar fertilizante porque ya no llueve lo suficiente”.

El viaje:

Alexander: “Nosotros estábamos planeando con tiempo (venir a Estados Unidos). Unos dos, tres meses atrás. Nos vinimos por nuestra cuenta hasta aquí a la frontera y aquí sí recurrimos a un guía para que nos cruzara el rio y entregarnos con migración.

Fue muy duro desde que salimos de Guatemala durmiendo en el suelo, con hambre, frío, de todo. Ahí en el rio nos tocó dormir una noche en el puro campo, ahí en la orilla del rio”.

Alba Luz (madre): “Fue muy duro para mí. Es triste porque yendo, todavía no habíamos cruzado el río y nos dejaron toda la noche entera sin nada, solo con esta ropa nada más, porque ahí no lo dejan cruzar nada y nos dejaron allí en el puro campo durmiendo con espinas, zancudos, mosquitos que lo pican a uno. Es un camino muy duro, larguísimo”.

Alexander: "Lo más duro yo pienso que es desde que vinimos aquí a la frontera, ahí en Reinosa. Porque ahí conocimos a un guía que nos iba a cruzar el río y nomás nos fue a dejar a la orilla del río. Ahí se quedó solo. Nos dejó un número de teléfono y los teléfonos que traíamos nosotros no tenían señal y nos dijo: 'A las dos de la mañana los van a cruzar'. No conocíamos ni al lanchero que nos cruzó... Solo nos dijo: 'A tal hora los van a cruzar y ahí están listos, solo de que los crucen al otro lado ya están adentro'. A nosotros nos cobraron 1, 500 dólares por los tres por el paso en el río.

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En la balsa iban 10 personas, todos con niños casi la mayoría de gente viene con niños porque dicen el niño es el pasaporte para cruzar, casi la mayoría dicen así".

La llegada a EEUU y el futuro:

Alexander: “Fue un poco triste porque nos detuvieron los de migración y nos separaron, cada quien, por su lugar. Uno pensando: ¿para donde se llevaron a mi hijo y mi esposa? Cuando nos tomaron huellas, fotos, nos tomaron juntos los tres y separados. Desde ahí no nos volvimos a ver hasta la salida... A mí me dijeron por la mañana: hoy te vas y me pusieron un grillete. Ella ni sabía, en el instante ya cuando yo estaba afuera, la fueron a levantar de donde estaba”.

Alba Luz: “Yo pensaba que ya no nos íbamos a volver a ver, porque como lo separan y como A cada quien le toman sus datos ahí, como hay veces ahí que le dicen (que) a uno van a mandar, e=al otro lo van a deportar y uno piensa lo peor. Es triste estar ahí, estuvimos cinco días separados. Ahí donde uno está durmiendo, lo levantan: ‘Arriba, arriba’ y los niños bien dormidos, nos toca levantarlos así, es triste.

No nos dejaban hacer nada, ni nuestro cabello peinar, sin bañar, ocho días sin bañar porque ahí no le dan permiso de nada, ahí ni de salir, solo encerrados, solo recibir la comida. Solo unos burritos le dan a uno. Eso es lo único que dan”.

Alexander: “Cuando recuentan a veces lo levantan a las 10 de la noche, 12 y 4 de la mañana. Yo sé que es su trabajo. Pero qué necesidad. Ellos tienen una orden de hacer eso, entonces ellos tienen que cumplirla y uno respetarla. Y uno hace lo que ellos le dicen.

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A veces como entraba gente casi de noche, la mayoría de gente entraba de noche a uno lo levantaban, ya estaba acomodado, lo sacaban para afuera en el piso y les daban los colchoncitos a los que llegaban, siempre así, cada vez, y a uno lo dejaban durmiendo en el piso.

A nosotros no nos contaron cómo era el trato aquí, nos decían: ‘Con niños pasan fácil’. Algunos decían que uno o dos días los detenían y los mandaban, siempre todos los que han venido, todos los han mandado para adentro, siempre pasa pero nosotros no sé por qu´é tardaron cinco días.

El futuro:

Alexander: “Ahora vamos a Kansas City, donde mi cuñado. Tenemos que asistir a la corte este mes. Nosotros nos quisiéramos quedar, pero si el juez decide así, nos toca regresar, porque ellos deciden. Aquí lo que Dios diga, si Dios nos tiene preparado este lugar para nosotros, nos quedamos y, si no, nos vamos. No quisiéramos porque mira lo que hemos sufrido para llegar hasta aquí.

