"Somos una mina de oro para el crimen": Los migrantes devueltos por EEUU a México, carne de cañón para los cárteles

Las nuevas políticas migratorias de Donald Trump están dejando a miles de migrantes varados ante el crimen organizado. Sus historias hablan de robos, de extorsiones por parte de criminales o funcionarios corruptos, de secuestros y se enfrentan a la disyuntiva de pagar para volver a cruzar nuevamente a EEUU o simplemente para que los dejen libres.

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María Verza (AP).
El tráfico y secuestro de migrantes en México se ha convertido en un negocio lucrativo para los grupos del crimen organizado. En Veracruz, 44 migrantes que viajaban en un autobús fueron secuestrados durante varias horas por criminales que los despojaron de todas sus pertenencias.
Video Tras la prohibición de caravanas migrantes en México, los secuestros masivos se han vuelto comunes

NUEVO LAREDO, México.- Los narcos de Nuevo Laredo tienen muy claro lo que buscan cuando salen a la caza de presas: hombres y mujeres sin cordones en los zapatos. Esos pies dicen mucho de sus dueños. Son la prueba de que entraron a Estados Unidos para pedir asilo, pero lo único que lograron fue estar detenidos unos días -cuando les quitaron los cordones por cuestiones de seguridad- antes de ser tirados de vuelta en la boca del lobo, en el violento estado de Tamaulipas.

En años anteriores, los migrantes pasaban con rapidez por esta tierra de cárteles. Ahora, con las nuevas políticas migratorias de Donald Trump, se quedan ahí durante meses mientras esperan sus citas en las cortes estadounidenses, varados en las fauces del crimen organizado.

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Sus historias hablan de robos, de extorsiones por parte de criminales o funcionarios corruptos, de secuestros... Narran cómo las únicas opciones con las que se enfrentan son pagar para cruzar de manera ilegal a Estados Unidos, aunque sus planes no sean esos, o simplemente para que los dejen libres.


A veces escapan de un grupo para caer en las manos de otro o puede que sean ellos mismos los que, en medio de la desesperación, buscan de nuevo a los traficantes con tal de hallar cualquier salida que no implique regresar a los países de los que huyeron.

Pero, en ocasiones, ni así salen del limbo.

Una contadora hondureña de 32 años que viaja con su hija lo sabe bien. Lleva cuatro meses atrapada en un círculo vicioso de cruces y devoluciones legales e ilegales entre los dos países que sólo han hecho crecer sus deudas y su desesperanza. “Somos una minita de oro para el crimen”, lamenta resignada desde la ciudad de Monterrey, a 200 kilómetros de la frontera estadounidense.

"Una auténtica pesadilla"

Tamaulipas es la esquina noreste de México. Sus peligros son bien conocidos. Es el único estado fronterizo al que el Departamento de Estado prohíbe a los estadounidenses poner el pie por ser un territorio controlado por los cárteles. Washington lo coloca en un nivel de alerta similar al de países en guerra como Afganistán y Siria.

Washington ha devuelto a más de 55,000 migrantes a México mientras sus solicitudes de asilo deambulan en cortes estadounidenses.
Washington ha devuelto a más de 55,000 migrantes a México mientras sus solicitudes de asilo deambulan en cortes estadounidenses.
Imagen Fernando Llano/AP

Hasta hace poco los migrantes pasaban de largo por estos territorios. Bien cruzaban rápido el río Bravo hacia Texas o atravesaban los puentes para solicitar asilo, un trámite que les permitía quedarse en Estados Unidos, aunque fuera en detención, mientras se les daba una respuesta.

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Todo cambió con el endurecimiento de las políticas migratorias de la administración de Donald Trump. La frontera se ha convertido en un embudo donde cada vez son menos los que pueden entrar legalmente y más los que salen mediante el programa conocido como “Permanecer en México” o Protocolos de Protección de Migrantes, una estrategia mediante la que Washington ha devuelto a más de 55,000 personas mientras sus solicitudes de asilo deambulan, con pocas posibilidades de prosperar, por la intrincada burocracia de unas cortes estadounidenses desbordadas.

México no estaba preparado para esta afluencia de migrantes a lo largo de la frontera y mucho menos en Tamaulipas. Por eso las autoridades se han esforzado en sacarlos de esta región hacia Monterrey o incluso hasta la frontera con Guatemala. Los funcionarios dicen que es por su seguridad. Para algunos analistas, se trata de un claro reconocimiento del estado de anarquía que subyace en estas tierras.

