"No somos locas": 1 de cada 5 estudiantes latinas ha contemplado el suicidio. Ahora defienden su derecho a ser escuchadas

En un nuevo reporte publicado en alianza con el Centro Nacional Legal de la Mujer (NWLC, por sus siglas en inglés), un grupo de estudiantes de Philadelphia se sincera sobre el rechazo y la indiferencia que sufren en sus escuelas a causa de su depresión o ansiedad, y sobre la disparidad del trato que reciben en comparación con sus compañeras no hispanas.

María Isabel Capiello
Por:
María Isabel Capiello.
21 estudiantes de origen hispano en escuelas medias y secundarias de Philadelphia decidieron alzar su voz y exigir cambios.
21 estudiantes de origen hispano en escuelas medias y secundarias de Philadelphia decidieron alzar su voz y exigir cambios.
Imagen Cortesía de Tash Billington/ NWLC.

En medio de la crisis de salud mental que aflige a la juventud estadounidense en general, hay otra de la que poco se habla y cuyas cifras son acaso aún más alarmantes: la de jóvenes latinas abatidas por la depresión o la ansiedad que no tienen quién las escuche. Tildadas de “locas” o dramáticas, carecen del apoyo que necesitan en las escuelas donde son víctimas de una disparidad en el trato, revela un nuevo reporte publicado por el Centro Nacional Legal de la Mujer (NWLC por sus siglas en inglés) en colaboración con 21 estudiantes de origen hispano en escuelas medias y secundarias de Philadelphia que decidieron alzar su voz y exigir cambios.

PUBLICIDAD

El documento, deja constancia de cómo la desesperanza y el temor a ser juzgadas aísla a estas jóvenes y frena sus posibilidades de superación.

En 2017, la mitad de las adolescentes latinas sufrió sentimientos recurrentes de tristeza, y 1 de cada 5 (22.7%) contempló el suicidio como opción, advierte un reporte publicado por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades a nivel nacional.

En la última década, han sido el grupo étnico con mayor índice de intentos de suicidio, con porcentajes más altos que sus pares blancas.


Según estimaciones realizadas en el pasado por el Centro Nacional Legal de la Mujer, 55% de las estudiantes latinas están preocupadas por la deportación de un pariente, 24% ha sido acosada por su nombre o país de origen y 22% ha sufrido de acoso escolar desde las elecciones presidenciales de 2016.

Específicamente en Philadelphia, donde se realizó el reporte, casi 1 de cada 4 hispanas tuvo inasistencias constantes a la escuela pública entre 2015-2016 y dos de cada tres alumnas latinas que se autoidentifican como LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trangéneros) admiten sufrir de tristeza persistente y falta de esperanza. En esa ciudad, las hispanas con discapacidades tienen el doble de probabilidades de ser suspendidas que sus pares blancas, indica el reporte.

De las 21 estudiantes de escuelas medias y secundarias públicas que participaron en el estudio, 13 firmaron el reporte como coautoras; otras prefirieron guardar anonimato. Todas relataron sus experiencias y opiniones en sesiones cuyos resultados quedan recogidos en la publicación.

PUBLICIDAD

“Quise participar en ‘No somos invisibles’ porque la salud mental es un asunto serio en el que la gente debe educarse. Antes de que supiera que eso existía, creí que algo estaba mal conmigo. Pero nada está mal conmigo. Si hubiera conocido sobre la salud mental antes, no hubiera dudado de mí misma como lo hice. No quiero que nadie piense que están dañados o que son defectuosos”, cuenta a Univision Noticias una de las integrantes, que prefirió no divulgar su identidad.

En sus propias palabras

De escuchar a actuar


“Hay una larga historia de cómo la sociedad no le presta atención al problema invisible que es la salud mental, especialmente entre las niñas latinas. Para combatirlo, hay que eliminar el estigma, escucharlas y mostrarles que no están sólas. Si no lo hacemos, las jóvenes hispanas están en riesgo de morir. Así de simple”, explica Noelia Rivera- Calderón, autora principal del reporte y experta en educación del NWLC .

En el reporte, se mencionan iniciativas que están contribuyendo a solucionar el problema y las propias jóvenes proponen algunas soluciones. Encabezando la lista está el que el personal de las escuelas reciba capacitación en salud mental y que esta se extienda a la comunidad de padres. También el que se implementen mecanismos de monitoreo e intercambio con los estudiantes, así como el aplicar las políticas anti-bullying e incorporar diversidad cultural en el currículum.


