"Intenté acabar con mi vida, pero sobreviví": el testimonio de una hispana que sufrió de pensamientos suicidas y logró seguir adelante

Diana Cortez recuerda, en primera persona, cómo hace unos años se sumió en una profunda depresión clínica que vino acompañada de recurrentes pensamientos suicidas. Estuvo cerca de morirse cinco veces. Aunque por años padeció las fallas de la atención psiquiátrica, hoy es una activista comprometida a acabar con el estigma.

Por:
Univision
Su historia revela cómo con un tratamiento efectivo y más humano, muchas personas logran seguir adelante.
Su historia revela cómo con un tratamiento efectivo y más humano, muchas personas logran seguir adelante.
Imagen Cortesía Dese’Rae L. Stage/livethroughthis

He intentado acabar con mi vida cinco veces. Todo comenzó cuando tenía 20 años. Súbitamente sentí mucho cansancio, fatiga y tristeza e inmediatamente tuve ideas de suicidio. Es un sentimiento de gran desesperación. Como si estuvieras en un túnel: crees que lo que crees es cierto y que estás siendo razonable y que sencillamente no hay esperanza. Me sorprendió porque nunca había conocido a nadie que se sintiera así o que, al menos, hablara de ello.

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Nací en México, pero crecí en Tacoma, una ciudad a las afueras de Seattle, Washington. Le conté a mi mamá y me llevó a un doctor que me diagnosticó una depresión clínica y me recetó medicamentos. Ninguno funcionó. Las ideas se volvieron constantes. Yo intentaba combatirlas, pero no podía. La gente me decía que por qué no salía a caminar, a estar bajo el sol o a divertirme, pero era algo que cuando me venía a la mente era como una obsesión.

Ante mi desesperación, mi mamá decidió llevarme a un terapista, pero en aquella época (hace 30 años) los psiquiatras no estaban muy entrenados en prevención del suicidio.

Fui a terapia durante tres o cuatro años. Hoy en día me doy cuenta de que el especialista no estaba capacitado. Él jamás mencionó el tema y en mi familia y mi cultura hispana me habían enseñado que, por ser hombre y médico, él era la autoridad, así que yo tampoco dije nada.

Los pensamientos recurrentes no me abandonaron durante todo ese tiempo y llegó un momento en que pasé de simplemente pensarlo a planearlo. Miraba una calle y pensaba: 'quizá podría chocar mi auto allí y morirme'. Nunca se lo conté a nadie, pero hubo un día en que las circunstancias se dieron.

Tuve más presión de la habitual en casa y decidí escoger una fecha para intentarlo y ya después de eso era una determinación prácticamente imposible de cambiar. Escogí un día y el método. La gente dice que uno no piensa sino en uno mismo al concebir algo así, pero es todo lo contrario: tan hondo era mi dolor emocional que sabía que mi mamá sufría mucho al verme tan deprimida, entonces pensaba: ‘Si me muero, le dolerá al principio, pero después saldrá adelante’.

Yo ya había perdido cualquier esperanza de que cambiaran mis circunstancias. No veía futuro. Era como si se me hubiera cerrado el mundo: ya había tomado la medicina, ido a un psiquiatra, cambiado mis hábitos y ahí seguía ese sentimiento igual de fuerte o incluso más.

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Así que lo intenté, pero sobreviví. Lo hice de noche y al despertar a la mañana siguiente no lo podía creer. Fue terrible porque todavía tenía la depresión y además se le sumaba ahora una gran vergüenza. De todas formas, le avisé a mi familia y me llevaron al hospital.

Al llegar allí pensé que quizá recibiría la ayuda que necesitaba, pero no fue así. Era un número más, todo completamente impersonal. Había un psiquiatra, pero nunca me vio a los ojos. Simplemente dijo: ‘Estas son las medicinas que te voy a cambiar’ y ya. Eso fue como si me sellaran la tumba: era el lugar donde pensé que me iban a ayudar pero, por el contrario, ahora había estado en un hospital donde mis archivos decían que tenía depresión e intento de suicidio.

