“No tenemos dinero ni para irnos”: piensan ‘autodeportarse’ pero las redadas los llevaron a la quiebra

Mississippi es uno de los estados más pobres de Estados Unidos, donde ya el 30% de los niños vive en la pobreza. Aunque los hispanos solo son el 3% de la población, las redadas que afectaron a esta comunidad también representan un duro golpe para la precaria economía local.

Maye Primera
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Maye Primera.
Vive en Mississippi sin documentos desde hace 15 años. Las polleras que le daban trabajo no quieren contratarla desde las redadas.
Vive en Mississippi sin documentos desde hace 15 años. Las polleras que le daban trabajo no quieren contratarla desde las redadas.
Imagen Mauricio Rodríguez-Pons

MORTON-CANTON, Mississippi.- Si una sola cosa pudiera pedirle ella a Donald Trump sería que la deje trabajar unos meses más para pagar los billes, las cuentas que debe, y juntar unos dólares para el viaje de regreso: “Que nos dejara trabajar otros días, porque no tenemos dinero ni para querer irnos”.

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Ella ni tiene el dinero ni quiere volver quebrada y con tres hijas al pueblo pobre que dejó hace 15 años. Pero tal y como están las cosas –con las redadas masivas, el desempleo y los tiroteos con blanco hispano– casi le da el mismo miedo quedarse en Estados Unidos que volver a Guatemala.

Ya no tiene trabajo, no tiene papeles, es madre soltera, paga 500 dólares de renta, debe 200 de agua y tiene pánico de que al salir de su casa la arreste Inmigración. Hasta hace dos semanas trabajaba en una de las plantas procesadoras de pollo que ICE allanó en Mississippi el 7 de agosto, de donde se llevó 680 detenidos, y se salvó por poco de que se la llevaran también a ella.

Sus tres hijas nacieron en Estados Unidos y ellas temen que a su madre la deporten a Guatemala.
Sus tres hijas nacieron en Estados Unidos y ellas temen que a su madre la deporten a Guatemala.
Imagen Mauricio Rodríguez-Pons

Desde ese día sus hijas -de 14, 11 y 3 años- creen que en cualquier momento le puede pasar lo mismo: “Dicen: ‘Si te vienen a agarrar, mami, ¿con quién nos vamos a quedar nosotros, si no tenemos familiares aquí?’ Yo siempre las voy a dejar a la escuela y los traigo para la casa”.

El día de la redada fue su primer día de clases y varios de sus compañeros se quedaron solos o tuvieron que irse a casa de sus tíos porque sus padres fueron arrestados y llevados a centros de detención en Louisiana.

Las tres nacieron en Estados Unidos y tampoco quieren marcharse a un lugar que no conocen si a su madre la deportan o si les toca irse por sus propios pies.

“Vamos a llegar igual adonde no hay trabajo. Mi pueblo es muy pobre. Si hubiera trabajo allá, trabajara uno para comer, para comprar sus cosas, pero no hay. Si trabajáramos allá, para qué vamos a venir para acá”, dice ella, que vino de Huehuetenango directo a trabajar en las polleras de Mississippi.

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Desde la redada no han vuelto a darle empleo las compañías que por décadas contrataron mano de obra indocumentada de forma directa y a través de terceros para trabajar en Morton, Mississippi. Ni Koch Foods –donde trabajó cuatro años picando pollo– ni en PH Foods –donde llevaba dos años trabajando hasta que ocurrió la redada–. Varias sedes de ambas compañías en el pueblo, junto con otras de Pearl River Foods, Peco Foods y A&B, fueron requisadas por ICE en el operativo de Migración más grande ejecutado hasta ahora en un solo estado.

La mujer fue arrestada en una procesadora de alimentos en Mississippi. Ella aún le estaba dando pecho a su hija de cuatro meses cuando todo sucedió, lleva 12 días sin verla y teme por la salud de la menor.
Video ICE mantiene detenida a madre lactante que además de la bebé tiene a otros dos hijos estadounidenses


“Cuando estábamos trabajando teníamos como comprarles su comida a los niños y ahora no tenemos con qué. Es muy triste lo que estamos viviendo”, se lamenta.

Familias con hipotecas y sin ingresos

Mississippi es uno de los estados más pobres de Estados Unidos. Allí, el 30% de los niños viven en la pobreza, niños negros no inmigrantes. Aunque los hispanos solo son el 3% de la población, las redadas que afectaron a esta comunidad también representan un duro golpe para la precaria economía local.

Cliff Johnson, director del McArthur Justice Center de la Universidad de Mississippi, durante una clínica de servicios legales en Canton.
Cliff Johnson, director del McArthur Justice Center de la Universidad de Mississippi, durante una clínica de servicios legales en Canton.

“Es devastador y estoy francamente aterrorizado por lo que sucederá en las próximas semanas y meses para estas familias que ahora han sido privados de cualquier ingreso en sus hogares. Es una grave crisis de pobreza, desesperación y miedo”, dice Cliff Johnson, director del MacArthur Justice Center de la Universidad de Mississippi.

Johnson es uno de los abogados que presta servicios pro bono a los migrantes afectados por las redadas: “Tenemos a 680 que fueron detenidas y un centenar que fueron despedidas de sus trabajos al día siguiente de las redadas. Estamos muy preocupados de lo que pueda pasar en el próximo mes, cuando estas personas no puedan pagar su renta, no puedan hacer los pagos del automóvil, los pagos de su casa”.

Muchos de los inmigrantes que han buscado ayuda legal en su clínica de la iglesia católica Sacred Heart han vivido en Mississippi por 15, 20 años y están pagando hipotecas y automóviles y ya tienen un acceso restringido a la atención médica porque no pueden pagarla.

