El inquietante ascenso en la Casa Blanca de Steve Bannon, el 'Rasputín' de Trump

Las ideas radicales del estratega jefe del presidente han moldeado el debut de Donald Trump al frente del Poder Ejecutivo. Su influencia no ha dejado de crecer desde agosto de 2016.

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Por:
Eduardo Suárez.
Steve Bannon fue considerado durante la campaña el poder detrás del poder.
Steve Bannon fue considerado durante la campaña el poder detrás del poder.
Imagen Getty Images

Los primeros días de Donald Trump en la Casa Blanca han concentrado la atención en torno al ascenso de Steve Bannon, que tomó las riendas de la campaña del candidato republicano a finales de agosto y que se perfila como el hombre más influyente de su gobierno.

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Fue Bannon quien escribió el discurso de la toma de posesión del presidente y quien insistió en colocar el retrato del populista Andrew Jackson junto a su escritorio en el Despacho Oval. También fue Bannon (junto a su subordinado Stephen Miller) quien se empeñó en incluir entre los afectados por la orden ejecutiva a quienes tienen visados permanentes en contra del criterio del Departamento de Seguridad Interior.

Bannon fue designado por Trump como 'estratega jefe' de la Casa Blanca unos días después de las elecciones de noviembre. Su nombramiento se anunció junto al del jefe de gabinete del presidente, Reince Priebus, una persona muy próxima a Paul Ryan y a los republicanos del Capitolio que no se fían de Trump.

Los nombramientos de Priebus y Bannon son el fruto de un equilibrio. Los instintos de Trump están con Bannon pero necesita línea directa con los congresistas republicanos, en cuyas manos está su futuro y el de su legislación. El tercer miembro del triunvirato que manda en la Casa Blanca es Jared Kushner, esposo de Ivanka Trump, que tiene una enorme influencia sobre su suegro y que se ha mudado con su familia a la capital.

Bannon es estratega jefe del presidente pero esa responsabilidad por sí misma no significa nada: su relevancia depende de su proximidad a Trump. Esa proximidad ha ido aumentando desde las elecciones por la astucia de Bannon, que ha aprovechado los errores de sus rivales para dejar su huella en los primeros decretos del presidente y crear espectáculo a su alrededor.

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Este artículo del New York Times explica por ejemplo que Bannon ha ganado poder por los escándalos de Michael Flynn. El Wall Street Journal desveló hace unos días que el FBI investiga por sus conexiones con Rusia a Flynn, que sin embargo sigue ejerciendo como consejero de Seguridad Nacional.

Una de las señales que alertó sobre el ascenso de Bannon fue la orden ejecutiva que el presidente firmó este sábado sobre la composición del Consejo de Seguridad Nacional. La orden deja fuera de las reuniones habituales de este organismo al director nacional de Inteligencia y al jefe del estado mayor conjunto y en cambio incluye al estratega jefe de Trump. También dejaba fuera al director de la CIA pero en eso la Casa Blanca ha anunciado este lunes que rectificará.

Oposición casi unánime

El decreto de Trump recibió la oposición de personas que han trabajado para presidentes demócratas y republicanos.

Uno de los más duros fue Leon Panetta, que fue jefe de gabinete de Bill Clinton y director de la CIA y secretario de Defensa durante el mandato de Obama. “El último lugar en el que quieres poner a alguien que se preocupa por la política es en una sala donde se decide sobre seguridad nacional”, explicó Panetta. “Nunca he visto que eso ocurriera y no debería ocurrir. [Bannon] no tiene una experiencia amplia en asuntos de seguridad o de política exterior. Su papel es controlar la conciencia del presidente de acuerdo con sus promesas de campaña y ésa no es lo que debe hacer el Consejo de Seguridad Nacional”.

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El senador republicano John McCain mostró su preocupación durante esta entrevista y también lo hicieron Bernie Sanders y Susan Rice, que ejerció durante el mandato de Obama como embajadora en Naciones Unidas y consejera de Seguridad Nacional.

Como explica este artículo, Josh Bolten, jefe de gabinete de George W. Bush, recordó en otoño del año pasado que el presidente nunca dejó asistir a su estratega Karl Rove al Consejo de Seguridad Nacional: “No era porque no respetara los consejos de Karl o porque no valorara su opinión. Era porque el presidente quería enviar una señal al público, a su equipo y sobre todo al Ejército: que las decisiones sobre la vida y la muerte de los soldados no eran el fruto de los cálculos políticos”.