"La gente dice que uno no piensa sino en uno mismo al concebir algo así, pero es todo lo contrario: tan hondo era mi dolor emocional que sabía que mi mamá sufría mucho al verme tan deprimida, entonces pensaba: ‘Si me muero, le dolerá al principio, pero después saldrá adelante’".


Al darme de alta a las dos semanas me dieron un número telefónico para que fuera a una cita con un psiquiatra, pero jamás se aseguraron de que yo llamara y la hiciera. Regresar a casa fue terrible porque mi familia no hallaba cómo hablar conmigo, ni yo con ellos.

Después de esa experiencia pasé un tiempo sin intentarlo, pero igual lo tenía en la mente. Me mudé, cambié de trabajo, traté de ayudarme a mí misma a no sentirme así, pero desafortunadamente si uno no está en tratamiento para los pensamientos de suicidio, estos no mejoran y se hacen más recurrentes.

Por más que fui a psicólogos, no se enfocaban en lo que realmente era el problema más urgente, que era el suicidio y no la depresión. Cualquiera de los intentos hubiera podido ser el último y gracias a Dios que no fue así.

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Traté de suicidarme cuatro veces más. El último intento fue en 2010. Esa vez estaba determinada a asegurarme de lograrlo. Decidí que no sería en mi casa porque mi mamá vivía allí. Arreglé todo y seguí con mi plan. Me registré en un hotel, pero milagrosamente llamó una de mis hermanas justo en el momento preciso. Yo no le había dicho a nadie que estaría allí. Atendí el teléfono pensando que llamaban de la recepción. Cuando escuché su voz supe que no me podía suicidar.

Mientras ella me hablaba otro de mis familiares condujo hasta el hotel y llegó a tocar la puerta. Así me salvaron. Esa vez supe que sería la última vez que lo trataba porque si eso sucedió era que realmente Dios no quería que me muriera.

Sin embargo, el suicidio es algo que uno no puede controlar. No puedes simplemente decir 'no lo voy a hacer'. Yo siempre seguí teniendo esa idea, pero gracias a Dios recibí finalmente la atención médica que necesitaba para saber cómo controlarla.

"Una luz al final del túnel"

Cuando me llevaron esa vez a un hospital grande, desde el momento en que entré en la sala de urgencias me trataron como una persona. Me preguntaron cómo me sentía y me invitaron a participar en grupos de apoyo. El doctor me dijo: ‘He trabajado con gente como tú y sé que sufres, pero quiero que sepas que hay ayuda y que haré lo posible para que mejores’.

Por primera vez pude ver luz al final del túnel. Allí usaban una terapia llamada DBT que se ha comprobado es efectiva para tratar a personas con pensamientos suicidas. También trajeron a mi familia al hospital y los incluyeron en mi tratamiento. Me dieron un safety plan de qué hacer si me sentía mal al salir de allí. Toda una lista para que no llegara al punto en que me quisiera suicidar.

Me contaron que la terapia duraba un año y que en ese año las personas dejaban de sentir las ganas de morir. Yo no creí que fuera posible. Estaba escéptica por todo lo que había pasado, pero me propuse intentarlo. No puedo decir exactamente cuándo fue, pero llegó un momento durante ese año en que te dan herramientas, logré controlarlo.

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Todavía tengo días malos, pero sé que eso va a cambiar y que no va a ser siempre de esa manera. Entendí que esa no es la verdad, que es simplemente un pensamiento.

En el primer año te enseñan a no querer morir y en el segundo a cómo tener una vida feliz y seguir adelante. Fue allí cuando me propusieron compartir mi historia con otras personas porque yo tengo lo que llaman una experiencia vivida.

Esa organización llamada Zero Suicides ahora trabaja con hospitales para capacitar al personal a manejar estos casos. Mi parte es relatar lo vivido para que los médicos entiendan lo que se siente estar del otro lado.

