La preocupante tendencia del aumento de suicidios en el lugar de trabajo en EEUU que refleja un problema nacional

En 2018, un número récord de estadounidenses acabaron con su vida en donde trabajaban, de acuerdo con los datos de la Agencia de Estadísticas en el Trabajo. Las cifras reflejan de la crisis que vive el país, con las mayores tasas de suicidio desde la II Guerra Mundial.

Por:
Univision
Utah está dentro de los diez estados con más suicidios en el país.
Utah está dentro de los diez estados con más suicidios en el país.
Imagen iStock

El número de suicidios en el lugar de trabajo se elevó en 2018 a 304 personas, un incremento del 11% con respecto al año anterior y la mayor cifra desde que Agencia de Estadísticas en el Trabajo comenzase a tomar nota de estos incidentes, hace 26 años, de acuerdo con el informe difundido el mes pasado por esta institución.

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La agencia advirtió que, igual que ocurrió en años anteriores, esta cifra probablemente es muy conservadora porque toma en cuenta los sucesos que se produjeron en el lugar de trabajo (o fuera pero mientras la persona realizaba tareas de su trabajo), pero determinar hasta qué punto un suicidio está vinculado con el empleo a menudo es difícil. Por otra parte, este recuento no incluye muertes ambiguas (por sobredosis, por ejemplo).

El sector donde se producen más suicidios es el de la construcción, con una tasa 2.5 veces superior a la de la media nacional por suicidios entre hombres adultos. Los expertos atribuyen esta mayor incidencia a factores como la mayor exposición a daños físicos y lesiones; el uso habitual de medicamentos contra el dolor, drogas y alcohol (el sector de la construcción es uno de los más afectados por la crisis de los opioides); la naturaleza transitoria del empleo y su mayor precariedad, y el hecho de que la mayoría de los trabajadores son hombres de mediana edad con un nivel educativo bajo, el grupo demográfico con más riesgo de suicidio.

El número de suicidios en el lugar de trabajo es un reflejo de la crisis general que se vive en la sociedad. De acuerdo con el último informe de las autoridades sanitarias, el porcentaje de suicidios en 2017 fue un 33% mayor que en 1999, las peores cifras desde la II Guerra Mundial.


A pesar de que la economía estadounidense en su conjunto va bien, y de otros datos positivos como el descenso de crímenes violentos en las últimas décadas o los buenos datos sobre el desempleo (que se encuentra en el punto más bajo desde 1969), los síntomas del malestar de la sociedad que exponen las cifras sobre suicidios hablan de una crisis nacional de salud mental.

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Un demoledor informe revelaba que 2018 fue el tercer año consecutivo en el que la esperanza de vida, uno de los indicadores más utilizados para medir el impacto de los programas de salud y bienestar de un país, ha declinado o se ha mantenido igual tras décadas de mejoras, arrastrado por los suicidios y las sobredosis.

Salud mental en el trabajo

Estas cifras alarmantes ya están traduciéndose en una mayor concienciación sobre el problema por parte de instituciones y empleadores. El año pasado, varios grupos de prevención del suicidio lanzaron una iniciativa con directrices para prevenir el suicidio en el lugar de trabajo que incluía recomendaciones para reducir la toxicidad en el empleo, prevención en materia de salud y detallaba los recursos disponibles en este frente.

Mientras que un diagnóstico de cáncer, por ejemplo, suele generar solidaridad en el trabajo admitir que se padece un problema mental puede provocar miedo y evasivas entre los compañeros. A pesar de que no se habla mucho de ello, 1 de cada 5 adultos en el país sufre un trastorno de salud mental, y 1 de cada 22 adultos vive con una enfermedad mental grave, como esquizofrenia, depresión o trastorno bipolar, según el Instituto Nacional de Salud Mental.

El Americans With Disabilities Act de 1990 prohíbe la discriminación contra las personas con discapacidades. La ley incluye ciertas afecciones de salud mental, y requiere que los empleadores proporcionen las comodidades necesarias para ayudar a sus empleados afectados a hacer su trabajo. Algunos empleadores también ofrecen apoyo de salud mental a los empleados a través de programas de asistencia, conocidos como EAP, que brindan servicios de asesoramiento a corto plazo y derivaciones a tratamientos por adicciones, entre otros.


Pero incluso con esas protecciones federales y los programas que ya establecieron algunas compañías, muchos empleados son reacios a pedir ayuda en sus trabajos. Se estima que 8 de cada 10 trabajadores con una condición de salud mental no reciben tratamiento debido a la vergüenza y el estigma vinculados a estas condiciones, según la National Alliance of Mental Illness.

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Como resultado, aumenta la presión sobre los empleadores para que adopten mejores estrategias para lidiar con la salud mental.

California tomó nota y el año pasado aprobó una legislación que lo ha convertido en el primer estado en establecer estándares voluntarios para la salud mental en el lugar de trabajo.