Mientras, la delincuencia organizada se frota las manos. Ha sabido adaptarse y aprovechar muy bien este lucrativo botín desembarcado directamente en algunos de sus feudos. Familias enteras, muchas veces con niños, son tratadas como mera mercancía o cual cajeros automáticos andantes, listos para alimentar sus negocios criminales.

“Probablemente, no hay nada peor que se pueda hacer en cuanto a seguridad en la frontera”, dice Jeremy Slack, investigador de temas fronterizos en la Universidad de Texas en El Paso. “Es una auténtica pesadilla”.

Pagar por la liberación o por cruzar de nuevo

Yohan, un exguardia de seguridad nicaragüense de 31 años, fue devuelto a México en julio solo con su celular y una funda de plástico con una cita para solicitar asilo. Sin cordones en los zapatos ni dinero, y con su esposa y dos hijos de 10 y 2 años a su cargo, se internó en Nuevo Laredo, una ciudad dominada por el Cártel del Noreste, escisión de los sanguinarios Zetas.

La hija de 10 años de Yohan, un exguardia de seguridad nicaragüense, ayuda a su padre en un albergue para migrantes en Monterrey, México. La familia estuvo secuestrada en el estado fronterizo mexicano de Tamaulipas.
La hija de 10 años de Yohan, un exguardia de seguridad nicaragüense, ayuda a su padre en un albergue para migrantes en Monterrey, México. La familia estuvo secuestrada en el estado fronterizo mexicano de Tamaulipas.
Imagen Fernando Llano/AP

Tímido y conteniendo sus emociones, sobre todo cuando sus pequeños juguetean a su lado, cuenta su historia desde un lugar en Monterrey, donde una organización le ofrece albergue, comida y trabajo mientras se resuelve su situación.

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Su plan era pedir ayuda a las únicas personas que conocía en la región: sus coyotes. Le habían tratado bien, le daban cierta confianza y estaban en Ciudad Miguel Alemán, a 160 kilómetros de Nuevo Laredo y también en la frontera.

Antes de llegar a la terminal de autobuses, dos desconocidos le interceptaron mientras otro grupo bloqueaba su familia. Sólo vio a uno armado, pero no hacía falta más. Los subieron a una camioneta, les quitaron lo poco que llevaban, incluidos los zapatos.

Les dieron una oportunidad de elegir su destino: pagar por su liberación o por un nuevo cruce.

A lo largo de toda la frontera norte se han dado casos de abusos y crímenes contra migrantes, pero este año Tamaulipas vive la situación más preocupante. Es el estado por donde cruzan más migrantes de manera ilegal. También por donde el gobierno estadounidense ha devuelto a más personas a pesar del peligro: 20,700 al 1 de octubre.

Nuevo Laredo, donde más secuestros se han reportado

El Instituto para las Mujeres en la Migración, una ONG con sede en Ciudad de México, ha documentado 212 secuestros de migrantes y solicitantes de asilo en este estado desde mediados de julio -cuando comenzó a implementarse ahí el programa “Permanecer en México”- hasta mediados de octubre.

Imágenes religiosas decoran la cocina de un albergue para migrantes en Monterrey, México. Los migrantes que esperan en el estado fronterizo mexicano de Tamaulipas cuentan historias de horror que incluyen robos, extorsiones por parte de criminales y funcionarios corruptos y secuestros.
Imágenes religiosas decoran la cocina de un albergue para migrantes en Monterrey, México. Los migrantes que esperan en el estado fronterizo mexicano de Tamaulipas cuentan historias de horror que incluyen robos, extorsiones por parte de criminales y funcionarios corruptos y secuestros.
Imagen Fernando Llano/AP

De todos esos secuestros, 197 ocurrieron en Nuevo Laredo, una ciudad de poco más de medio millón de habitantes y que vive del comercio internacional que diariamente cruza sus puentes.

Uno de estos casos es el de Yohan quien, como otras víctimas de esta historia, pide ocultar su nombre completo por miedo a represalias.

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La familia salió de Estelí, en el norte de Nicaragua, hace más de tres meses cuando los paramilitares se enteraron de que fue testigo del asesinato de un opositor a manos de funcionarios del gobierno. Comenzaron a seguirle, pintaron amenazas de muerte en los muros de su casa y tuvo que huir.