David Axelrod, estratega de Obama, sí asistió a algunas reuniones del Consejo de Seguridad Nacional y fue criticado por ello pero nunca se le otorgó el status que Trump ha otorgado a Bannon y los responsables de la CIA y del Pentágono nunca fueron excluidos de la lista de miembros principales de la institución.

Las tensiones son inherentes a la estructura de poder de la Casa Blanca. Los secretarios de Estado o de Defensa aspiran a influir en las decisiones del presidente, que a su vez se rodea de asesores que aspiran a ampliar su esfera de poder. Ocurrió durante los mandatos de todos los presidentes recientes y de una forma especial durante la presidencia de Ronald Reagan, que dejaba los detalles de sus decisiones al albur de las opiniones de asesores y secretarios de su administración.

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Durante el primer mandato de Reagan, la Casa Blanca vivió tensiones similares a las que ahora se dejan sentir en torno a Trump. Entonces el hombre del establishment era el jefe de gabinete James Baker y sus adversarios eran los estrategas conservadores Edwin Meese y Michael Deaver. Pero varios detalles separan lo que ocurre ahora de lo que ocurría en 1981. Al contrario que Trump, Reagan había ejercido ocho años como gobernador de California y conocía los resortes del poder. Baker era un tipo mucho más experimentado que Priebus y su inteligencia ayudó a reconducir las disensiones. Ni Meese ni Deaver tenían la ambición ideológica de Bannon, que no tiene experiencia de Gobierno pero sí la ambición de impulsar un proyecto político similar al que defiende la extrema derecha europea y otros líderes que se oponen a la globalización.

Un joven demócrata

Bannon se crió en una familia católica que votaba demócrata y admiraba a John F. Kennedy. Se alistó como voluntario en la Armada y sirvió durante cuatro años en un destructor. Primero como ingeniero auxiliar en el Pacífico y luego en el mar de Arabia durante la crisis de los rehenes de Teherán.

En este fascinante perfil que Joshua Green publicó en octubre de 2015, Bannon explica que los errores de Jimmy Carter lo convirtieron en un admirador de Reagan y lo apartaron de los demócratas a principios de los 80, mientras servía por las mañanas en el Pentágono y por las tardes estudiaba en Georgetown.

Bannon se matriculó en la Harvard Business School y trabajó unos años en Goldman Sachs pero enseguida fundó su propio fondo. Se especializó en inversiones en medios, se hizo millonario con los derechos de la serie Seinfeld e invirtió en la web del periodista conservador Andrew Breitbart, que unos años antes había ayudado a Arianna Huffington a fundar el Huffington Post.

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Andrew Breitbart falleció de un infarto en Los Ángeles en marzo de 2012. Su muerte empujó a Bannon a asumir las riendas de Breitbart News como presidente y editor.

Los congresistas republicanos han sufrido el acoso de Breitbart News en artículos salpicados de medias verdades, mentiras y exageraciones sobre sus conexiones con Wall Street o sus políticas de inmigración. Líderes como Paul Ryan o Marco Rubio han estado en el punto de mira del medio, que a menudo ha presentado a los políticos republicanos como miembros de las elites alejados de la realidad.

La acidez de las campañas de Breitbart News refleja el desprecio de Bannon por los dirigentes republicanos, que según él mismo explica nació durante los albores de la Gran Recesión. La rebelión ciudadana del Tea Party le empujó a respaldar a líderes como Sarah Palin y a subirse durante las primarias a la ola populista que acabó encumbrando a Trump.

La filosofía de Bannon está condensada en esta cita: “La fuerza de Bill Clinton fue apelar a los votantes que no fueron a la universidad. Así se ganan elecciones. (...) Los globalistas destruyeron a la clase obrera de EEUU y crearon una clase media en Asia. La cuestión ahora es cómo logramos que los ciudadanos de EEUU no sigan jodidos. Si lo logramos, tendremos el 60% del voto blanco y el 40% del voto de los negros y los hispanos y gobernaremos durante 50 años. Los demócratas no se han enterado de eso. Han estado hablando con esa gente que crea empresas con una capitalización de 9.000 millones de dólares y nueve empleados pero eso no es la realidad. Perdieron de vista o que de verdad es el mundo”.

