Donald Trump desató su cólera este martes contra los republicanos que han anunciado que no votarán por él. Aseguró que esa desbandada le ha quitado “los grilletes” y que al fin es libre para luchar a su manera por el país que quiere construir.
Donald Trump se aleja más de un partido al que nunca se sometió
El candidato republicano asegura que el abandono del presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, le ha quitado "los grilletes". Pero el magnate nunca cedió un milímetro y los republicanos nunca se fiaron de él.

It is so nice that the shackles have been taken off me and I can now fight for America the way I want to.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) October 11, 2016
La metáfora de los grilletes es llamativa pero incorrecta. Trump se presentó como el antídoto al sistema. Nunca se sometió a los grilletes de los republicanos ni hizo un intento sincero por unir al partido en torno a su candidatura. Tampoco en los prolegómenos de la convención de Cleveland, cuando líderes renuentes como Paul Ryan dijeron que votarían por él.
Las primarias a menudo dividen a los partidos. Pero sus representantes en el Capitolio suelen expresar su respaldo al candidato a medida que se acerca el momento de competir contra el enemigo común.
Ese reagrupamiento nunca ocurrió en el caso del millonario neoyorquino. Sólo tres gobernadores, un senador y 11 miembros de la Cámara de Representantes dijeron antes del final de las primarias que votarían por él. Hasta finales de febrero no lo había hecho ninguno. Los dos primeros fueron el californiano Duncan Hunter y el neoyorquino Chris Collins. La inmensa mayoría de los miembros del Capitolio nunca pidieron el voto para Trump.
El partido no decide
Esa falta de apoyo es un detalle inédito en la historia de las campañas presidenciales. El medio digital Five Thirty Eight elaboró en otoño del año pasado este interactivo donde fue reflejando el apoyo que recibía cada candidato de los representantes de su partido.
La idea era visualizar el reagrupamiento del partido en torno al ganador de las primarias reflejado en el libro The Party Decides. El libro lo escribieron cuatro politólogos en 2008 y analiza los apoyos que fueron recibiendo los candidatos en todas las primarias de 1980 a 2004. Su conclusión de que esos apoyos son la mejor forma de predecir el ganador. Esta vez esa lógica no funcionó. Si hubiera funcionado, no habría ganado Trump.
En el interactivo de Five Thirty Eight no todos los apoyos valían lo mismo: el medio asignaba un punto al apoyo de cada congresista, cinco puntos al de los senadores y 10 puntos al de cada gobernador.
Con ese cálculo, Trump apenas alcanzó 46 puntos en el índice de apoyo de los representantes republicanos. Ningún candidato republicano tuvo tanto respaldo como el senador hispano Marco Rubio, que alcanzó 168 puntos y tuvo el apoyo de cuatro gobernadores y 10 senadores en 2016.
Son cifras ridículas si las comparamos con las de otros candidatos republicanos. George W. Bush alcanzó 616 puntos en 2000 y Bob Dole, 534 en 1996. Mitt Romney logró 470 en 2012 y cuatro años antes John McCain, 303.

Una tercera vía
Los republicanos del Capitolio nunca maniataron a Trump y el candidato nunca se sintió maniatado por ellos. Propuestas estrella como el muro, la prohibición de entrar a los musulmanes o el rechazo a los acuerdos de libre comercio nunca tuvieron el respaldo de los líderes republicanos en Washington, que optaron por presentar este programa alternativo soslayando los asuntos en los que discrepaban del candidato y subrayando la agenda que tenían en común con él.
“No es un conservador de mi estilo”, dijo Ryan sobre el candidato unas horas antes de la convención de Cleveland. Al día siguiente, su discurso apenas mencionó a Trump, cuyo programa tiene muy pocos puntos en común con la agenda económica que los republicanos intentan aprobar.
Trump es un candidato sin una ideología definida en asuntos económicos. Está en contra de los acuerdos comerciales como los sindicatos y a favor de deportar a los inmigrantes como la derecha más extrema. A favor de potenciar el gasto en infraestructuras y de los derechos de los transexuales como los congresistas demócratas y en contra de reducir el gasto militar como sus colegas republicanos.
Esa ambivalencia complicó desde el principio la convivencia de Trump con políticos como Ryan. El candidato era un republicano heterodoxo y de nuevo cuño. No comprendía los remilgos ideológicos sobre el déficit o la letra pequeña de Obamacare.
Según varias organizaciones independientes, aplicar las propuestas fiscales de Trump dejaría un agujero presupuestario de 10 billones de dólares en los próximos 10 años: más o menos el triple de lo que ingresó por impuestos en 2015 el Gobierno federal. Incongruencias así no preocupan al candidato pero sí a quienes legislan en el Capitolio y así lo dijeron en las escasas reuniones que mantuvieron con él.