Cuando pisó territorio estadounidense, pensó que empeñar la casa de su madre para pagar los 18,000 dólares que le pidieron los traficantes había valido la pena. Ahora, arruinado y con temores por todas partes, no está seguro de nada.

Sus captores les dijeron “que eran del cartel, que no eran secuestradores, que su trabajo era cruzar gente y que nos llevarían con el pollero (otra manera de llamar al coyote o traficante) para que nos explicara las condiciones”. Acto seguido conectaron un cable al celular para sacar toda la información.


El primer impulso de Yohan fue darles la clave de sus antiguos traficantes, la contraseña con la que cada grupo distingue a “sus” migrantes. “Eso no nos vale, me dijo uno”.

La clave era del grupo contrario.

Entre polleros y cárteles

El crimen organizado en Tamaulipas se fragmentó en la última década y ahora las células operan como si fueran franquicias con contactos en todo México y Centroamérica, explica Guadalupe Correa-Cabrera, de la Universidad George Mason y experta en crimen organizado y tráfico de personas.

“Son contratistas, dan un servicio, controlan el territorio, operan las casas de seguridad y cobran por todo ello”, agrega.

En esta imagen del 12 de octubre de 2019, un migrante cubano que pidió asilo en Estados Unidos, sentado en una silla de ruedas en un refugio migrante en Reynosa, México, mientras espera su cita con autoridades migratorias estadounidenses.
En esta imagen del 12 de octubre de 2019, un migrante cubano que pidió asilo en Estados Unidos, sentado en una silla de ruedas en un refugio migrante en Reynosa, México, mientras espera su cita con autoridades migratorias estadounidenses.
Imagen Fernando Llano/AP

Los días de cautiverio de la familia de Yohan, junto a otra salvadoreña, dos cubanos y dos mexicanos, transcurrieron de casa de seguridad en casa de seguridad, aparentes domicilios particulares u oficinas en donde dormían en el suelo y mataban el tiempo intentando jugar con los niños o atendiendo la visita que les hacían los miembros del grupo encargados de hacer las llamadas de extorsión.

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Sin armas visibles, eran vigilados en todo momento. Las conversaciones con sus captores le permitieron hacerse una idea de lo organizado que estaba el mundo en el que se encontraba.

“Hice confianza con uno de 16 años”, explica. “Me dijo, ‘habemos 15 polleros, el cártel nos trae a las personas aquí y nosotros las cruzamos pagando al cártel el cruce del río y todo el movimiento”.

También le contaron que tuvieron que contratar más gente. "Como Estados Unidos está deportando a tantos por aquí, los estamos capturando y se nos ha aumentado el trabajo, estamos saturados”.

16,000 dólares por una familia de cuatro

Le pidieron 16,000 dólares por los cuatro. “Nos dieron una lista con muchos nombres y teníamos que depositar 450 a cada persona” y sin usar ciertas compañías, más rastreables por las autoridades.

Pero Yohan sabía que su familia nunca conseguiría tanto dinero porque estaban embargados con el primer préstamo. Sólo lograron reunir 3,000 dólares y la tensión creció.

“Los voy a entregar al cártel”, dice que les gritaba uno de los captores.

Antes, los migrantes pasaban con rapidez por zonas como Reynosa. Ahora, con las nuevas políticas migratorias de Donald Trump, se quedan ahí durante meses mientras esperan sus citas en las cortes estadounidenses, varados en las fauces del crimen organizado.
Antes, los migrantes pasaban con rapidez por zonas como Reynosa. Ahora, con las nuevas políticas migratorias de Donald Trump, se quedan ahí durante meses mientras esperan sus citas en las cortes estadounidenses, varados en las fauces del crimen organizado.
Imagen Fernando Llano/AP

El pánico creció cuando su hijo pequeño, el único que reía ajeno a todo, se les enfermó con paperas. Consiguieron un poco de leche extra a cambio del anillito de oro de la niña, pero como el niño no mejoraba optaron por liberarlos no sin antes tomar bien sus nombres y hacerles fotos a todos. Los tendrían controlados.

“Nos dijeron que el cártel no les permite tener niños enfermos. Creo que fue por eso”.

No es cuestión de humanidad, sino de negocios, explica Correa-Cabrera. Un niño muerto puede atraer la atención de los medios y de las autoridades.