La voz de quien sobrevive

Nunca pensé que podría compartir mi historia con nadie y mucho menos vivir de eso. En 2016 recibí una llamada y era de la Casa Blanca invitándome a conocer al presidente Obama que dedicó muchos recursos a la prevención del suicidio.

Queda mucho trabajo por hacer. Por mucho tiempo ha habido una postura de la academia que considera que los médicos son los expertos y nosotros los pacientes/enfermos. Hay una división muy grande. Ellos no quieren escuchar. Pero poco a poco eso ha ido cambiando. Ahora todos los médicos, independientemente de su especialidad, están obligados a cursar algunas horas de prevención del suicidio.

Lo que nos hemos dado cuenta es que a veces ni un doctor, ni un sacerdote ni un ser querido pueden ayudar a alguien que se siente así, a menos de que sea alguien que lo ha vivido antes. Porque nosotros sí lo podemos entender.

Cuando alguien se suicida todo el mundo se pregunta si hay algo que hubieran podido hacer para ayudarla. Pero esa persona ya no está y no podemos preguntarle. Lo más cercano que sí tenemos es a gente como yo que hemos sobrevivido a un intento de suicidio.


Como hispana estoy segura de que hay muchos factores que contribuyen a que haya intentos de suicidio dentro de nuestra comunidad. Pero los latinos ni siquiera nos atrevemos a hablarlo todavía. El hecho de que sea un secreto es lo que permite que alguien se sienta de esa manera y no pueda conversarlo, lo que luego puede terminar en una tragedia.

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Los hispanos somos personas muy reservadas en nuestra familia y desconfiamos de la autoridad y no buscamos a profesionales que puedan ayudarnos. También afecta el que seamos muy supersticiosos. Muchas personas cercanas me decían que necesitaba una limpia, jarabes de mil tipos. También que le rezara a Dios. Trataban de ayudarme, pero no tenían conocimiento . Me decían que me sentía así porque no oraba suficiente o había hecho algo malo y Dios me estaba castigando.

También se nos dificulta el acceso a médicos de calidad porque cobran más y a veces los medicamentos para estas condiciones son muy costosos. Y en áreas como Tijuana la situación es peor, tengo a una amiga que vive allí y en México la internaron en un lugar donde la amarraban a la cama. Casi la matan.

Cuando alguien se suicida todo el mundo se pregunta si hay algo que hubieran podido hacer para ayudarla. Pero esa persona ya no está y no podemos preguntarle, pero lo más cercano que sí tenemos es a personas como yo que hemos sobrevivido a un intento de suicidio.

Si estás deprimido o tienes pensamientos suicidas busca ayuda. Contacta de inmediato a la National Suicide Prevention Lifeline por el teléfono: 1-800-273-8255.

La periodista María Isabel Capiello contribuyó con la escritura y edición de esta historia.