Escuelas como Tilden Middle School, están creando 'Cuartos para Calmarse', que en esencia son espacios de permanencia monitoreada y limitada donde los estudiantes pueden tomar un break para hacer meditaciones, dibujar, escuchar música o emplear otras herramientas que los ayuden a drenar sus emociones. En ellos, hay personal capacitado disponible para quien quiera conversar.

PUBLICIDAD

Otros centros educativos como La Academia Centro de Estudiantes y Esperanza han creado “círculos” o grupos en los que los jóvenes pueden hablar sobre lo que sienten o piensan, con la ayuda de un profesor o facilitador.

La lista de propuestas es larga, pero las participantes del estudio insisten en que toda solución parte de algo fundamental: visibilizar el problema y escucharlas.

<b>Anita Estrada, enfermera</b>: “Creo que siempre he tenido pensamientos suicidas, incluso en la niñez. Nunca lo intenté de pequeña pero recuerdo pensar: bueno, espero acostarme a dormir y no despertar. Crecí en un hogar cristiano y el suicidio era un pecado, así que nunca se lo conté a nadie. Todo se hizo más obvio en mis veintes cuando me diagnosticaron depresión con ansiedad atípica, y después de mi primer intento lo cambiaron a desorden bipolar. Mi último intento fue en 2011 y fue muy feo. En esa época yo no quería estar medicada por el resto de mi vida, así que, contra la voluntad de mi médico, dejé de tomar las pastillas. Dejé de comer y de dormir y después intenté quitarme la vida. Estuve hospitalizada casi dos semanas. Pero con la terapia y la medicación todo mejoró. Lo que no quiero decirle a nadie que amo es que nunca lo haré de nuevo porque no lo sé. No puedo predecir el futuro, ni saber si los medicamentos dejarán de funcionar o si cambiarán mis circunstancias y ya no podré pagarlos”.
<br>
<b>Abel Ibarra, estudiante de la Universidad de Texas</b>: “Soy el tipo de persona que siempre tenía una sonrisa. Pero estaba escondiendo todo. Llegué a un punto en el que empecé a tener pensamientos suicidas y luego decía: 'No, eso es loco. Yo nunca haría eso'. Pero no era yo mismo. Pasaba por puentes y pensaba: puedo saltar ahora mismo, y por alguna razón algo siempre me contenía. Hubo un tiempo en el que me paraba ahí y pensaba: '¿De verdad quiero hacer esto ahora?' Siempre tenía esa lucha interna: '¿Merezco estar en este mundo ahora? ¿Me extrañarán?' Fui a terapia y luego hasta llamé a líneas de ayuda telefónica porque a veces necesitaba que alguien me escuchara. Siempre es así, estás feliz y de pronto, en segundo, ya no lo estás. Cuando comencé a tener mayor control me dije: tengo que luchar contra esto y comencé a buscarle un propósito a mi vida, por eso cuento mi historia”.
<b>Chris Agudo, activista</b>: “Por algún motivo, de la nada, pensé: 'Déjame encender el teléfono de nuevo'… Lo encendí y vi muchas llamadas perdidas, mensajes de texto y mensajes de voz. Y los revisé y eran de mis papás, mi hermano, mis amigos. Eso me afectó. Me llegó al corazón y fue como si hubiera nacido de nuevo. Fue algo tremendo, lo peor que he llorado en mi vida”.
<b>Andy Grant, coach y conferencista</b>: “He sobrevivido varios intentos de suicidio. Vengo de un linaje de suicidio, depresión y alcoholismo. Dos generaciones antes de mí habían cometido suicidio y hubo un tiempo en mi vida en el que sentí que era mi destino y que tenía esos pensamientos porque se suponía que debía que actuar en ellos. Incluso los intentos fallidos eran motivo para sentirme mal conmigo mismo, ni siquiera podía hacer eso bien”.
<b>Alisa Orber, comediante</b>: “Llega un punto donde simplemente hay absoluta desesperanza. Simplemente no hay nada. Lo que ocurre cuando me deprimo es que tengo esa sensación de desapego, como si no estuviera dentro de mi cuerpo. Como si viera mi vida por televisión, como si yo no estuviera ahí y me desprendo también por completo de los demás. Recuerdo decirle a alguien que no estaba saliendo porque estaba deprimida y me respondían que era una excusa, luego le dije a otra persona y alegaron que era porque no hacía ejercicio. Nadie te está escuchando y la gente te juzga por eso. No tienes ningún lugar al que ir y tienes tanto dolor que llega un punto en el que es abrumador. Cuando se indigna o te dice egoísta se trata de alguien que jamás ha sufrido una depresión clínica. Creo que usamos la palabra depresión con demasiada ligereza”.
