Atrévete a hablar de tu salud mental: 60% de quienes necesitan ayuda no reciben tratamiento

El estigma que existe en torno a problemas como la depresión o la ansiedad hace que muchas personas carguen con esa cruz en silencio. Pero no hay nada de qué avergonzarse, según lo explica la doctora Reena Pande.

Reena Pande
Por:
Reena Pande.
Hoy en día la ley de salud exige que los planes de salud cubran los problemas emocionales o mentales de igual forma que las enfermedades físicas.
Hoy en día la ley de salud exige que los planes de salud cubran los problemas emocionales o mentales de igual forma que las enfermedades físicas.
Imagen Jae C. Hong/AP

Las enfermedades mentales y emocionales, incluyendo la depresión, ansiedad y otros desórdenes asociados, no discriminan. Con 300 millones de personas en el mundo que padecen de depresión, la mayoría conoce a alguien con esta condición. Debido al estigma que hay en torno a las enfermedades mentales, muchos enfrentan el problema por su cuenta y se abstienen de buscar la ayuda que merecen. El sistema de salud ha separado durante demasiado tiempo la salud emocional y física. Pero es tiempo de que eso cambie. Llegó el momento de levantar la voz y de tratar a la persona como un todo, porque el cómo nos sentimos emocionalmente, puede tener un gran impacto en cómo sanamos físicamente.

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La salud mental y la comunidad latina

La comunidad de hispanos está afectada por problemas mentales en un índice similar a otras poblaciones. Pero no hay duda de que hay grandes diferencias en actitud, estigma, preocupación en torno a la privacidad y acceso a tratamientos de calidad para tratar los problemas mentales. Esta inequidad es un problema por resolver. La asociación sin fines de lucro, National Alliance on Mental Illness reporta que uno de cada cinco adultos en Estados Unidos experimenta un problema mental y 60% de los que necesitan ayuda no reciben tratamiento, pero que los hispanos tienen un acceso a la salud aún menor que otras comunidades.

Debido a estas preocupantes estadísticas, es tiempo de trabajar juntos para buscar una solución.

Many latinos struggle alone with mental disorders.
Many latinos struggle alone with mental disorders.
Imagen Marco Ugarte/AP

Los hispanos pueden liderar el movimiento

Muchas entidades del sistema estadounidense están haciendo del cuidado de la salud mental una prioridad. Para 2020 los hispanos serán el mayor grupo minoritario en EEUU, al representar un 15% de la población. No tienes que ser un médico, terapista o experto en salud para formar parte de la solución. Esto es lo que puedes hacer:

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  1. Mejorar el acceso al tratamiento: el acceso fácil a atención psicológica de calidad es una barrera de entrada crítica para mucha gente, sobre todo los latinos. Un reporte elaborado en 2001 por Surgeon General encontró que sólo 20% de los hispanos con síntomas de un desorden psicológico hablan con su médico sobre sus problemas: apenas 10% contacta a un especialista en salud mental. Debemos asegurarnos de que los pacientes hispanos tengan acceso a proveedores que entiendan las diferencias culturales que los latinos pueden enfrentar y que puedan ofrecer terapia en español.
  2. Usar la tecnología para mejorar el acceso y calidad de la atención: un artículo reciente de Univision describió el uso de la telemedicina como solución al problema del acceso. Hay buenas investigaciones que apoyan los beneficios de la tecnología para ayudar a pacientes a cuidar su salud y bienestar emocional y a ofrecerles atención en inglés y español. La tecnología puede reducir barreras que hay para acceder a proveedores de habla hispana y mejorar el acceso en zonas del país con poca cantidad de profesionales de la salud mental.
  3. Presionar para obtener cobertura de salud para condiciones de salud mental: hoy en día la ley de salud exige que los planes de salud cubran los problemas emocionales o mentales de igual forma que las enfermedades físicas. Si a un paciente le han negado el cuidado en estas áreas o no ha podido acceder a él, puede introducir una queja a través de una página web ofrecida por el Kennedy Forum. Las respuestas se usan para forjar las políticas públicas e influenciar para tener una legislación que asista a las personas con condiciones de salud mental o abuso de sustancias. Los planes de salud están percibiendo la carga económica de la crisis de salud mental. Décadas de investigación han demostrado el profundo impacto que los problemas emocionales tienen en la salud física, al empeorar los pronósticos, impedir la productividad laboral y llevar a mayores gastos médicos que alcanzan hasta 200 billones de dólares en gastos médicos evitables cada año. Estudios recientes han demostrado que cada dólar gastado en atender problemas de salud mental puede ahorrar hasta cuatro dólares en gastos médicos generales. Tratar la salud mental es bueno para todos.
  4. Combatir el estigma en la red: participando en iniciativas de redes sociales como la campaña Depresión: Hablemos de la Organización Mundial de la Salud, puedes ayudar a eliminar el estigma asociado con la depresión. Reportando el bullying es otra forma en que puedes marcar la diferencia en tu comunidad digital.
  5. Liderar con el ejemplo: si te has visto afectado por la depresión, no tengas miedo de hablar sobre tu experiencia con familiares y amigos. El estigma existe porque se lo permitimos. Si necesitas inspiración. The Mighty y Thrive Global son publicaciones que publican historias personales de famosos y no famosos.
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El cambio comienza con nosotros, como una comunidad global, diciendo está bien no estar bien.
Acerca del autor

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.

