WASHINGTON.– Muchos presidentes llegaron a la Casa Blanca con la intención de corregir las decisiones de sus predecesores pero pocos se entregaron a la idea de cambio con tanto énfasis como Barack Obama y Donald Trump. Ambos empujaron a votar a personas que no votaban desde hacía décadas y se presentaron como los portavoces de la nueva política en 2008 y 2016.
Obama 2009 vs Trump 2017: dos discursos de cambio, dos países muy distintos
El discurso sombrío del nuevo presidente contrasta con el optimismo del que pronunció su predecesor en los peores días de la Gran Recesión.

Y sin embargo el cambio que promete Trump no es el cambio que prometió Obama. El discurso del millonario neoyorquino fue brusco. Sin citas a sus predecesores ni referencias históricas y salpicado de algunas de las frases que pronunció en los eventos de campaña y que le ayudaron a ganar la carrera presidencial.
Obama suele decir que percibe la presidencia como una carrera de relevos y así se presentó en enero de 2009 durante su primera toma de posesión: como el heredero orgulloso de George Washington y Abraham Lincoln y como el depositario de la compleja historia del país.
Notas Relacionadas

El país que hereda Trump no es el que recibió Obama
“Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, comprendemos que esa grandeza nunca es un regalo: debemos ganárnosla”, dijo Obama antes de citar a quienes murieron en Gettysburg o en Normandía. “En nuestro viaje nunca ha habido atajos o momentos en los que nos conformamos con menos. No ha sido un camino para los flojos o para quienes prefieren divertirse a trabajar o para quienes buscan sólo la fama, la riqueza o el placer. Son quienes corren riesgos y quienes hacen cosas quienes nos han guiado en este camino hacia la prosperidad y la libertad”.
Trump no se presentó como el heredero de esa tradición sino como el hombre llamado a romperla. “Hoy no estamos traspasando el poder en un partido a otro”, dijo al inicio de su discurso. “Estamos traspasando el poder de Washington DC a ustedes, el pueblo de Estados Unidos”.
Son palabras inéditas en la toma de posesión de un presidente pero concuerdan con el mensaje sobre el que Trump ha construido su campaña: el contraste entre el pueblo y las elites, el recuerdo a la crisis del Medio Oeste, el compromiso mesiánico de resolver todos los problemas de una vez.
“Durante mucho tiempo un grupo pequeño en la capital de nuestra nación tuvo el poder y el pueblo ha pagado el precio”, dijo Trump. “Los políticos prosperaron pero las fábricas cerraron. El establishment se protegió a sí mismo y no protegió a los ciudadanos. Sus triunfos no han sido los triunfos del pueblo. Las familias que sufrían tenían poco que celebrar. Eso cambia aquí y ahora. Este momento es el momento de ustedes. Este momento les pertenece”.
Obama construyó su carrera en torno a este discurso que pronunció en la convención demócrata de 2004. Entonces ni siquiera era senador y llamaba a terminar con la polarización ideológica que había partido el país en dos. Cinco años después, hizo una llamada similar ya como presidente desde la escalinata del Capitolio. “Lo que los cínicos no comprenden”, dijo, “es que el suelo ha girado bajo sus pies y que las discusiones políticas que nos han consumido durante tanto tiempo ya no tienen sentido”.
La polarización que denunciaba entonces el primer presidente afroamericano se ha recrudecido durante su mandato y ha propiciado el triunfo de un candidato que la ha cultivado en sus discursos y que la ha explotado para ganar.
Al contrario que la mayoría de sus predecesores, Trump no tendió la mano a sus adversarios y centró sus palabras en lo que denomina “los hombres y mujeres olvidados”: los habitantes de las ciudades pequeñas del Sur y del Medio Oeste que votaron por él.
Muchos de esos ciudadanos votaron a Obama hace ocho años y se han entregado ahora a su sucesor en busca de soluciones a los cierres de las fábricas o a las sobredosis que se cobran la vida de los jóvenes de su comunidad.
Son problemas reales que sufren muchos habitantes lejos de las metrópolis de Estados Unidos y que Trump ha sabido explotar durante la campaña. Pero conviene recordar que el millonario neoyorquino hereda un país mucho más próspero que el que se encontró Obama hace ocho años.
Notas Relacionadas
Entonces la tasa de paro rozaba el 8%, miles de personas perdían sus casas cada semana y el Gobierno acababa de rescatar a las grandes instituciones financieras de Wall Street. Hoy el país crece al 2%, el desempleo está por debajo del 5% y los salarios aumentaron en 2015 más que en cualquier año de las últimas tres décadas. La pobreza y la desigualdad son una asignatura pendiente pero el país ha dejado atrás los peores efectos de la Gran Recesión.
Esas cifras hacen aún más llamativo el contraste entre el optimismo de Obama en 2009 y tono sombrío del discurso de Trump. El primero presentó a los ciudadanos como los únicos que podían sacar al país de la crisis. El segundo se presentó a sí mismo como un caudillo y ofreció soluciones rápidas a problemas que durante décadas ningún político ha sabido resolver.