Quisiéramos poder trabajar y darle un futuro mejor a nuestro hijo, ese es el sueño que llevamos, ofrecerle una carrera para que el salga adelante ya cuando este más grande".

*Los testimonios de las familias Martínez y García fueron tomados por Lorena Arroyo y Esther Poveda.

Solo en el mes de marzo, más de 53,000 unidades familiares entraron al país de esta manera, un máximo histórico. El sector del Valle del Río Grande es desde hace años el que registra el mayor número de aprehensiones de migrantes indocumentados de toda la frontera. En marzo llegaron casi 21,000. 
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Lo que permite que la mayoría de migrantes que llegan a EEUU con un niño no sean deportados de manera inmediata son dos normas de protección de la infancia: una ley de 2008 para la prevención del tráfico humano (TVPRA) y el Acuerdo Judicial Flores de 1997, que prohíbe al gobierno privar de libertad a menores de edad en centros de detención. Gracias a ellas, venir de la mano de un niño se convierte prácticamente en una garantía para la liberación del padre o tutor que lo acompaña.
Mario, de 26 años, y su hija Sindy, de 3, cruzaron la frontera sur de EEUU después de más de dos meses y medio en el camino. “Lo más duro ha sido el hambre, pero tomé esta decisión por mi hija que tiene una enfermedad de corazón”, afirma este hondureño, que es padre soltero. Dice que en su país, su empleo en fincas de banano no le daba ni para comprar la leche de la niña. Salió de Honduras con sólo 1,000 lempiras (unos 40 dólares) y le tocó pararse a trabajar en Guatemala y México para conseguir más dinero y poder así continuar el camino.
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En un viernes reciente de marzo en que Univision Noticias acompañó a la Patrulla Fronteriza, los oficiales procesaron a más de 1,100 personas solo en ese sector denominado 'Valle del Río Grande', según datos de esa agencia federal. Fue un día típico, dicen, que refleja la tendencia de la llegada masiva de unidades familiares. En la foto, la hondureña Roxi Xiomara Hernández (con camisa verde) posa junto a su hijo y a un grupo de madres migrantes que conoció en el camino. "Mi esposo vino aquí hace cuatro meses. Está en Tennessee. Él se vino por la delincuencia. Yo me arriesgué porque el niño no soportaba estar lejos del papá", cuenta.
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Algunos padres viajan con bebés tan pequeños que tienen que cargarlos todo el camino en brazos, como hizo esta migrante hondureña que llegó a Estados Unidos con su hijo de 10 meses.
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La mayoría de familias que llegan a este punto de la frontera son de Honduras, Guatemala y El Salvador. Sienten que huir es la única manera de ofrecer un futuro a sus hijos ante los problemas que los agobian, que van de la violencia de las pandillas y la pobreza a los efectos que el cambio climático está teniendo en algunas zonas del corredor seco de Centroamérica.
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"Cuando llegan estas cantidades de migrantes en esos grupos tan grandes se requieren más agentes para poder procesarlos y prepararlos para el transporte", afirma el portavoz de la Patrulla Fronteriza del sector del Río Grande, Carlos Ruiz. "Esto causa que nosotros tengamos que sacar a gente de un área (...) lo cual abre las puertas en otras áreas de la frontera".
Una vez que los migrantes se entregan a la Patrulla Fronteriza, los agentes procesan a los recién llegados: los cuentan y les dan unas bolsas de plástico para que metan los cordones de los zapatos, cinturones, cadenas y cualquier objeto con el que se puedan hacer daño.
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María cruzó el Río Grande con sus hijos Victoria Alejandra, de 17 años, y Juan, de 13. La mujer, que en Honduras trabajaba indicando las rutas de autobuses a los viajeros en la estación de Tegucigalpa, le dijo al agente de la Patrulla Fronteriza que se fue por la falta de oportunidades y la violencia.“Si no quitan a los gobiernos que están, nos vamos a ir todos”, aseguró.
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Carlos Humberto y Nubia Alejandra proceden de la aldea de Coral en Lempira (Honduras) y, una vez procesados, planeaban juntarse con un familiar que vive en Houston. “¿Han visto Houston en la televisión?”, les preguntó el agente de la Patrulla Fronteriza. “No señor. No tenemos ese privilegio. En mi comunidad no hay ni luz”, le contestó el padre. En Honduras, Carlos Humberto era agricultor cafetalero, pero dice que su cosecha se vio fuertemente afectada por la epidemia de roya y la sequía.