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Después de 14 días retenidos y antes de dejar la casa de seguridad, sus captores advirtieron a Yohan que si alguien los interceptaba tenían que dar la siguiente clave: “Ya pasamos por la oficina checando”.

Entonces no sabían que sólo tendrían que pasar unas horas para que tuvieran que pronunciar las seis palabras mágicas que salvarían a toda la familia de un nuevo secuestro justo cuando iban a tomar un autobús a Monterrey. El engranaje criminal había funcionado.

Casi dos meses después, el 22 de septiembre, Yohan y su familia tuvieron que regresar a Nuevo Laredo para su cita. Aterrado, llevaba en la mano algo que lo mismo podía ser una llave de entrada a Estados Unidos como una bomba de relojería en México: la denuncia de su secuestro, que presentó en Monterrey.

"Papi, mire, una camioneta como la que nos agarró"

La ley estadounidense permite que migrantes vulnerables no sean devueltos, pero dio igual. En cuestión de horas estaban otra vez de regreso en México, en el mismo estacionamiento del edificio de migración mexicana de la primera vez y desde cuya entrada se ven las casas de cambio, las cantinas y los ojos vigilantes al acecho de presas. Se le hizo un nudo en el estómago cuando su niña le dijo: “Papi, mire, una camioneta como la que nos agarró”.

Las autoridades mexicanas organizan traslados gratuitos para quienes quisieran salir de las ciudades fronterizas y regresarse a sus países de origen. Yohan y su familia no pensaban en volver a casa, pero pidieron al conductor que les dejara en Monterrey, donde la ONG que les ayudó estaba dispuesta a recibirlos de nuevo.

El nicaragüense Yohan habla con un migrante recién llegado al albergue en el que en ese momento vivía con su familia en Monterrey, México.
El nicaragüense Yohan habla con un migrante recién llegado al albergue en el que en ese momento vivía con su familia en Monterrey, México.
Imagen Fernando Llano/AP


En el camino, el conductor les exigió 200 dólares de extorsión para hacerlo. Como no tenían el dinero, el chofer les dejó tirados en plena madrugada a casi cien kilómetros de su destino con otras cuatro personas. Durmieron todos apiñados en un estacionamiento para alejar el miedo.

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Secuestros y amenazas también a quienes ayudan a los migrantes

A diferencia de otras ciudades fronterizas, como Tijuana o Ciudad Juárez, en Nuevo Laredo apenas se ven migrantes por las calles. El miedo los enclaustra aun a sabiendas de que no están seguros ni en los albergues, de donde se llevaron este verano a un pastor, Aarón Méndez, que todavía está desaparecido.

Mucho menos en los trayectos desde y hasta la terminal de autobuses.

Un par de meses después de la desaparición de Méndez, hombres armados interceptaron a unas personas que ayudaban a los migrantes en estos traslados. Se llevaron a los que iban en su camioneta y lanzaron una clara advertencia: si seguían con esa práctica, los matarían.

La desesperación de las nuevas políticas migratorias ha hecho que algunos migrantes se arriesguen a cruzar el Río Grande. Estas cruces recuerdan a algunos que han perdido la vida en su intento de llegar a EEUU.
La desesperación de las nuevas políticas migratorias ha hecho que algunos migrantes se arriesguen a cruzar el Río Grande. Estas cruces recuerdan a algunos que han perdido la vida en su intento de llegar a EEUU.
Imagen Fernando Llano/AP


Kennji Kizuka, investigador del colectivo Human Rights First, con sede en Nueva York, cuenta la historia de una mujer que al cruzar a Estados Unidos para su cita tuvo que entregar su celular. Durante las horas que estuvo incomunicada, su familia recibió llamadas diciendo que ella estaba secuestrada y exigiéndole agresivamente el pago del rescate.

“Está claro que tienen un sistema muy sofisticado para elegir a sus víctimas”, afirma Kizuka.

El investigador menciona otro caso en el que miembros del crimen organizado entraron en la oficina del Instituto Nacional de Migración (INM) de Nuevo Laredo para llevarse a migrantes retornados. Una mujer se escondió en el baño con su hija y logró llamar a un pastor para que fuera a sacarlas de allí. El vehículo entró en el estacionamiento de migración, madre e hija subieron, pero fueron bloqueados a unas calles de ahí. Según Kizuka, las migrantes fueron sacadas del vehículo, aunque los narcos acabaron liberándolas sin hacerles daño gracias a que usaron una clave, como hizo Yohan.

