Seis claves para entender el más grande estallido racial de Estados Unidos en 50 años

La memoria de la esclavitud, la crisis de la creciente desigualdad y el presidente Donald Trump en la Casa Blanca ayudan a explicar la 'rebelión racial' en este país desde la muerte de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. Sigue aquí nuestro live blog con lo último sobre las manifestaciones.

Por:
Pedro Rodríguez .
Apelando a los peores instintos, y con la excusa del ajuste de cuentas contra las élites del nacional populismo, Trump ha alimentado constantemente una guerra civil cultural a través de provocaciones más propias de un pirómano político, señala el autor de este artículo. En la imagen, un hombre frente a una formación policial en Detroit el pasado 30 de mayo.
Apelando a los peores instintos, y con la excusa del ajuste de cuentas contra las élites del nacional populismo, Trump ha alimentado constantemente una guerra civil cultural a través de provocaciones más propias de un pirómano político, señala el autor de este artículo. En la imagen, un hombre frente a una formación policial en Detroit el pasado 30 de mayo.
Imagen SETH HERALD/AFP via Getty Images

En la monumental sede de los Archivos Nacionales en Washington D.C. se pueden visitar algunas de las más trascendentales reliquias de la historia de Estados Unidos. Entre esa colección de documentos fundacionales del sueño americano destaca la Declaración de Independencia, encargada teóricamente a un comité parlamentario pero redactada en su mayor parte por el tan genial como contradictorio Thomas Jefferson de Virginia, quien más tarde se convertiría en el tercer presidente de la joven república americana.

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El texto, ratificado por el Segundo Congreso Continental el 4 de julio de 1776, sirve para múltiples propósitos: memorial de agravios contra el colonialismo inglés, alegato contra la tiranía y proclama revolucionaria. No es la Constitución de 1787. Se trata más bien de una declaración de principios democráticos pero sin resultados garantizados: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Estas incumplidas promesas, tan originales como engañosas al venir desde el minuto cero acompañadas de la tolerada lacra de la esclavitud, ayudan a explicar el cúmulo de frustraciones preexistentes a las violentas protestas repetidas en decenas de ciudades de Estados Unidos desde hace más de una semana.

Los disturbios, en una coyuntura tan crítica para Estados Unidos, no tienen solamente que ver con la muerte en particular del afroamericano George Floyd. El peor estallido racial sufrido por el gigante americano en 50 años puede entenderse también como la consecuencia inevitable de una profunda y dolorosa crisis de desigualdad.

1. El pecado original

La esclavitud es conocida como el pecado original de Estados Unidos en una saga de sufrimiento que comenzó hace 400 años. En agosto de 1619, un barco holandés desembarcó en la colonia inglesa de Virginia a más de veinte africanos cautivos. América todavía no era América pero no se puede entender a Estados Unidos sin los 250 años de esclavitud que siguieron a ese primer desembarco en Jamestown junto al consiguiente supremacismo blanco.

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Adam Smith en The Wealth of Nations identificó la llegada de los europeos al Nuevo Mundo a partir de 1492 como uno de los mayores eventos en la historia de la humanidad. El genio liberal escocés tenía claro que el llamado “descubrimiento” de América había producido enormes beneficios, sobre todo para las potencias coloniales de Europa, y también enormes perjuicios e injusticias para otros pueblos sin Estado. Especialmente para los nativos americanos y para millones de africanos, la conquista de América supuso el descenso hacia el infierno de la esclavitud.

El profesor Eric Foner, en su elocuente manual de historia americana Give me Liberty, explica que entre 1492 y 1820 más de diez millones de hombres, mujeres y niños procedentes de África cruzaron el Atlántico con destino al Nuevo Mundo, la gran mayoría como esclavos.

En Estados Unidos, donde la esclavitud marcaría desde antes de la independencia diferencias difíciles de reconciliar entre el Norte y el Sur, toda esta mano de obra cautiva fue empleada sobre todo en el especulativo cultivo de algodón. Para 1860, en vísperas de la guerra civil americana, el valor de todos los esclavos en Estados Unidos era superior al valor combinado de todos los ferrocarriles, factorías y bancos de la nación.