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La cita está sacada de esta entrevista que publicó el periodista Michael Wolff unos días después de las elecciones y concuerda con el tono de muchos de los discursos de Trump.

Bannon se ha comparado a sí mismo con Dick Cheney, con Darth Vader e incluso con Satán. Son hipérboles que le sirven para irritar a sus enemigos y que a veces oscurecen su vertiente más calculadora. Ese otro Bannon ha convencido a donantes millonarios como la familia Mercer, que le ayudó a pagar sus investigaciones sobre los Clinton y financió parte de la campaña de Trump.

Trump con Rience Priebus durante la campaña.
Trump con Rience Priebus durante la campaña.
Imagen Getty Images

El entorno que rodea a Trump en la Casa Blanca es heterogéneo. Hay republicanos convencionales como Reince Priebus, Mike Pence o el portavoz Sean Spicer, miembros de su familia como Jared Kushner y generales como James Mattis o Michael Flynn. Lo que distingue a Bannon son sus intereses financieros y la concepción mesiánica de su misión.

Breitbart News ya está presente en Reino Unido y en Alemania y aspira a impulsar la oposición a los partidos europeos tradicionales y a avivar la revuelta contra la globalización. Fue Bannon quien conectó a Trump con líderes de ese movimiento como el británico Nigel Farage o el holandés Geert Wilders y es él quien está dispuesto a convertir el mandato de Trump en una especie de cruzada global contra la democracia liberal.

Ese celo ideológico es aún más inquietante a la luz de la ignorancia de Trump, que desprecia el criterio de los funcionarios de carrera y no comprende cómo se toman decisiones en la capital. Un presidente experimentado nunca habría dejado que su estratega jefe decidiera sobre uno de sus decretos contra el criterio de varios miembros de su equipo. Tampoco habría situado a una persona sin experiencia en una institución como el Consejo de Seguridad Nacional.

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El reportero Ronald Radosh desveló en este artículo una frase que Bannon le dijo durante una fiesta en noviembre de 2013: “Yo soy leninista. Lenin quería destruir el Estado y ése es mi objetivo también. Quiero hacer que todo se derrumbe y destruir el establishment de hoy”.

El hombre que entonces se jactaba de querer destruir el Estado es uno de los hombres más influyentes de la Casa Blanca tres años después. Muchos republicanos desconfían del poder de Bannon y critican gestos como el despreciable comunicado sobre el Holocausto, en el que perciben las indicios de un antisemitismo que ha emergido más de una vez. Por ahora deben tratar por él porque su poder sigue creciendo. Por ahora este rasputín tiene el favor del zar.