<b>Anita Estrada, enfermera</b>: “Creo que siempre he tenido pensamientos suicidas, incluso en la niñez. Nunca lo intenté de pequeña pero recuerdo pensar: bueno, espero acostarme a dormir y no despertar. Crecí en un hogar cristiano y el suicidio era un pecado, así que nunca se lo conté a nadie. Todo se hizo más obvio en mis veintes cuando me diagnosticaron depresión con ansiedad atípica, y después de mi primer intento lo cambiaron a desorden bipolar. Mi último intento fue en 2011 y fue muy feo. En esa época yo no quería estar medicada por el resto de mi vida, así que, contra la voluntad de mi médico, dejé de tomar las pastillas. Dejé de comer y de dormir y después intenté quitarme la vida. Estuve hospitalizada casi dos semanas. Pero con la terapia y la medicación todo mejoró. Lo que no quiero decirle a nadie que amo es que nunca lo haré de nuevo porque no lo sé. No puedo predecir el futuro, ni saber si los medicamentos dejarán de funcionar o si cambiarán mis circunstancias y ya no podré pagarlos”.
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<b>Abel Ibarra, estudiante de la Universidad de Texas</b>: “Soy el tipo de persona que siempre tenía una sonrisa. Pero estaba escondiendo todo. Llegué a un punto en el que empecé a tener pensamientos suicidas y luego decía: 'No, eso es loco. Yo nunca haría eso'. Pero no era yo mismo. Pasaba por puentes y pensaba: puedo saltar ahora mismo, y por alguna razón algo siempre me contenía. Hubo un tiempo en el que me paraba ahí y pensaba: '¿De verdad quiero hacer esto ahora?' Siempre tenía esa lucha interna: '¿Merezco estar en este mundo ahora? ¿Me extrañarán?' Fui a terapia y luego hasta llamé a líneas de ayuda telefónica porque a veces necesitaba que alguien me escuchara. Siempre es así, estás feliz y de pronto, en segundo, ya no lo estás. Cuando comencé a tener mayor control me dije: tengo que luchar contra esto y comencé a buscarle un propósito a mi vida, por eso cuento mi historia”.
<b>Chris Agudo, activista</b>: “Por algún motivo, de la nada, pensé: 'Déjame encender el teléfono de nuevo'… Lo encendí y vi muchas llamadas perdidas, mensajes de texto y mensajes de voz. Y los revisé y eran de mis papás, mi hermano, mis amigos. Eso me afectó. Me llegó al corazón y fue como si hubiera nacido de nuevo. Fue algo tremendo, lo peor que he llorado en mi vida”.
<b>Andy Grant, coach y conferencista</b>: “He sobrevivido varios intentos de suicidio. Vengo de un linaje de suicidio, depresión y alcoholismo. Dos generaciones antes de mí habían cometido suicidio y hubo un tiempo en mi vida en el que sentí que era mi destino y que tenía esos pensamientos porque se suponía que debía que actuar en ellos. Incluso los intentos fallidos eran motivo para sentirme mal conmigo mismo, ni siquiera podía hacer eso bien”.
<b>Alisa Orber, comediante</b>: “Llega un punto donde simplemente hay absoluta desesperanza. Simplemente no hay nada. Lo que ocurre cuando me deprimo es que tengo esa sensación de desapego, como si no estuviera dentro de mi cuerpo. Como si viera mi vida por televisión, como si yo no estuviera ahí y me desprendo también por completo de los demás. Recuerdo decirle a alguien que no estaba saliendo porque estaba deprimida y me respondían que era una excusa, luego le dije a otra persona y alegaron que era porque no hacía ejercicio. Nadie te está escuchando y la gente te juzga por eso. No tienes ningún lugar al que ir y tienes tanto dolor que llega un punto en el que es abrumador. Cuando se indigna o te dice egoísta se trata de alguien que jamás ha sufrido una depresión clínica. Creo que usamos la palabra depresión con demasiada ligereza”.
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<b>Cecelia Markow, estudiante y músico</b>: “En un Día de San Valentín mi novio en ese entonces me violó. Después la relación se deterioró y luego tuve problemas de memoria, lo que hizo que mis calificaciones en la universidad empeoraran. Justo antes del intento estaba tratando de no pensar en todas las cosas malas cuando todas explotaron. Horriblemente. Decidí que ya no quería manejarlo porque no podía. Los medicamentos no funcionaban. A quienes pueden estar atravesando una situación similar les digo que por más que cueste, salgan del agua. Recuerden a todos los que los aman y a quienes ustedes aman. Es asombroso porque a mí me cuesta tanto pensar de forma positiva, pero quiero que la gente sepa que no importa cuán dura sea una situación, siempre hay alguien allí que te ama y que te quiere aquí”.