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Susely Álvarez tiene 27 años, es de Escuintla (Guatemala) y cruzó la frontera con sus dos hijos Alexander y Justin. La mujer asegura huir de la violencia de género y quiere buscar un tratamiento para su hijo mayor que padece de autismo. Mientras esperan a la Patrulla Fronteriza, el niño se impacienta. “Quiero ir a casa”, le dice a su mamá.
Muchos migrantes aseguran no haber tenido que pagar coyotes hasta que llegaron al lado mexicano del Río Grande. Este grupo de salvadoreños dice haber llegado “a puro jalón” (de bus en bus). “Somos la familia peluche”, afirma Ever, de 7 años, al bromear con su madre sobre cómo habían salido ellos dos solos y acabaron cruzando el río como junto a este grupo de salvadoreños con los que hicieron piña. La mayoría de ellos vienen de Usulután y dicen huir de la violencia.
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Entre los salvadoreños que llegan escapando de la violencia también hay menores no acompañados como Alfonso, de 16 años, que dice huir de las amenazas de las pandillas. “Al salir del colegio, me agarraron y me amenazaron porque no quise andar con drogas. Nosotros somos de una iglesia y me llamaron marica por no querer coger la droga”, asegura. En EEUU espera poder reencontrarse con su abuela que vive en Los Ángeles.
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A lo largo de todo el día no paran de llegar adultos acompañados de niños a esta zona conocida como Rincon Landing, cerca de la ciudad de McAllen. "En su país de origen les dicen que es mucho más fácil cruzar la frontera y poder ser quizás liberados por la Patrulla Fronteriza si vienen con un niño o menor”, asegura el agente Ruiz.
En la orilla del Río Grande es fácil encontrarse con vestigios de los cientos de centroamericanos que lo cruzan cada día. El verde y el marrón de la naturaleza de la zona se ven interrumpidos por los colores de las prendas de ropa que dejan los migrantes cuando llegan a Estados Unidos.
Algunos de los objetos que dejan los migrantes tras cruzar el río hablan por si solos, como este libro roto llamado 
<i>'Consuelo en tiempos de prueba'</i> que Rossmery Saravia le dedica a José Lenny Hernández.
Entre las cosas que los migrantes dejan atrás también hay documentos que dan fe de su procesamiento por las autoridades migratorias mexicanas, como este certificado de nacionalidad de un adolecente hondureño.
También hay muchas prendas de niños y bebés, una muestra de la nueva ola migratoria en la que los hombres adultos han dejado de ser mayoría entre los capturados por la Patrulla Fronteriza.
Además de las familias, también continúan creciendo los números de los menores no acompañados que llegan al país. En marzo fueron casi 9,000 los aprehendidos por la Patrulla Fronteriza.
A Génesis Antonia, de 6 años, y a su mamá Reyna Vega les tomó algo más de una semana para llegar de El Salvador a Texas. “Tuve que sacar a la niña del kínder porque yo trabajaba ahí en el comedor y me estaban pidiendo dinero y me amenazaron con hacerle algo si no les entregaba el dinero”, asegura la madre. Su objetivo tras ser procesada era encontrarse con un tío suyo que vive en Virginia.
Unas horas después de que llegaran los primeros migrantes a la zona de Rincon Landing, aparecen varios autobuses y camionetas de una empresa subcontratada. Después de cachear a los hombres y a los niños varones, los empleados pasan lista de los próximos que llevarán al centro de procesamiento de la Patrulla Fronteriza.
Mientras trasladan a los primeros que se entregaron, siguen apareciendo grupos de decenas de centroamericanos. Una vez que la Patrulla Fronteriza los procesa, algo que no debería tomar más de 72 horas, la mayoría de migrantes que llegan con niños son liberados en un albergue de Caridades Católicas de McAllen donde les asisten hasta que pueden viajar a la ciudad de Estados Unidos donde les patrocina algún familiar.
Los migrantes suelen ser liberados con un documento que indica la fecha en la que deben presentarse en una corte en la que un juez decidirá su futuro en el país; un proceso que, con las cortes de migración saturadas, puede tardar meses o incluso años.
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Solo en el mes de marzo, más de 53,000 unidades familiares entraron al país de esta manera, un máximo histórico. El sector del Valle del Río Grande es desde hace años el que registra el mayor número de aprehensiones de migrantes indocumentados de toda la frontera. En marzo llegaron casi 21,000.

Imagen Lorena Arroyo
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