La medida tiene como objetivo equiparar la estrategia de salud mental en el lugar de trabajo a la que empleadores ya promueven con la salud física, de modo que un empleado con síntomas graves de salud mental se sienta cómodo, por ejemplo, tomando una licencia médica, tal como lo haría una persona con cáncer durante los períodos de tratamiento y recuperación.

Si estás deprimido o tienes pensamientos suicidas busca ayuda. Contacta de inmediato a laNational Suicide Prevention Lifeline por el teléfono: 1-800-273-8255.

<b>Anita Estrada, enfermera</b>: “Creo que siempre he tenido pensamientos suicidas, incluso en la niñez. Nunca lo intenté de pequeña pero recuerdo pensar: bueno, espero acostarme a dormir y no despertar. Crecí en un hogar cristiano y el suicidio era un pecado, así que nunca se lo conté a nadie. Todo se hizo más obvio en mis veintes cuando me diagnosticaron depresión con ansiedad atípica, y después de mi primer intento lo cambiaron a desorden bipolar. Mi último intento fue en 2011 y fue muy feo. En esa época yo no quería estar medicada por el resto de mi vida, así que, contra la voluntad de mi médico, dejé de tomar las pastillas. Dejé de comer y de dormir y después intenté quitarme la vida. Estuve hospitalizada casi dos semanas. Pero con la terapia y la medicación todo mejoró. Lo que no quiero decirle a nadie que amo es que nunca lo haré de nuevo porque no lo sé. No puedo predecir el futuro, ni saber si los medicamentos dejarán de funcionar o si cambiarán mis circunstancias y ya no podré pagarlos”.
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<b>Abel Ibarra, estudiante de la Universidad de Texas</b>: “Soy el tipo de persona que siempre tenía una sonrisa. Pero estaba escondiendo todo. Llegué a un punto en el que empecé a tener pensamientos suicidas y luego decía: 'No, eso es loco. Yo nunca haría eso'. Pero no era yo mismo. Pasaba por puentes y pensaba: puedo saltar ahora mismo, y por alguna razón algo siempre me contenía. Hubo un tiempo en el que me paraba ahí y pensaba: '¿De verdad quiero hacer esto ahora?' Siempre tenía esa lucha interna: '¿Merezco estar en este mundo ahora? ¿Me extrañarán?' Fui a terapia y luego hasta llamé a líneas de ayuda telefónica porque a veces necesitaba que alguien me escuchara. Siempre es así, estás feliz y de pronto, en segundo, ya no lo estás. Cuando comencé a tener mayor control me dije: tengo que luchar contra esto y comencé a buscarle un propósito a mi vida, por eso cuento mi historia”.
<b>Chris Agudo, activista</b>: “Por algún motivo, de la nada, pensé: 'Déjame encender el teléfono de nuevo'… Lo encendí y vi muchas llamadas perdidas, mensajes de texto y mensajes de voz. Y los revisé y eran de mis papás, mi hermano, mis amigos. Eso me afectó. Me llegó al corazón y fue como si hubiera nacido de nuevo. Fue algo tremendo, lo peor que he llorado en mi vida”.
<b>Andy Grant, coach y conferencista</b>: “He sobrevivido varios intentos de suicidio. Vengo de un linaje de suicidio, depresión y alcoholismo. Dos generaciones antes de mí habían cometido suicidio y hubo un tiempo en mi vida en el que sentí que era mi destino y que tenía esos pensamientos porque se suponía que debía que actuar en ellos. Incluso los intentos fallidos eran motivo para sentirme mal conmigo mismo, ni siquiera podía hacer eso bien”.
<b>Alisa Orber, comediante</b>: “Llega un punto donde simplemente hay absoluta desesperanza. Simplemente no hay nada. Lo que ocurre cuando me deprimo es que tengo esa sensación de desapego, como si no estuviera dentro de mi cuerpo. Como si viera mi vida por televisión, como si yo no estuviera ahí y me desprendo también por completo de los demás. Recuerdo decirle a alguien que no estaba saliendo porque estaba deprimida y me respondían que era una excusa, luego le dije a otra persona y alegaron que era porque no hacía ejercicio. Nadie te está escuchando y la gente te juzga por eso. No tienes ningún lugar al que ir y tienes tanto dolor que llega un punto en el que es abrumador. Cuando se indigna o te dice egoísta se trata de alguien que jamás ha sufrido una depresión clínica. Creo que usamos la palabra depresión con demasiada ligereza”.