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Mientras todo esto sucede, los gobiernos de los dos países parecen mirar para otro lado.

La cancillería mexicana declinó hacer comentarios para esta historia. Y la Patrulla Fronteriza estadounidense asegura que seguirán devolviendo a migrantes por Tamaulipas.

Brian Hastings, jefe de operaciones de la Patrulla Fronteriza, indicó a la AP que la cantidad de solicitantes de asilo retornados se había reducido recientemente porque llegaban menos migrantes a la frontera, no debido a la violencia.

Dijo no creer que “exista una amenaza hacia esa población” y consideró que lo que ocurre en Tamaulipas es “una pequeña guerra entre el cártel y la policía del estado”.

Los números muestran, sin embargo, que el peligro es real.

Pocas denuncias en la "zona de silencio"

En agosto, Human Rights First tenía registrados 110 crímenes violentos contra migrantes retornados. En octubre, cuando ya se habían abierto las devoluciones por Tamaulipas, esa cifra se triplicó. Y Kizuka considera que esto sólo es la punta del iceberg.

La delincuencia organizada ha sabido adaptarse y aprovechar la presencia de los migrantes: familias enteras, muchas veces con niños, son tratadas como mera mercancía o cual cajeros automáticos andantes, listos para alimentar sus negocios criminales.
La delincuencia organizada ha sabido adaptarse y aprovechar la presencia de los migrantes: familias enteras, muchas veces con niños, son tratadas como mera mercancía o cual cajeros automáticos andantes, listos para alimentar sus negocios criminales.
Imagen Fernando Llano/AP

Denunciar o investigar en un estado considerado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como una gran “zona de silencio” puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

En diversos viajes a Nuevo Laredo, Reynosa, Matamoros y Monterrey la AP entrevistó a decenas de personas que habían sido víctimas de algún delito, pero sólo una denunció.

En el país, los secuestros no son nada nuevo.

En plena guerra contra el narcotráfico, la Comisión Nacional de Derechos Humanos presentó unos datos que sobrecogieron: en sólo seis meses durante 2009 registraron que casi 10,000 migrantes habían sido víctimas de secuestro mientras atravesaban México.

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En aquellos años, los cárteles estaban siendo fragmentados por la acción gubernamental y además luchaban entre ellos, con lo cual los migrantes cubrían dos necesidades básicas: dinero y mano de obra. O sus familias pagaban o trabajaban para ellos. La otra alternativa era la muerte.

Aunque la situación se dio en toda la ruta migratoria, Tamaulipas se convirtió en un símbolo de esas atrocidades cuando en 2010 se encontraron 72 migrantes asesinados en un rancho de San Fernando y un año después 193 cadáveres en fosas clandestinas de la misma zona. Aparentemente todos fueron migrantes víctimas de venganzas entre grupos antagónicos para perjudicar el negocio de los rivales.

Ahora la situación es distinta, explica Raymundo Ramos, del Comité de Derechos Humanos de Nuevo Laredo. Los grupos quieren sobre todo financiación. “Tienen que recuperar mucho del dinero perdido en esas guerras”. Y alerta: la situación puede escalar. “Estamos repitiendo el mismo camino de impunidad y dios no quiera que tenga que aparecer otro San Fernando”.

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador quiere evitarlo a toda costa y asegura haber reforzado su lucha contra los traficantes con un despliegue de más de 25,000 efectivos militares y de la Guardia Nacional en las fronteras norte y sur y en las principales rutas.

Sin embargo, todos los testimonios recopilados en esta historia describen situaciones que ocurrieron después de ese despliegue.

Reynosa, un territorio disputado por grupos rivales

Reynosa, en la frontera con McAllen, es una ciudad de maquilas de 650,000 habitantes y la más grande de Tamaulipas. Es también el símbolo de las guerras más sangrientas del noreste de México y uno de los principales puntos de cruce ilegal hacia Texas junto con Ciudad Miguel Alemán. Estados Unidos no devuelve a solicitantes de asilo por ahí, pero muchos quedaron varados esperando una oportunidad para atravesar el río o a la espera de su turno para pedir asilo en la garita. Otros llegan cuando son devueltos por otras ciudades, creyendo que pueden estar más seguros o encontrar trabajo.

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La ciudad, disputada por grupos rivales, parece tener un cerco invisible y la mayoría de los migrantes entrevistados dijeron haber tenido que pagar cantidades diferentes para atravesar los controles situados en las principales entradas.