Trump visitó el Capitolio en dos ocasiones: a finales de marzo cuando su entorno temía una convención abierta y a principios de julio cuando quería proyectar una imagen de unidad.
El candidato nunca renunció a los puntos más importantes de su programa y durante meses humilló a líderes influyentes como Paul Ryan, John McCain o Kelly Ayotte sugiriendo que pediría el voto para sus rivales en las primarias republicanas. Ni entonces ni ahora estuvo atado por los grilletes de los republicanos. Trump siempre fue Trump.
Fichas de dominó
Las diatribas de Trump a principios de agosto alarmaron al comité nacional republicano, que intentó meter en cintura al candidato. Su presidente Reince Priebus lo acompañó en varios eventos, le empujó a crear un grupo asesor hispano y sugirió que el candidato debía centrarse en sus propuestas e ignorar polémicas personales como la de los padres del capitán Humayun Khan.
La disciplina llevó a Trump a leer sus discursos y le permitió remontar en los sondeos. Pero todo saltó por los aires después del primer debate, cuando el candidato se enzarzó en otra polémica con la modelo Alicia Machado, admitió no haber pagado impuestos en las últimas décadas y apareció en un vídeo de 2005 presumiendo de manosear a su antojo a las mujeres.
Para entonces muchos en el Capitolio se habían resignado a apoyar a Trump como el único antídoto a su adversaria. Otros citaban la vacante del juez Scalia del Tribunal Supremo o el riesgo de seguir con la misma política exterior.
Esa lógica se rompió con la emisión del vídeo, que creó un fenómeno inédito durante la campaña: en apenas unas horas, 11 senadores, siete gobernadores y 24 miembros de la Cámara de Representantes dijeron que no votarán por Trump.
El ejemplo de Goldwater
Nunca hubo un candidato a la Casa Blanca con un apoyo tan tenue dentro de su partido. Ni siquiera el conservador Barry Goldwater, que en 1964 sufrió el rechazo del ala progresista de su partido, agrupada en torno a Nelson Rockefeller, entonces gobernador de Nueva York.
“Goldwater luchó contra el ‘establishment’ pero ese ‘establishment’ era muy distinto del de hoy”, explica Larry Sabato, director del Center for Politics de la Universidad de Virginia. “Goldwater se enfrentaba a una parte del partido. Trump en cambio ha apuntado contra el partido entero. Fue muy difícil encontrar congresistas que lo apoyaran durante las primarias y es muy difícil encontrar ahora senadores o congresistas que hagan campaña por él. Goldwater perdió a los moderados pero al menos tenía representantes en el Sur y en el Oeste que hacían campaña por él”.
Goldwater tenía el respaldo de los dos presidentes republicanos vivos durante la campaña de 1964: Dwight Eisenhower y Herbert Hoover, que murió durante la campaña pero antes expresó su apoyo por él. También hizo campaña por él Richard Nixon, que había ejercido como vicepresidente y había perdido cuatro años antes contra JFK.
Trump sólo tiene el apoyo de un candidato republicano a la Casa Blanca: el nonagenario Bob Dole, que perdió por goleada contra Bill Clinton en 1996. Ni Mitt Romney ni John McCain votarán por él. Tampoco ningún miembro de la familia Bush salvo el joven George P. Bush, que pidió al partido que se uniera en torno a Trump.
Como apuntaba este artículo de mi colega Federica Narancio, los congresistas republicanos afrontan ahora un dilema difícil. Si abandonan a Trump, se arriesgan a perder los votos de sus incondicionales. Si lo apoyan, se arriesgan a perder los votos de las mujeres y de los indecisos que están huyendo de él.
Ninguno expresó mejor el dilema que el congresista republicano Greg Walden, que según el Washington Post dijo que estas elecciones eran “como intentar aterrizar un avión en medio de un huracán”. Su colega Charlie Dent, que apoyó en las primarias a John Kasich, lo expresó de otra forma: “Yo no digo cosas absurdas e incendiarias. La gente debería dejar de gritar a los bomberos”.
El abandono de Ryan y de los otros líderes republicanos no parece inquietar a Trump, que define a menudo su campaña como “un movimiento” al margen de los dos grandes partidos y sigue los consejos de Steve Bannon, responsable del medio de extrema derecha Breitbart News.
“Lo más llamativo del segundo debate fue que ninguno de los dos candidatos habló de demócratas o republicanos”, me dijo esa noche Peter Kastor, profesor de la Washington University de St. Louis. “A menudo estos debates son una ocasión en la que los candidatos dicen por qué su partido debería gobernar el país. Esta vez ninguno lo hizo. Quizá porque los votantes están muy enfadados con los dos grandes partidos. Pero quizá también porque los votantes conocen a estos dos candidatos mucho mejor”.