“Por mucho que el Gobierno pueda y deba hacer, al final nuestra nación depende de la fe y la determinación del pueblo de Estados Unidos”, dijo en 2009 Obama, que sólo hizo referencia a su raza en una frase y habló sobre todo de la recesión. “Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó esta crisis. Nuestras mentes no inventan menos y nuestros bienes y servicios no se necesitan menos que hace una semana, hace un mes o hace un año. Nuestra capacidad sigue siendo la misma pero el tiempo de proteger intereses mezquinos y aplazar decisiones difíciles se terminó”.
Ocho años después de aquellas palabras y con un país cuya economía es mucho más robusta que en 2009, Trump retrató en cambio una nación en ruinas y se presentó a sí mismo como el único capaz de propiciar su reconstrucción: “Madres e hijos atrapados en la pobreza en nuestras ciudades. Fábricas oxidadas esparcidas como tumbas en el paisaje de nuestra nación. Un sistema educativo que deja a nuestros jóvenes estudiantes sin conocimientos (...) Esta carnicería termina aquí y ahora. Lucharé por ustedes con todo mi cuerpo y nunca les defraudaré. Estados Unidos empezará a ganar de nuevo como nunca ganó”.
Los puntos de comunes
Hubo puntos comunes en los discursos de Obama y Trump. Ambos se comprometieron a reconstruir los puentes y las carreteras de Estados Unidos y elogiaron el servicio de los miembros del Ejército y de las fuerzas de seguridad. Pero Trump fue mucho más explícito al mencionar los problemas domésticos y advirtió que Estados Unidos había gastado demasiados recursos fuera de sus fronteras y que a partir de ahora eso debía cambiar.
“El juramento que hago hoy es una promesa de lealtad a todos los ciudadanos de EEUU”, dijo Trump. “Durante muchas décadas, hemos enriquecido a la industria de otros países a costa de nuestra industria. Hemos ayudado a los ejércitos de otros países mientras permitíamos el declive del nuestro. Hemos defendido las fronteras de otras naciones sin defender la nuestra y hemos gastado billones de dólares fuera mientras nuestras infraestructuras se hundían”.
Esas frases son una advertencia a países como Japón o Corea del Sur, que dependen de la ayuda militar de EEUU para sobrevivir. También a aliados europeos como Estonia o Lituania, que hasta ahora confiaban en el respaldo de la OTAN para contener la influencia del régimen de Moscú.
Al contrario que hace ocho años, no hubo frases dirigidas a los musulmanes o a las naciones más pobres. Tampoco advertencias a quienes oprimen a su pueblo o a países vecinos. “Ya no podemos permitirnos la indiferencia al sufrimiento fuera de nuestras fronteras”, dijo Obama en 2009.
Notas Relacionadas
Trump dijo que reforzaría viejas alianzas pero advirtió que formaría alianzas nuevas. Una frase que muchos interpretamos como un guiño a Vladimir Putin, con el que el nuevo presidente quiere reunirse en los próximos días y con el que quiere forjar un acuerdo para lograr el gran objetivo de su política exterior: la derrota de lo que denomina “el terrorismo islámico radical”.
Trump se comprometió este viernes a “erradicar por completo” ese terrorismo “de la faz de la Tierra”. Esa promesa es una hipérbole y cualquier experto en política exterior es consciente de que es muy difícil de cumplir. Aún más difícil sin la complicidad de millones de musulmanes moderados que no comprenden la agresividad del nuevo presidente y que temen su política exterior.
“Nos reunimos aquí porque hemos elegido la esperanza sobre el miedo y la unidad sobre el conflicto y la discordia”, dijo Obama hace ocho años durante su toma de posesión. “En este día venimos a proclamar el final de las disputas pequeñas y de las falsas promesas, de las recriminaciones y de los dogmas antiguos que durante demasiado tiempo han estrangulado nuestra política”.
Para millones de personas el ascenso de Trump representa el triunfo del miedo sobre la esperanza y del conflicto sobre la unidad. Pero el nuevo presidente podría haber firmado la segunda parte de ese párrafo de Obama que denuncia las disputas de los políticos y llama a vencer la división.
Trump se presentó como un outsider al margen de demócratas y republicanos y recordó que no es el representante de un partido sino el líder de un movimiento nacionalista que reniega del liberalismo y de la globalización.
Es imposible saber hasta dónde llegará el cambio de Trump. Su predecesor sufrió la parálisis de Washington y el bloqueo de unos republicanos que le impidieron aprobar muchas de sus propuestas desde noviembre de 2010. Trump es consciente de esa parálisis y por eso la aprovechó durante la campaña pero ahora deberá aprender cómo se hacen las cosas en el Capitolio si quiere sacar adelante su legislación.
“Ya no aceptaremos políticos que son todo palabras y no hacen nada”, dijo el nuevo presidente en una frase que es fácil interpretar como una crítica a su predecesor. “El tiempo de las palabras vacías se ha acabado. Ahora llega la hora de la acción”.