Un grupo de migrantes cubanos rezan en un refugio para migrantes en Reynosa.
Un grupo de migrantes cubanos rezan en un refugio para migrantes en Reynosa.
Imagen Fernando Llano/AP

Fortino López Balcázar, abogado y defensor de derechos humanos, recuerda que los migrantes siempre han sido presa de los cárteles, aunque de forma diferente. La delincuencia se apoderó primero del río, y ahí los asaltaban y golpeaban. Luego empezaron a llevárselos de la estación de autobuses, más tarde de las calles.

El aeropuerto está igual de controlado.

Una maestra de 46 años de La Habana y su hijo de 16 aterrizaron aquí el 13 de agosto desde Ciudad de México con el teléfono de un taxista de confianza que les dio el abogado con quien habían coordinado el viaje. Ya en el taxi hacia el centro de Reynosa, en plena mañana, otros dos taxis les bloquearon, se subieron unos hombres, les quitaron el celular y el dinero y se los llevaron a una casa en construcción.

“El abogado nos vendió”, asegura indignada la mujer.

Por la noche fueron trasladados a un lugar al aire libre, una especie de bosquecillo aparentemente no lejos del Río Bravo donde había más rehenes. Entre ellos un grupo de cubanos que también habían sido capturados al salir del aeropuerto, cuando varios vehículos les interceptaron.

“El tráfico se paró”, explica uno de los hombres. “Parecía que el FBI nos cayó como si fuéramos terroristas”, agrega, convencido que quien les delató fue el agente de migración que les atendió al aterrizar porque discutieron por unos documentos.

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El gobierno de López Obrador llegó a decir que el INM era una de las instituciones más corruptas de México. A principios de año, ese organismo anunció una limpieza y más de 500 funcionarios fueron cesados en todo el país. Según una persona con información de ese proceso, Tamaulipas fue uno de los estados más afectados por la purga. Algunos de los despedidos trabajaban en los aeropuertos. Otros en Reynosa.

En febrero fue destituido el subdelegado del INM en Reynosa, a quien acusaron de cobrar más de 3,000 dólares a los migrantes que detenía para no deportarlos. Meses después volvieron las denuncias, esta vez por exigir pagos de 1,500 dólares por adelantar a migrantes en la lista de espera, un instrumento que se ha prestado a mucha manipulación en diversos puntos de la frontera.

En el bosquecillo, la maestra y su hijo pasaban día y noche angustiados. Ahí la presentaron al “comandante” que le dijo que tenía que “pagar por el piso” y una multa por no ir con guía. El rescate era de 1,000 dólares por cabeza.

No les maltrataron. “Lo peor era lo que veías”, susurra ella.

Y lo que vio fueron las entrañas del crimen organizado, situaciones propias de las películas que veía en Cuba con la antena parabólica ilegal que la puso en la mira de las autoridades.

Estas escenas se desarrollaban ante sus ojos, sin que supiera muchas veces qué ocurría: una vez un hombre intentó asfixiar a otro con un nylon en la cara; en otros momentos los secuestradores, algunos apenas adolescentes, golpeaban a un coyote, también secuestrado, por ser del grupo contrario. De lo que le gritaban, entendió que querían forzarle a trabajar para ellos.

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El terror se apoderaba de ella cuando pasaba un helicóptero y sus captores les urgían a esconderse como pudieran porque si eras descubierto en el sobrevuelo el rescate subiría de 1,000 a 20,000 dólares por cabeza. Si se escapaba alguno de los compañeros, también.

El bosquecillo era un ir y venir de gente: unos llegaban golpeados, otros querían cruzar ilegalmente a Estados Unidos, algunos más eran entregados por hombres uniformados.

A la maestra, una mujer delgada de rostro alargado y enormes ojos negros, le cuesta todavía entender del todo lo que pasaba en aquel lugar; un infierno donde “la empresa”, así llamaban los secuestradores a su grupo, compraba y vendía seres humanos.

Edith Garrido, una monja que trabaja en la Casa del Migrante de Reynosa, cuenta que parte de ese trasiego se debe a la acción de policías o criminales vestidos de policías, a los que llaman “polinegros” o “los clonados”.

“Van a las casas de seguridad, les dicen al grupo ‘dame 10, 15, 25’; ellos dicen que se los van a llevar a un lugar más seguro y se lo ofrecen al mejor postor”, es decir, al pollero que más dinero les dé para luego hacer lo que quiera con ellos.