En fotos: La dramática travesía de los migrantes vetados por Trump

<b>Capítulo 1. Amor y muerte en Lesbos.</b> Dejan todo para encontrar un refugio para sus hijos, desafían al Mediterráneo en frágiles balsas y llegan a Lesbos. Son sirios, iraquíes, afganos, pakistaníes, sudaneses, bangladesíes y de otros muchos países, en un viaje largo e incierto. Luego de tocar tierra y estar a salvo -muchas veces con la ayuda de voluntarios europeos- algunos viajantes quedan en la costa descifrando el horizonte, esperando al ser querido que aún no llega porque tomó otra balsa. Son minutos eternos, a la orilla de un mar cruel. Unas veces hay un encuentro feliz, otras la peor noticia. “De noche y de día, con buen o mal tiempo, las escenas se repiten. Miedo, frío, angustia, alegría, amor, solidaridad y, demasiadas veces, muerte 
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<b>Capítulo 1. Amor y muerte en Lesbos.</b> Los gritos de terror se escuchan en la noche de luna. Las olas embravecidas golpean las piedras y el bote lleno de refugiados procedente de la costa de Turquía. Nico y Fiorella se lanzan por el oscuro barranco, los gritos arrecian al compás del oleaje. Los socorristas voluntarios españoles esquivan las piedras y los árboles hasta llegar al lugar preciso de la isla griega de Lesbos donde evitar otra tragedia. Sus compañeros amarran una cuerda a los vehículos y, en medio del caos y los llantos, empiezan a sacar a los bebés y a los niños más pequeños. 
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<b>Capítulo 2. “No hay cielo ni tierra cuando te hundes en el mar”.</b> La rutina de la isla de Kos, paraíso turístico griego, da la espalda a los cientos de migrantes agradecidos por llegar a salvo. Un antiguo hotel abandonado es ahora un pequeño campo de refugiados improvisado, para dormir en el suelo, mientras gestionan un permiso para continuar el viaje. En una fila fuertemente custodiada, la angustia y el miedo está en cada uno de los hombres, mujeres y niños que esperan por muchas horas para subir al ferry. “Finalmente el barco zarpa hacia Atenas entre los vítores que, desde la cubierta superior, lanzan los refugiados”, cuenta Javier Bauluz en su crónica 
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<b>Capítulo 2. “No hay cielo ni tierra cuando te hundes en el mar”. </b>El mundo de los turistas y de los refugiados apenas coincide en el tiempo y en los lugares. La mayoría de los botes desembarcan al amanecer cuando los turistas todavía duermen en sus hoteles y los refugiados duermen en la calle, lo más cerca posible de la comisaría. Suelen coincidir en el puerto del ferry, pero los oficiales de la Autoridad Portuaria desalojan a gritos y con porra en mano a los que osan dormir en la zona o intentar fotografiar la escena 
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<b>Capítulo 3. “Somos personas, no somos animales”.</b> Los últimos kilómetros para llegar a la frontera de Grecia con Macedonia son recorridos a pie. Las vías del tren aseguran la dirección correcta. Un piquete militar los interrumpe. No hay paso. El grupo se sienta, duerme y espera junto a la basura acumulada de varios días. Los niños asustados y sedientos ven a los funcionarios implacables organizar pequeños grupos para continuar hasta la estación y tomar un tren que llegará hasta Serbia, atestado de familias que intentan no dispersarse. “Mantener junta a la familia es la prioridad absoluta, muchas veces casi misión imposible para los padres y madres. Si se pierden no saben si se podrán volver a encontrar en un camino del que no saben ni adónde va”, describe en la crónica Javier Bauluz 
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<b>Capítulo 3. “Somos personas, no somos animales”. </b>Un policía se lleva detenidos a los dos periodistas. No tienen el permiso escrito, diario, para hacer fotografías en la caótica estación. Tras casi una hora detenidos son puestos en libertad con la amenaza de peores consecuencias. Dos veces más serán detenidos en los siguientes días, afortunadamente sin graves problemas. Pasan las horas y el viejísimo tren de metal se convierte en un horno para las personas hacinadas en su interior. Las escasas botellas de agua se convierten en una necesidad absoluta para los niños, que casi no pueden ni respirar dentro de los vagones. Por las ventanillas abiertas se ven bebés asomados, sujetos por sus agobiados y sudorosos padres, cuyos ojos se iluminan cuando alguien les entrega un poco de agua desde el andén. Las escenas de la estación recuerdan a los vagones de ganado en el que los judíos eran llevados a los campos de exterminio. 
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<b>Capítulo 4. En las vías del Oriente Express.</b> Dentro del tren es casi imposible moverse. Las familias se acomodan unas sobre otras como pueden. No falta espacio para sonreír, contar historias, jugar cartas, hablar de fútbol o simplemente pensar. Finalmente, los grupos se dividen por la forma de continuar la travesía a través de Serbia. Algunos prefieren caminar a pesar de las amenazas de bandidos. Los más cautos caminan por el campo apartado hacia la frontera. En esta zona remota es ahora es la policía Serbia quien les detiene el paso. Más permisos y esperas para poder llegar a Hungría, la ansiada puerta de la Comunidad Europea. Cuenta Javier Bauluz en su crónica que “el viaje continúa entre el miedo a ser asaltados y la esperanza de cruzar la última frontera”