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<b>Anita Estrada, enfermera</b>: “Creo que siempre he tenido pensamientos suicidas, incluso en la niñez. Nunca lo intenté de pequeña pero recuerdo pensar: bueno, espero acostarme a dormir y no despertar. Crecí en un hogar cristiano y el suicidio era un pecado, así que nunca se lo conté a nadie. Todo se hizo más obvio en mis veintes cuando me diagnosticaron depresión con ansiedad atípica, y después de mi primer intento lo cambiaron a desorden bipolar. Mi último intento fue en 2011 y fue muy feo. En esa época yo no quería estar medicada por el resto de mi vida, así que, contra la voluntad de mi médico, dejé de tomar las pastillas. Dejé de comer y de dormir y después intenté quitarme la vida. Estuve hospitalizada casi dos semanas. Pero con la terapia y la medicación todo mejoró. Lo que no quiero decirle a nadie que amo es que nunca lo haré de nuevo porque no lo sé. No puedo predecir el futuro, ni saber si los medicamentos dejarán de funcionar o si cambiarán mis circunstancias y ya no podré pagarlos”.
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<b>Abel Ibarra, estudiante de la Universidad de Texas</b>: “Soy el tipo de persona que siempre tenía una sonrisa. Pero estaba escondiendo todo. Llegué a un punto en el que empecé a tener pensamientos suicidas y luego decía: 'No, eso es loco. Yo nunca haría eso'. Pero no era yo mismo. Pasaba por puentes y pensaba: puedo saltar ahora mismo, y por alguna razón algo siempre me contenía. Hubo un tiempo en el que me paraba ahí y pensaba: '¿De verdad quiero hacer esto ahora?' Siempre tenía esa lucha interna: '¿Merezco estar en este mundo ahora? ¿Me extrañarán?' Fui a terapia y luego hasta llamé a líneas de ayuda telefónica porque a veces necesitaba que alguien me escuchara. Siempre es así, estás feliz y de pronto, en segundo, ya no lo estás. Cuando comencé a tener mayor control me dije: tengo que luchar contra esto y comencé a buscarle un propósito a mi vida, por eso cuento mi historia”.
<b>Chris Agudo, activista</b>: “Por algún motivo, de la nada, pensé: 'Déjame encender el teléfono de nuevo'… Lo encendí y vi muchas llamadas perdidas, mensajes de texto y mensajes de voz. Y los revisé y eran de mis papás, mi hermano, mis amigos. Eso me afectó. Me llegó al corazón y fue como si hubiera nacido de nuevo. Fue algo tremendo, lo peor que he llorado en mi vida”.
<b>Andy Grant, coach y conferencista</b>: “He sobrevivido varios intentos de suicidio. Vengo de un linaje de suicidio, depresión y alcoholismo. Dos generaciones antes de mí habían cometido suicidio y hubo un tiempo en mi vida en el que sentí que era mi destino y que tenía esos pensamientos porque se suponía que debía que actuar en ellos. Incluso los intentos fallidos eran motivo para sentirme mal conmigo mismo, ni siquiera podía hacer eso bien”.
<b>Alisa Orber, comediante</b>: “Llega un punto donde simplemente hay absoluta desesperanza. Simplemente no hay nada. Lo que ocurre cuando me deprimo es que tengo esa sensación de desapego, como si no estuviera dentro de mi cuerpo. Como si viera mi vida por televisión, como si yo no estuviera ahí y me desprendo también por completo de los demás. Recuerdo decirle a alguien que no estaba saliendo porque estaba deprimida y me respondían que era una excusa, luego le dije a otra persona y alegaron que era porque no hacía ejercicio. Nadie te está escuchando y la gente te juzga por eso. No tienes ningún lugar al que ir y tienes tanto dolor que llega un punto en el que es abrumador. Cuando se indigna o te dice egoísta se trata de alguien que jamás ha sufrido una depresión clínica. Creo que usamos la palabra depresión con demasiada ligereza”.
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<b>Cecelia Markow, estudiante y músico</b>: “En un Día de San Valentín mi novio en ese entonces me violó. Después la relación se deterioró y luego tuve problemas de memoria, lo que hizo que mis calificaciones en la universidad empeoraran. Justo antes del intento estaba tratando de no pensar en todas las cosas malas cuando todas explotaron. Horriblemente. Decidí que ya no quería manejarlo porque no podía. Los medicamentos no funcionaban. A quienes pueden estar atravesando una situación similar les digo que por más que cueste, salgan del agua. Recuerden a todos los que los aman y a quienes ustedes aman. Es asombroso porque a mí me cuesta tanto pensar de forma positiva, pero quiero que la gente sepa que no importa cuán dura sea una situación, siempre hay alguien allí que te ama y que te quiere aquí”.