“Un migrante es dinero para ellos”, asegura la religiosa, “no una persona”.

Los secuestradores les dejaban a los migrantes los celulares algunas horas para coordinar con familiares los pagos del rescate, siempre pequeñas cantidades a cuentas bancarias distintas. La maestra rompe en llanto al recordar cómo su hija de 25 años tuvo que empeñar todo lo que tenía en Cuba para juntarlo porque ninguno de sus contactos en Estados Unidos la quiso ayudar. Tenían miedo.

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Cuando la mujer reunió el dinero, le tomaron una foto y la metieron en un taxi junto a su hijo y a otra cubana. El taxista paró en una carretera y les dijo que quedaban libres. Antes, les quitó el celular.

En espera de su próxima audiencia, aterrada y con su hijo enfermo y traumatizado, la maestra consiguió un empleo en la construcción para poder mantenerse.

Como no hay suficiente espacio en los albergues, la alta demanda de habitaciones ha hecho que las rentas se encarezcan. La oferta puede ir desde los 35 dólares por persona al mes por una habitación para cinco --como la que renta la maestra en un barrio marginal-- a los 300 o 500 dólares por casas más seguras.

Aunque realmente seguro, no hay nada en esta ciudad.

El mes pasado, una familia salvadoreña perdió su turno para iniciar los trámites de asilo en Estados Unidos porque una balacera les impidió salir de su casa.

Garrido, la religiosa, asegura que algunos migrantes incluso pagan por protección. Otros rentan directamente a gente vinculada a los cárteles, sean conscientes de ello o no. Así que para la monja hay una sola conclusión clara: “Por un lado o por otro, el crimen organizado siempre gana”.

Esta historia es parte de la serie “Outsourcing migrants” producida por AP con el apoyo del Centro Pulitzer de Periodismo en Situaciones de Crisis.