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<b>Cecelia Markow, estudiante y músico</b>: “En un Día de San Valentín mi novio en ese entonces me violó. Después la relación se deterioró y luego tuve problemas de memoria, lo que hizo que mis calificaciones en la universidad empeoraran. Justo antes del intento estaba tratando de no pensar en todas las cosas malas cuando todas explotaron. Horriblemente. Decidí que ya no quería manejarlo porque no podía. Los medicamentos no funcionaban. A quienes pueden estar atravesando una situación similar les digo que por más que cueste, salgan del agua. Recuerden a todos los que los aman y a quienes ustedes aman. Es asombroso porque a mí me cuesta tanto pensar de forma positiva, pero quiero que la gente sepa que no importa cuán dura sea una situación, siempre hay alguien allí que te ama y que te quiere aquí”.
<b>Megan Rotatori, estudiante de la Universidad de Vermont</b>: “Creo que hay un gran estereotipo de cómo se ve alguien que sufre de enfermedades mentales. Siento que la mayoría de mis amigos y familiares, incluso quienes conocen lo que me ha pasado, no me ven como alguien que sufre de enfermedades mentales. Pasé por muchos diagnósticos, no podían descifrar qué era lo que tenía. Creo que mi vida ha sido mucho más dura de la de otras personas. Me violaron a los 14 años y nunca lo dije a nadie. Lo reprimí en mi mente, ni siquiera pensé en eso. En ese momento la depresión empeoró. Ya en la secundaria comencé a auto-infligirme daño. Todo se fue de control. Estaba medicada contra la depresión pero creo que abusé de ella para intentar sentirme mejor. Nunca pensé que era adicta a las drogas, pero creo que fue eso. Llegó un punto en que sentí que no me quedaba nada y fue ahí cuando terminé en la sala de emergencia debido a una sobredosis de medicinas”.
<b>René Severin, herrero</b>: “Un tipo me golpeó y me decía: ‘Hey, despiértate’. Y luego escuché: ‘Está respirando’. Llamaron a una ambulancia y me desperté por completo en ella, con mucho, mucho dolor. Lo único que podía pensar era en mi mamá. Me preguntaron a quién llamar y dije que a ella, de inmediato. Yo no era cercano a mi familia, pero es familia. Siguen ahí para mí todavía. Mi tía, al verme, me dijo: ‘No puedo creer que hicieras eso, hemos debido apoyarte más’. Odio cuando la gente hace eso, intentar culparse ellos. No, no es tu culpa. Es mi culpa y soy el único culpable. No quiero que nadie cargue esa cruz”.
<b>Natasha Winn, estilista</b>: “De verdad sentía que no valía nada y que no merecía estar viva y que… no lo sé. Sólo pensaba que era una persona horrible y la única forma de no ser horrible era morir. Incluso si tu amigo o tu amiga dice: voy a matarme, deberías tomarla en serio y no decir: eso es algo que siempre dices”.
<b>Carlton Davis, escritor</b>: “No puedo creer que haya vivido tanto tiempo, para ser honesto. No pensé que llegaría a los 30 o 40. Es un milagro que esté aquí todavía. Una noche decidí que me iba a ir. Fui a un puente de una autopista cerca de cada y estaba decidido a saltar. Lo único que me contuvo fue que no quería matar otra persona. No podía hacerlo. Quería, pero no podía. Esperaba que viniera la policía y que tuviéramos un altercado y que así fuera como muriera, pero no ocurrió. Regresé a casa y me pusieron en un hospital mental donde me diagnosticaron con desorden bipolar. Siempre pensé que mis problemas en mi vida venían por traumas en la infancia donde fui abusado sexualmente, pero mi psiquiatra pensó que había un componente algo biológico. Me medicaron con psicotrópicos y todo se fue. Ya no tenía pensamientos suicidas, aunque cuando me deprimo todavía vuelvo a ese lugar en mi mente y debo obligarme a mí mismo a no hacerlo. Eso me preocupa hasta el día de hoy”.
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Anita Estrada, enfermera: “Creo que siempre he tenido pensamientos suicidas, incluso en la niñez. Nunca lo intenté de pequeña pero recuerdo pensar: bueno, espero acostarme a dormir y no despertar. Crecí en un hogar cristiano y el suicidio era un pecado, así que nunca se lo conté a nadie. Todo se hizo más obvio en mis veintes cuando me diagnosticaron depresión con ansiedad atípica, y después de mi primer intento lo cambiaron a desorden bipolar. Mi último intento fue en 2011 y fue muy feo. En esa época yo no quería estar medicada por el resto de mi vida, así que, contra la voluntad de mi médico, dejé de tomar las pastillas. Dejé de comer y de dormir y después intenté quitarme la vida. Estuve hospitalizada casi dos semanas. Pero con la terapia y la medicación todo mejoró. Lo que no quiero decirle a nadie que amo es que nunca lo haré de nuevo porque no lo sé. No puedo predecir el futuro, ni saber si los medicamentos dejarán de funcionar o si cambiarán mis circunstancias y ya no podré pagarlos”.
Imagen Cortesía Dese’Rae L. Stage
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