Imagen aérea de un parque de trailas, junto a una procesadora de pollo Peco allanada por ICE, donde vive una mayoría de hispanos.
Imagen aérea de un parque de trailas, junto a una procesadora de pollo Peco allanada por ICE, donde vive una mayoría de hispanos.
Imagen Mauricio Rodríguez-Pons

Algunas familias tenían un solo proveedor, el padre o la madre, que ya no está, y en otras, ninguno de los padres puede trabajar. Muy pocas tienen ahorros y si los tienen, no son suficientes para vivir, como no lo serían para ningún estadounidense promedio: si acaso, el 65% tiene 1,500 dólares adicionales en el banco.

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“La gente tiene un margen muy delgado cada mes, viviendo de cheque en cheque, como muchos de nosotros vivimos. Y cuando quitas ese dinero, todo se desmorona”, dice el abogado.

<b>"Tengo mis juguetes allá y extraño a mis abuelos, que me abrazan",</b> dice Valeria Figueroa, una niña hondureña de 6 años que asegura no tener dudas de que quiere regresar a su país. Dice además que extraña su escuela y por eso, cada vez que puede, juega con su amiga Sharon a la escuelita.
Henry, de 9 años, y Sofía, de 11, quieren volver a Ecuador, su país natal. Pero aclaran que no quieren regresar a donde vivían. De allí huyeron escapando de una mujer que secuestró a uno de los hermanos, que luego recuperó la policía. La mujer insistía en que el niño era suyo y por eso amenazaba a la madre con volver a plagiarlo. Para estos niños, la migración a Estados Unidos ha sido una amarga experiencia. Una vez que las autoridades migratorias los enviaron de San Diego, California, a Tijuana, por la poca información que reciben los migrantes sobre dónde buscar ayuda, 
<b>ellos, sus dos hermanos y su madre durmieron en la calle. Y en Reynosa, México, un taxista los asaltó.</b> Sofía extraña sus estudios, la comida y a sus amigas; Henry, a sus amigos. Y a pesar de la insistencia de los niños por volver a Ecuador, la madre, Blanca, está decidida: "Yo no me regreso".
<b>"Extraño a mis hermanitos, sobre todo al más pequeño, y a mi papá",</b> asegura Nahomi, una niña de 10 años. Y esa es la parte más importante de todo lo que echa de menos, pero también menciona a su gato, a su loro, a su perro, su escuela: "Quisiera volver a Guatemala de cualquier manera que sea". A tan corta edad, entiende perfectamente todo lo que ella y su madre han vivido en los últimos meses y que en parte le han quitado la sonrisa de la cara. "He aguantado hambre, mi mamá no tenía ni un centavo porque todos los policías en el camino le pedían dinero", cuenta, y dice que también han pasado enfermedades y han dormido en el suelo. Ahora, en un albergue de Tijuana asegura que se siente sola, pues su madre trabaja todo el día.
En el albergue Madre Asunta, en Tijuana, Rosario Castro es la maestra. Dispusieron un salón en el que juegan y hacen tareas como una forma de ayudar a los menores a pasar las largas horas y días de espera mientras le llega el turno a sus familias de cruzar a Estados Unidos. 
<b>"Me han tocado niños felices, pero también tristes", </b>dice Castro. En muchos casos, cuenta que los niños no entienden por qué están en México: "No es una preocupación para ellos, pero para la mamá sí. Cuando los retornan lo ven como parte del proceso desde que salieron de sus casas". Explica que son pocos los que se quieren regresar a sus países y la principal razón es la familia que dejaron.
<b>"¿Te imaginas si tuvieras que empezar en otro país?",</b> se lee en una de las tareas que Castro puso a los niños en el albergue Madre Asunta, en Tijuana. El texto, que fue parte de un dictado, sigue así: "Todos los días en alguna parte del mundo hay niños y niñas que se convierten en refugiados y huyen de sus países porque su vida está en peligro. A veces huyen de la violencia y la guerra".
Atziry, de 7 años, repitió tanto su deseo de volver a Guatemala que a la madre no le quedó otra opción. Una noche le dijo: 
<b>"Mami, no quiero estar aquí, vamos a regresarnos",</b> y el llanto de la niña la llevó a tomar la decisión porque, explica, no quiere que sus hijos sufran más. En la imagen, la niña prepara su maleta y su abrigo poco antes de partir del albergue Ágape, en el que durmieron durante cuatro meses.
Dos hermanos de 6 y 8 años que regresaban hace dos domingos a Guatemala con su madre. Ileidy García, de 26 años, asegura que se fueron porque sus hijos ya habían sufrido demasiado, sobre todo cuando vieron a varios agentes de la Patrulla Fronteriza obligarla por la fuerza a firmar el papel con el que aceptaba que los retornaran a todos a México a esperar la fecha de su primera corte. "Mis hijos lloraban de ver a los hombres agresivos. 
<b>El miedo que eso nos generó nos hace devolvernos a nuestro país", </b>dice la mamá.
<b>"Extraño a mis amigos y a mi familia", </b>dice Carlos Ayala, de 12 años, quien no tiene dudas de que quiere regresarse a su país, Guatemala. Reconoce que le gustó Tijuana, pero afirma que su deseo de ver a la familia es mayor.
Una niña guatemalteca en un autobús privado que parte de Tijuana a Tapachula una mañana de agosto de 2019.
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"Tengo mis juguetes allá y extraño a mis abuelos, que me abrazan", dice Valeria Figueroa, una niña hondureña de 6 años que asegura no tener dudas de que quiere regresar a su país. Dice además que extraña su escuela y por eso, cada vez que puede, juega con su amiga Sharon a la escuelita.
Imagen Almudena Toral/Univision
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