En este proceso, la esclavitud se integró en el diseño político de Estados Unidos. Para ganarse el respaldo de los futuros Estados sureños, con grandes plantaciones e incontables esclavos para su cultivo, de la Declaración de Independencia tuvo que desaparecer la acusación de que la monarquía británica había impuesto la lacra de la esclavitud a sus colonias americanas.

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Y para sacar adelante la Constitución de 1787 se utilizó el Three-Fifths Compromise. A efectos del censo federal, un esclavo sería contabilizado como las tres quintas partes de un hombre libre, lo que garantizaba el peso específico dentro de la Unión de la miserable demografía de los Estados.


A pesar de todos estos intentos de proteger y mantener esta tragedia descrita en términos moralistas como el defecto de nacimiento de Estados Unidos, la esclavitud llevó a la secesión de los Estados del Sur en 1861. Y el pecado original tuvo que ser expiado a través de una brutal guerra civil que costó la vida a un 2.5 por ciento de la población americana, en torno a un millón de víctimas mortales.

Al final del destructivo conflicto, se aprobaron las enmiendas XIII, XIV y XV de la Constitución de Estados Unidos. Estas reformas se concentraron en la abolición de la esclavitud, ciudadanía y derechos políticos para los esclavos. Una rectificación sin compensación alguna que, sobre todo en el Sur, relegó a los afroamericanos a una posición marginal. Esa histórica desigualdad fue el foco de la lucha por los derechos civiles a mediados del siglo XX y pese a los avances logrados todavía lastra a la sociedad americana.

Como ha argumentado Annette Gordon-Reed, profesora de Historia de Harvard, el fenómeno de la esclavitud no se puede desligar de la supremacía blanca: “La esclavitud en los Estados Unidos creó un grupo definido y reconocible de personas y las colocó fuera de la sociedad. Y a diferencia de la servidumbre por contrato de los inmigrantes europeos a América del Norte, la esclavitud era una condición hereditaria. Como resultado, la esclavitud americana estaba inexorablemente ligada al dominio de los blancos. Incluso las personas de ascendencia africana que fueron liberadas por una u otra razón sufrieron bajo el peso de la supremacía blanca que la esclavitud basada en la raza arraigó en la sociedad estadounidense”.

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En este proceso, la esclavitud se integró en el diseño político de Estados Unidos. Para ganarse el respaldo de los futuros Estados sureños, con grandes plantaciones e incontables esclavos para su cultivo, de la Declaración de Independencia tuvo que desaparecer la acusación de que la monarquía británica había impuesto la lacra de la esclavitud a sus colonias americanas.

2. La dolorosa desigualdad americana

Una de las imágenes más sobrecogedoras de la pandemia del coronavirus se registró el pasado mes de abril en la ciudad de Nueva York. Se trataba de una fosa común excavada en la isla de Hart, un enclave del Bronx utilizado para dar sepultura a los cuerpos no reclamados por nadie en las desbordadas morgues de la Gran Manzana.

Estas tareas de sepultura tradicionalmente las realizan presos de la cercana prisión de Rikers. Y estadísticamente, los afroamericanos tienen muchas más probabilidades de terminar en la isla de Hart como enterradores o enterrados.

Notas Relacionadas


El estallido racial en Estados Unidos debe entenderse como parte de la corrosiva crisis de desigualdad agravada por la pandemia de coronavirus. Los afroamericanos (y también los hispanos) son los que de forma desproporcionada están sufriendo la pandemia del covid-19.

Ya sea en su condición de víctimas del virus o damnificados de la subsecuente crisis económica.

De acuerdo con The Economist, aunque los guetos contra los que luchaba Martin Luther King en los sesenta ya no existen como tales, Estados Unidos se mantiene profundamente segregada tanto por la clase como por la raza a pesar de ser un país fundado con las mejores intenciones igualitarias.

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3. La peor parte

No hay indicador social –desde fracaso escolar hasta desempleo– en el que los negros de Estados Unidos no salgan claramente perdiendo. De todos los frentes de esta desigualdad, el económico es el más doloroso y fácil de cuantificar.

Según ha recalculado The Financial Times, en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, los niveles de desempleo de los afroamericanos han sido típicamente el doble del paro registrado entre los americanos blancos. Con todo, durante los últimos 10 años se han materializado algunos progresos en la reducción de la brecha gracias al casi pleno empleo en la economía de Estados Unidos que precedió al estallido del covid-19.