<b>Megan Rotatori, estudiante de la Universidad de Vermont</b>: “Creo que hay un gran estereotipo de cómo se ve alguien que sufre de enfermedades mentales. Siento que la mayoría de mis amigos y familiares, incluso quienes conocen lo que me ha pasado, no me ven como alguien que sufre de enfermedades mentales. Pasé por muchos diagnósticos, no podían descifrar qué era lo que tenía. Creo que mi vida ha sido mucho más dura de la de otras personas. Me violaron a los 14 años y nunca lo dije a nadie. Lo reprimí en mi mente, ni siquiera pensé en eso. En ese momento la depresión empeoró. Ya en la secundaria comencé a auto-infligirme daño. Todo se fue de control. Estaba medicada contra la depresión pero creo que abusé de ella para intentar sentirme mejor. Nunca pensé que era adicta a las drogas, pero creo que fue eso. Llegó un punto en que sentí que no me quedaba nada y fue ahí cuando terminé en la sala de emergencia debido a una sobredosis de medicinas”.
<b>René Severin, herrero</b>: “Un tipo me golpeó y me decía: ‘Hey, despiértate’. Y luego escuché: ‘Está respirando’. Llamaron a una ambulancia y me desperté por completo en ella, con mucho, mucho dolor. Lo único que podía pensar era en mi mamá. Me preguntaron a quién llamar y dije que a ella, de inmediato. Yo no era cercano a mi familia, pero es familia. Siguen ahí para mí todavía. Mi tía, al verme, me dijo: ‘No puedo creer que hicieras eso, hemos debido apoyarte más’. Odio cuando la gente hace eso, intentar culparse ellos. No, no es tu culpa. Es mi culpa y soy el único culpable. No quiero que nadie cargue esa cruz”.
<b>Natasha Winn, estilista</b>: “De verdad sentía que no valía nada y que no merecía estar viva y que… no lo sé. Sólo pensaba que era una persona horrible y la única forma de no ser horrible era morir. Incluso si tu amigo o tu amiga dice: voy a matarme, deberías tomarla en serio y no decir: eso es algo que siempre dices”.
<b>Carlton Davis, escritor</b>: “No puedo creer que haya vivido tanto tiempo, para ser honesto. No pensé que llegaría a los 30 o 40. Es un milagro que esté aquí todavía. Una noche decidí que me iba a ir. Fui a un puente de una autopista cerca de cada y estaba decidido a saltar. Lo único que me contuvo fue que no quería matar otra persona. No podía hacerlo. Quería, pero no podía. Esperaba que viniera la policía y que tuviéramos un altercado y que así fuera como muriera, pero no ocurrió. Regresé a casa y me pusieron en un hospital mental donde me diagnosticaron con desorden bipolar. Siempre pensé que mis problemas en mi vida venían por traumas en la infancia donde fui abusado sexualmente, pero mi psiquiatra pensó que había un componente algo biológico. Me medicaron con psicotrópicos y todo se fue. Ya no tenía pensamientos suicidas, aunque cuando me deprimo todavía vuelvo a ese lugar en mi mente y debo obligarme a mí mismo a no hacerlo. Eso me preocupa hasta el día de hoy”.
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Anita Estrada, enfermera: “Creo que siempre he tenido pensamientos suicidas, incluso en la niñez. Nunca lo intenté de pequeña pero recuerdo pensar: bueno, espero acostarme a dormir y no despertar. Crecí en un hogar cristiano y el suicidio era un pecado, así que nunca se lo conté a nadie. Todo se hizo más obvio en mis veintes cuando me diagnosticaron depresión con ansiedad atípica, y después de mi primer intento lo cambiaron a desorden bipolar. Mi último intento fue en 2011 y fue muy feo. En esa época yo no quería estar medicada por el resto de mi vida, así que, contra la voluntad de mi médico, dejé de tomar las pastillas. Dejé de comer y de dormir y después intenté quitarme la vida. Estuve hospitalizada casi dos semanas. Pero con la terapia y la medicación todo mejoró. Lo que no quiero decirle a nadie que amo es que nunca lo haré de nuevo porque no lo sé. No puedo predecir el futuro, ni saber si los medicamentos dejarán de funcionar o si cambiarán mis circunstancias y ya no podré pagarlos”.
Imagen Cortesía Dese’Rae L. Stage
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