<b>Megan Rotatori, estudiante de la Universidad de Vermont</b>: “Creo que hay un gran estereotipo de cómo se ve alguien que sufre de enfermedades mentales. Siento que la mayoría de mis amigos y familiares, incluso quienes conocen lo que me ha pasado, no me ven como alguien que sufre de enfermedades mentales. Pasé por muchos diagnósticos, no podían descifrar qué era lo que tenía. Creo que mi vida ha sido mucho más dura de la de otras personas. Me violaron a los 14 años y nunca lo dije a nadie. Lo reprimí en mi mente, ni siquiera pensé en eso. En ese momento la depresión empeoró. Ya en la secundaria comencé a auto-infligirme daño. Todo se fue de control. Estaba medicada contra la depresión pero creo que abusé de ella para intentar sentirme mejor. Nunca pensé que era adicta a las drogas, pero creo que fue eso. Llegó un punto en que sentí que no me quedaba nada y fue ahí cuando terminé en la sala de emergencia debido a una sobredosis de medicinas”.
<b>René Severin, herrero</b>: “Un tipo me golpeó y me decía: ‘Hey, despiértate’. Y luego escuché: ‘Está respirando’. Llamaron a una ambulancia y me desperté por completo en ella, con mucho, mucho dolor. Lo único que podía pensar era en mi mamá. Me preguntaron a quién llamar y dije que a ella, de inmediato. Yo no era cercano a mi familia, pero es familia. Siguen ahí para mí todavía. Mi tía, al verme, me dijo: ‘No puedo creer que hicieras eso, hemos debido apoyarte más’. Odio cuando la gente hace eso, intentar culparse ellos. No, no es tu culpa. Es mi culpa y soy el único culpable. No quiero que nadie cargue esa cruz”.
<b>Natasha Winn, estilista</b>: “De verdad sentía que no valía nada y que no merecía estar viva y que… no lo sé. Sólo pensaba que era una persona horrible y la única forma de no ser horrible era morir. Incluso si tu amigo o tu amiga dice: voy a matarme, deberías tomarla en serio y no decir: eso es algo que siempre dices”.
<b>Carlton Davis, escritor</b>: “No puedo creer que haya vivido tanto tiempo, para ser honesto. No pensé que llegaría a los 30 o 40. Es un milagro que esté aquí todavía. Una noche decidí que me iba a ir. Fui a un puente de una autopista cerca de cada y estaba decidido a saltar. Lo único que me contuvo fue que no quería matar otra persona. No podía hacerlo. Quería, pero no podía. Esperaba que viniera la policía y que tuviéramos un altercado y que así fuera como muriera, pero no ocurrió. Regresé a casa y me pusieron en un hospital mental donde me diagnosticaron con desorden bipolar. Siempre pensé que mis problemas en mi vida venían por traumas en la infancia donde fui abusado sexualmente, pero mi psiquiatra pensó que había un componente algo biológico. Me medicaron con psicotrópicos y todo se fue. Ya no tenía pensamientos suicidas, aunque cuando me deprimo todavía vuelvo a ese lugar en mi mente y debo obligarme a mí mismo a no hacerlo. Eso me preocupa hasta el día de hoy”.
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Anita Estrada, enfermera: “Creo que siempre he tenido pensamientos suicidas, incluso en la niñez. Nunca lo intenté de pequeña pero recuerdo pensar: bueno, espero acostarme a dormir y no despertar. Crecí en un hogar cristiano y el suicidio era un pecado, así que nunca se lo conté a nadie. Todo se hizo más obvio en mis veintes cuando me diagnosticaron depresión con ansiedad atípica, y después de mi primer intento lo cambiaron a desorden bipolar. Mi último intento fue en 2011 y fue muy feo. En esa época yo no quería estar medicada por el resto de mi vida, así que, contra la voluntad de mi médico, dejé de tomar las pastillas. Dejé de comer y de dormir y después intenté quitarme la vida. Estuve hospitalizada casi dos semanas. Pero con la terapia y la medicación todo mejoró. Lo que no quiero decirle a nadie que amo es que nunca lo haré de nuevo porque no lo sé. No puedo predecir el futuro, ni saber si los medicamentos dejarán de funcionar o si cambiarán mis circunstancias y ya no podré pagarlos”.
Imagen Cortesía Dese’Rae L. Stage
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