El gran problema de los afroamericanos es que la crisis del coronavirus ha fraccionado la fuerza laboral de Estados Unidos, y también de otras economías avanzadas, en tres grupos: los que han perdido sus trabajos o al menos alguna parte de sus ingresos; los que son considerados trabajadores “esenciales” que deben seguir trabajando durante la crisis (con riesgo para su propia salud); o los que son teletrabajadores del conocimiento virtual cuyas vidas apenas se han visto afectadas. Los afroamericanos han caído desproporcionadamente entre los dos primeros grupos.

Como recuerda el consejo editorial del Financial Times al diseccionar las dos Américas de George Floyd, la población negra de Estados Unidos se lleva con diferencia la peor parte de la pandemia:

“Si bien se han enfrentado a pérdidas de empleo sin precedentes, también ha estado en la primera línea de la crisis como trabajadores esenciales, a menudo en empleos inseguros o mal pagados. Han estado más expuestos al virus, ya sea a través del trabajo o por vulnerabilidades de salud, ya que las personas que no tienen acceso a una atención sanitaria de calidad, a una nutrición o a una buena vivienda corren un mayor riesgo. Como resultado, los afroamericanos han sufrido tasas de infección y mortalidad superiores a la media”.

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Por su parte, la televisión pública de Estados Unidos, PBS, ha publicado dos listas para ilustrar hasta qué punto los afroamericanos tan victimizados por abusos policiales no están adecuadamente representadas en las diferentes instituciones del gobierno americano:


  • Primera Lista: George Floyd, Donnie Sanders, Breonna Taylor, William Howard Green, Christopher Whitfield, Atatiana Jefferson, Channara “Philly” Pheap, Ryan Twynman, Isaiah Lewis, Marcus McVae.

Estos son los nombres de los diez hombres y mujeres de color que resultaron muertos en Estados Unidos durante los últimos meses en circunstancias más que cuestionables al cruzarse con la Policía.

  • Segunda Lista: Hiram Revels, Blanche Bruce, Edward Brooke, Carol Moseley Braun, Barack Obama, Roland Burris, Tim Scott, WIlliam “Mo” Cowan, Cory Booker, Kamala Harris.

Esta es la lista de todos los hombres y mujeres de color que han ocupado un escaño en el exclusivo Senado de Estados Unidos. Solamente diez en toda su historia.


En términos de diversidad en la política de Estados Unidos, los afroamericanos tienen un problema de adecuada representación:


  • Censo de Estados Unidos: los afroamericanos representan el 13% de la población total de Estados Unidos.
  • Casa Blanca: Solamente un 4% de los miembros del gabinete de Trump son negros (es decir, el secretario de Vivienda Ben Carson entre los 23 puestos con rango ministerial).
  • Cámara de Representantes: En la Cámara Baja de Estados Unidos, los afroamericanos tienen una representación casi proporcional con un 12,5% de sus miembros.
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  • Senado: El porcentaje baja a un 3%, solamente 3 senadores negros de 100.
  • Gobernadores: Entre los 50 Estados de la Unión no hay en estos momentos un solo gobernador negro.
  • Alcaldías de las grandes ciudades de Estados Unidos: De los 50 municipios más poblados, 11 tienen alcaldes negros.

4. Brutalidad policial

Durante el actual brote de protestas y disturbios contagiados a más de un centenar de ciudades americanas, además del grito "I can’t breathe", la otra consigna más repetida es "Hands up, don’t shoot". De esta forma se intenta llamar la atención sobre el número anormalmente elevado de muertos en enfrentamientos con policías de Estados Unidos (1,099 personas el año pasado). En particular de afroamericanos, que tienen tres veces más probabilidades que los blancos de morir a causa de acciones policiales.

Cuando se consiguen formalizar cargos contra los agentes implicados en estos casos, los procesamientos que terminan en veredictos de culpabilidad y condenas de prisión son excepcionales.

En el capítulo de las muertes por disparos de policías, información que el diario The Washington Post rastrea cuidadosamente desde 2015, 235 personas de raza negra fueron disparadas hasta la muerte el año pasado por agentes de la autoridad en Estados Unidos. Cifra que representa un 23,5% de todas las muertes a manos de policías, casi el doble del porcentaje de la población estadounidense que es negra.