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<b>Capítulo 4. En las vías del Oriente Express. </b>Bajo una sombra al costado de las vías del tren varios niños juegan alrededor de una amplia familia siria. El saludo en árabe es respondido con sonrisas, fruta y la invitación de unirse al grupo. Los padres cargan a hombros los más pequeños tras abandonar el carrito del bebé para poder caminar más deprisa. El viaje continúa entre el miedo a ser asaltados y la esperanza de cruzar la última frontera 
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<b>Capítulo 5. Xenofobia y rebelión en Hungría.</b> La entrada a Hungría les dio esperanzas, pero pronto entendieron que las dificultades seguirían. Autoridades y civiles agredían sin sentido al grupo, que se preguntaba si sería lo mismo en Alemania. La llegada a Budapest convirtió la estación de tren en un campamento de refugiados, quienes al conocer que el gobierno suspendía los traslados en tren hacia Austria comenzaron una protesta sin precedentes. Un adulto sirio despertó a los que aún dormían para decirles “Así sea caminando llegaremos a Alemania”. La gran marcha se conformó con grupos de familias andando día y noche para salir de Hungría. Agotados, los migrantes aceptaron ser llevados en autobús hasta Austria. Cuenta Bauluz en su crónica que “La gran marcha ha conseguido su objetivo de cambiar la política” 
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<b>Capítulo 5. Xenofobia y rebelión en Hungría.</b> Casi todos duermen cuando llegan varios autobuses. Lo que antes de la rebelión y la marcha era imposible ahora es casi una súplica. Quieren llevarlos a la frontera con Austria. Varias personas se suben, pero pronto se decide que no se fían del gobierno y que nadie les garantiza que no los llevarán a los campos cercados con alambre de espino donde pretendían encerrarlos, como hicieron pocos días antes, con engaños para subirlos a un tren con supuesto destino a Alemania, pero que los llevó a un campo de internamiento. “O todos o ninguno” es la consigna. Todos se bajan. Tras una ardua negociación con la organización caritativa húngara que coordinaba los autobuses enviados por el gobierno se opta por enviar un solo autobús a la frontera y que no salgan los demás hasta que se tenga información directa de su llegada 
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<b>Capítulo 6. Bienvenidos a Europa.</b> Al fin un oficial sonriente da un cortés “Bienvenido a Austria”. Una fila de autobuses nuevos espera la entrada de los refugiados camino a Alemania. Sin gritos, sin tensión. Voluntarios austríacos reciben a los migrantes con frutas, pasteles, té. Los viajeros no saben cómo agradecer tanto. Médicos, la Cruz Roja, caras alegres, comida caliente, todo lo que no habían visto en meses. La xenofobia se esfumó. Salen en tren a Alemania con ropa limpia, pasan por Munich casi dormidos hasta llegar a Frankfurt, donde nadie los espera. Salen de la estación y se confunden entre la gente. “Parece que por fin hemos llegado a Europa”, cita a un joven iraquí Javier Bauluz 
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<b>Capítulo 6. Bienvenidos a Europa.</b> Un nuevo tren llega. Va decorado con unos grandes rótulos de publicidad que ocupan todo el exterior del vagón. “Willkomen”, dice parte del texto rodeado por grandes caras impresas de jóvenes rubios sonrientes sentados a una mesa. El fotoperiodista se desespera cada vez que se abre y cierra la puerta corredera automática, que tapa el cartel publicitario, con la entrada y salida de voluntarios repartiendo botellas de agua y algo de comida a los felices y cansados pasajeros. Enmarcada por el colorido anuncio, una madre se instala en su asiento con dos niños y un bebé. Finalmente se sienta y abraza con ternura al bebé. La cámara registra el instante preciso que el periodista esperaba con ansiedad. 
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<b>El camino hacia la libertad.</b> La Historia está dividida en 6 capítulos. Cada uno de ellos es un punto clave de la travesía del fotógrafo junto a los refugiados, completada por cualquier medio posible: balsa, ferry, autobús, tren y largas caminatas a través de Macedonia, Serbia, Hungría, Austria y Alemania. A través del mapa seguimos la ruta de un viaje protagonizado por la mirada de los niños. Imágenes conmovedoras y necesarias 
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Capítulo 1. Amor y muerte en Lesbos. Dejan todo para encontrar un refugio para sus hijos, desafían al Mediterráneo en frágiles balsas y llegan a Lesbos. Son sirios, iraquíes, afganos, pakistaníes, sudaneses, bangladesíes y de otros muchos países, en un viaje largo e incierto. Luego de tocar tierra y estar a salvo -muchas veces con la ayuda de voluntarios europeos- algunos viajantes quedan en la costa descifrando el horizonte, esperando al ser querido que aún no llega porque tomó otra balsa. Son minutos eternos, a la orilla de un mar cruel. Unas veces hay un encuentro feliz, otras la peor noticia. “De noche y de día, con buen o mal tiempo, las escenas se repiten. Miedo, frío, angustia, alegría, amor, solidaridad y, demasiadas veces, muerte (VER ESPECIAL COMPLETO).
Imagen Javier Bauluz
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