<b>María, una guatemalteca de 27 años,</b> fue regresada a México con sus tres hijos. Quiere ir a Estados Unidos para que sus niños tengan un mejor futuro y porque asegura que necesita protección porque era golpeada por su esposo. Ella asegura que tiene miedo de estar en México porque fue secuestrada y aunque escapó, amenazaron a su madre con que hallarían a la hija y la matarían. No ha logrado conseguir abogado que le apoye con su petición de asilo solo por estar en México. Si perdiera su caso no volvería a Guatemala, sino que se movería a Chiapas porque lo considera más seguro.
La abogada de inmigración en San Diego Maricela Amezola dice que 
<b>actualmente no tiene ningún caso de MPP,</b> aunque asegura que podría tomar algunos sin costo alguno si los argumentos para pedir el asilo fueran contundentes. Explica que tiene pocos abogados en su despacho y que por eso no puede enviarlos un día entero a Tijuana a ayudar a los migrantes bajo los Protocolos de Protección de Migrantes (MPP). Cree que las posibilidades de que un caso de asilo prospere sin abogado son muy remotas, sobre todo por la complejidad de los cambios en la legislación de parte del gobierno de Donald Trump.
Una vista del pasillo en forma de caracol en El Chaparral, el punto fronterizo por el que decenas de migrantes centroamericanos retornados a México 
<b>deben pasar cada vez que tienen su cita con un juez de inmigración en Estados Unidos.</b> Una vez ante los oficiales de Estados Unidos, son recibidos y traslados en buses a las salas de corte.
La carta en la que una organización le notifica a una inmigrante retornada a México que no podrán representarla ante el juez de inmigración: 
<b>"Nuestro equipo legal determinó que NO TIENE la capacidad para aceptar su caso en este momento",</b> se lee en el correo. La negativa se explica porque esta organización, Jewish Family Services, solo tiene un abogado y dos representantes autenticados por el Departamento de Justicia. Entre ellos tres evalúan cuáles y cuántos casos pueden asumir considerando, por ejeplo, que la vida de las personas corra peligro por ser víctimas de la violencia o por razones médicas. Esta es la única organización en la frontera de California que está tomando casos de migrantes devueltos a México bajo los MPP.
El pastor Gustavo Banda Aceves dirige el albergue Embajadores de Jesús en Tijuana, donde casi 90% de los migrantes que allí duermen fueron devueltos a México para los MPP. Explica que la desesperación de los centramericanos por ver una solución en sus casos es tal que hace que muchos de ellos desistan y se devuelvan a sus países. Por eso y las dificultades para conseguir abogados, asegura, 
<b>"la gente no quiere intentarlo más".</b>
Brenda Esmeralda Ruiz, una salvadoreña, ha estado a punto de desistir varias veces, pero el pastor Banda le ha dicho que no se rinda, que siga buscando un abogado que la represente y pelee su caso en Estados Unidos. Ella huyó de su país porque su esposo la golpeaba frecuentemente y la acosaba, hasta que un día se cansó. Salir de El Salvador fue la mejor solución que encontró para poner fin a ese círculo de violencia. Cuando tomó la decisión le pidió a un amigo que la acompañara y se fueron hasta Tapachula. De ahí se montó en la bestia hasta Mexicali y de allí siguió hasta Tijuana. Hasta ahora solo ha tenido una corte. En ella el juez le pidió considerar volver con un abogado.
Diana Vidal, otra salvadoreña de 32 años, también está en Tijuana. Huyó porque tanto las pandillas como la policía acosaron a sus hijos y los obligaban a cumplir órdenes. Cuando ella puso la denuncia en la Fiscalía, la policía comenzó a golpear a los adolescentes e incluso la amenazaron de muerte. Y una noche llegaron miembros de la pandilla Máquina, una de las menos numerosas y quienes controlaban la zona en la que ellos vivían, y les dieron 30 minutos para tomar unas pocas cosas y marcharse de la casa. Así hicieron. Ahora tienen algunos meses en Tijuana. Dice frustrada que ha hablado con cinco abogados y que ninguno ha aceptado su caso. 
<b>"El juez me dijo que tenía 87% de probabilidades de entrar (a Estados Unidos) con un abogado",</b> dice. "El problema es que ninguno quiere venir aquí porque dicen que están saturados".
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"Los inmigrantes vienen con la ilusión de que si no tienen dinero les asignarán un abogado, pero se decepcionan porque eso no ocurre", dice el pastor Alberto Rivera, que dirige el albergue Ágape, también en Tijuana. Cuenta que ve cómo los migrantes llegan con una hoja que les dan en Estados Unidos con una lista de posibles abogados probono y organizaciones sin fines de lucro: "Pero 
<b>ellos llaman y llaman y cuando les contestan les dicen que están saturados". </b>Hasta albergues como Ágape llegan personas que les dan asesoría legal, pero que en muchos casos no son abogados, explica: "Les dicen cómo llenar los documentos, pero 
<b>en algunos casos ha habido dificultades porque han llenado formularios de forma errónea".</b>
Un padre guatemalteco muestra los mensajes de texto con el que grupos criminales amenazaron a su familia e intentaron secuestrar a la hija adolescente desde su propio colegio. Ellos aseguran que su familia en Estados Unidos puede ayudarles a pagar un abogado que los represente, pero hasta ahora no han podido conseguir a ninguno que tome su caso.
Ahora esta familia espera en México el día de su corte. Entre sus miembros hay un bebé de apenas meses que la madre lleva entre brazos. Ella cuenta que mientras estuvieron en custodia de la Patrulla Fronteriza su hijo se enfermó por el frío; la llevaron a una clínica donde una doctora atendió al menor, pero cuando tocó pagar la cuenta, el funcionario que la trasladó se quejó por la cantidad alejando que ella no era estadounidense.
Daniela Díaz, una salvadoreña también esperando en Tijuana. Asegura que ha llamado a todos los números que le han dado en la lista de abogados y que hasta ahora ninguno si quiera le ha devuelto la llamada pese a que ha dejado mensajes de voz. "Esto me pasa cada vez que llamo", dice mientras escucha una de las grabadoras de una de las organizaciones con las que intentaba comunicarse.
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María, una guatemalteca de 27 años, fue regresada a México con sus tres hijos. Quiere ir a Estados Unidos para que sus niños tengan un mejor futuro y porque asegura que necesita protección porque era golpeada por su esposo. Ella asegura que tiene miedo de estar en México porque fue secuestrada y aunque escapó, amenazaron a su madre con que hallarían a la hija y la matarían. No ha logrado conseguir abogado que le apoye con su petición de asilo solo por estar en México. Si perdiera su caso no volvería a Guatemala, sino que se movería a Chiapas porque lo considera más seguro.
Imagen Almudena Toral/Univision
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