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El problema de la brutalidad policial contra afroamericanos, además, no es una cuestión necesariamente partidista. Según recuerda The Economist: “Los disturbios raciales han estallado en ciudades dirigidas, como Minneapolis, tanto por los demócratas como por los republicanos. Black Lives Matter despegó mientras Barack Obama era presidente. Los departamentos de Policía operan en gran medida de forma autónoma, lo que dificulta una reforma concertada. Abordar las causas fundamentales del encarcelamiento desproporcionado de negros es aún más difícil”.

5. La gran diferencia: Trump

Durante la primavera de 1970 –uno de los momentos en la historia de Estados Unidos de mayor fractura social por la guerra de Vietnam– se hizo necesario improvisar una barricada con decenas de autobuses municipales entorno a la Casa Blanca.

El Servicio Secreto, encargado de la seguridad del entonces presidente Richard Nixon, intentaba evitar un asalto de manifestantes y otra tragedia como la que había costado la vida a cuatro estudiantes en el campus universitario de Kent State. Toda la Policía local estaba desplegada en el centro de Washington, con refuerzos militares de la 82 División Aerotransportada.

Decenas de miles de manifestantes protestaron este sábado en todo el país contra la brutalidad policial y la injusticia racial, a raíz de 
<a href="https://www.univision.com/noticias/politica/la-muerte-de-george-floyd-revela-las-heridas-abiertas-del-pecado-original-de-eeuu-el-racismo">la muerte de George Floyd en custodia policial el pasado 25 de mayo.</a> En imagen, la gente llegando al servicio conmemorativo para George Floyd, en su natal Carolina del Norte.
Con máscaras y pidiendo una reforma policial, los 
<a href="https://www.univision.com/temas/manifestaciones">manifestantes</a> marcharon pacíficamente por todo el país y en otros cuatro continentes, produciendo colectivamente quizás la mayor movilización de un día desde la muerte de Floyd. En imagen, cientos de personas marchan por Ashland Avenue de Chicago, tras haberse reunido en Union Park.
Las multitudinarias manifestaciones culminaron una semana de protestas casi constantes, más de lo que la nación ha visto en al menos una generación. Después de frecuentes episodios de 
<a href="https://www.univision.com/temas/violencia">violencia</a>, el ambiente tomó un tono más tranquilo por lo que muchas ciudades comenzaron a levantar los toques de queda. Como estas personas en imagen, arrodilladas durante una protesta pacífica en Miami.
El perfil bajo de las autoridades y el calor generaron un ambiente emotivo, casi festivo. En muchas ciudades hubo activistas repartiendo agua, comida e incluso helado. El valor simbólico de las protestas no se perdió, como lo representa esta manifestante que se limpia las lágrimas durante 8 minutos y 46 segundos de silencio en 
<a href="https://www.univision.com/temas/california">California. </a>
Diversos manifestantes precisaron que el motivo de las marchas es obligar a generar una prohibición federal de los estrangulamientos policiales y un requisito para que la policía use cámaras corporales. Actos de empatía por parte de los oficiales también se dieron este sábado, como hizo el Departamento de Policía de Austin, que se arrodilló frente a los manifestantes que se reunieron en Austin, Texas.
Las manifestaciones se dieron también en algunos de los paisajes urbanos más famosos de la nación. Las personas incluso aprovecharon estos sitios para arrollidarse, como este grupo en el Golden Gate en San Francisco, 
<a href="https://www.univision.com/temas/california">California</a>.
Muchos grupos se dirigieron hacia la 
<a href="https://www.univision.com/temas/casa-blanca">Casa Blanca,</a> que se ha fortalecido con nuevas cercas y medidas de seguridad adicionales. El camino hacia el recinto estuvo lleno de cantos y gritos de consigna.
Las protestas llegaron casi a las puertas de la Casa Blanca. El presidente 
<a href="https://www.univision.com/temas/donald-trump">Donald Trump</a>, quien ordenó a las autoridades tomar medidas enérgicas contra los disturbios, no tuvo eventos públicos en su agenda diaria. 
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En 
<a href="https://www.univision.com/temas/nueva-york">Nueva York</a>, donde dos policías de Buffalo fueron acusados de asalto este sábado después de que un video los mostrara empujando a un manifestante de 75 años, los manifestantes marchan en el bajo Manhattan siguiendo el tono pacífico de todo el país.
La consignia 'No hay justicia, no hay paz' se escuchó en cada una de las protestas. La muerte de George Floyd ha vuelto a poner en la palestra la 
<a href="https://www.univision.com/temas/racismo">discriminación racial </a>y el abuso policiaco. Además, s'imbolos como la rodilla en el suelo y el puño en todo lo alto, marcaron la jornada como lo hizo este grupo en Nueva York.
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Decenas de miles de manifestantes protestaron este sábado en todo el país contra la brutalidad policial y la injusticia racial, a raíz de la muerte de George Floyd en custodia policial el pasado 25 de mayo. En imagen, la gente llegando al servicio conmemorativo para George Floyd, en su natal Carolina del Norte.
Imagen Ed Clemente/AP


Apenas tres generaciones después, la insurgencia parece que vuelve a campar por sus respetos en la capital federal. Aunque esta vez el ímpetu explosivo emanaría más bien de la Casa Blanca.

En sus tres años como presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha confirmado con creces su vocación de 'agitador-en-jefe'. Dentro de su interesado fomento de toda clase de tensiones y divisiones, Trump ha jugado con fuego instrumentalizando de forma implícita y explicita el problema racial americano.

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Al demostrar que no hacía falta ser inclusivo para ganar la Casa Blanca, su ganadora estrategia del Make America White Again que tanto sintoniza con el “ nacionalismo blanco” ha terminado por contar con la silenciosa complicidad del Partido Republicano.

En política, el caos suele llevar al fracaso. Sin embargo, en la Casa Blanca de Trump la anarquía ha formado parte desde el primer minuto de su forma de hacer política. Apelando a los peores instintos, y con la excusa del ajuste de cuentas contra las élites del nacionalpopulismo, Trump ha alimentado constantemente una guerra civil cultural a través de provocaciones más propias de un pirómano político que del presidente de una de las naciones con mayor diversidad racial del mundo.

Por supuesto, Donald Trump no es el primer ocupante del Despacho Oval que ha intentado politizar el problema racial de Estados Unidos. Aunque la gran diferencia es que sus antecesores lo hicieron siempre con una mezcla de vergüenza y discreción. En este sentido, el trumpismo no se molesta en guardar las formas, olvidándose de la brújula moral requerida para alinear poder y valores.

6. El retorno a 1968

Descrédito internacional, violencia extrema, sobredosis de miedo e incertidumbre, retroceso económico, polarización política, protestas raciales y populismo desatado. Por el principio de que la historia no se repite pero a veces rima bastante, la misma descripción a brocha gorda de Estados Unidos en 2020 se puede aplicar a 1968, el año que realmente nunca ha terminado para el gigante americano y que se ha convertido en la última fuente de inspiración electoral para Donald Trump.

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Durante esta semana especialmente trágica, el ocupante a veces del despacho oval y otras del búnker de la Casa Blanca –según el nivel de bronca en torno al número 1.600 de la Avenida Pensilvania– ha demostrado su contumaz coherencia a la hora de anteponer intereses personales a los intereses nacionales.

En su último paroxismo populista, ante la intensidad del estallido racial sin comparación desde el asesinato de Martin Luther King, no ha dudado en autoproclamarse como el candidato de la ley y el orden, amenazando literalmente con la Biblia y el despliegue de tropas federales.

Para disimular su gestión de la pandemia, Trump ha copiado a Richard Nixon en su victoriosa campaña de 1968. Durante aquel memorable pulso presidencial, que transformó y fracturó para siempre la política americana, Nixon entendió que cuanto más violentos fueran los enfrentamientos raciales en Estados Unidos, y peores las noticias provenientes de Vietnam, mayores serían sus posibilidades de llegar a la Casa Blanca.

Además de inventarse y jugar con “mayorías silenciosas” y “estrategias sureñas”, Richard Nixon también contó con la maléfica perspicacia de un joven asesor llamado Kevin Philipps que le hizo saber que “el gran secreto” de la política americana no era otro que identificar quién odia a quién. Con esas armas, y el cortejo a una minoría suficiente para ganar un segundo mandato, Trump también intenta utilizar el mismo secreto odioso que hizo posible Nixonlandia.

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Pedro Rodríguez, Profesor de Relaciones Internacionales. Experto en la comunicación política de la Casa Blanca, Universidad Pontificia Comillas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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