<br>
<b>Cecelia Markow, estudiante y músico</b>: “En un Día de San Valentín mi novio en ese entonces me violó. Después la relación se deterioró y luego tuve problemas de memoria, lo que hizo que mis calificaciones en la universidad empeoraran. Justo antes del intento estaba tratando de no pensar en todas las cosas malas cuando todas explotaron. Horriblemente. Decidí que ya no quería manejarlo porque no podía. Los medicamentos no funcionaban. A quienes pueden estar atravesando una situación similar les digo que por más que cueste, salgan del agua. Recuerden a todos los que los aman y a quienes ustedes aman. Es asombroso porque a mí me cuesta tanto pensar de forma positiva, pero quiero que la gente sepa que no importa cuán dura sea una situación, siempre hay alguien allí que te ama y que te quiere aquí”.
<b>Megan Rotatori, estudiante de la Universidad de Vermont</b>: “Creo que hay un gran estereotipo de cómo se ve alguien que sufre de enfermedades mentales. Siento que la mayoría de mis amigos y familiares, incluso quienes conocen lo que me ha pasado, no me ven como alguien que sufre de enfermedades mentales. Pasé por muchos diagnósticos, no podían descifrar qué era lo que tenía. Creo que mi vida ha sido mucho más dura de la de otras personas. Me violaron a los 14 años y nunca lo dije a nadie. Lo reprimí en mi mente, ni siquiera pensé en eso. En ese momento la depresión empeoró. Ya en la secundaria comencé a auto-infligirme daño. Todo se fue de control. Estaba medicada contra la depresión pero creo que abusé de ella para intentar sentirme mejor. Nunca pensé que era adicta a las drogas, pero creo que fue eso. Llegó un punto en que sentí que no me quedaba nada y fue ahí cuando terminé en la sala de emergencia debido a una sobredosis de medicinas”.
<b>René Severin, herrero</b>: “Un tipo me golpeó y me decía: ‘Hey, despiértate’. Y luego escuché: ‘Está respirando’. Llamaron a una ambulancia y me desperté por completo en ella, con mucho, mucho dolor. Lo único que podía pensar era en mi mamá. Me preguntaron a quién llamar y dije que a ella, de inmediato. Yo no era cercano a mi familia, pero es familia. Siguen ahí para mí todavía. Mi tía, al verme, me dijo: ‘No puedo creer que hicieras eso, hemos debido apoyarte más’. Odio cuando la gente hace eso, intentar culparse ellos. No, no es tu culpa. Es mi culpa y soy el único culpable. No quiero que nadie cargue esa cruz”.
<b>Natasha Winn, estilista</b>: “De verdad sentía que no valía nada y que no merecía estar viva y que… no lo sé. Sólo pensaba que era una persona horrible y la única forma de no ser horrible era morir. Incluso si tu amigo o tu amiga dice: voy a matarme, deberías tomarla en serio y no decir: eso es algo que siempre dices”.
<b>Carlton Davis, escritor</b>: “No puedo creer que haya vivido tanto tiempo, para ser honesto. No pensé que llegaría a los 30 o 40. Es un milagro que esté aquí todavía. Una noche decidí que me iba a ir. Fui a un puente de una autopista cerca de cada y estaba decidido a saltar. Lo único que me contuvo fue que no quería matar otra persona. No podía hacerlo. Quería, pero no podía. Esperaba que viniera la policía y que tuviéramos un altercado y que así fuera como muriera, pero no ocurrió. Regresé a casa y me pusieron en un hospital mental donde me diagnosticaron con desorden bipolar. Siempre pensé que mis problemas en mi vida venían por traumas en la infancia donde fui abusado sexualmente, pero mi psiquiatra pensó que había un componente algo biológico. Me medicaron con psicotrópicos y todo se fue. Ya no tenía pensamientos suicidas, aunque cuando me deprimo todavía vuelvo a ese lugar en mi mente y debo obligarme a mí mismo a no hacerlo. Eso me preocupa hasta el día de hoy”.
<br>
1 / 10
Anita Estrada, enfermera: “Creo que siempre he tenido pensamientos suicidas, incluso en la niñez. Nunca lo intenté de pequeña pero recuerdo pensar: bueno, espero acostarme a dormir y no despertar. Crecí en un hogar cristiano y el suicidio era un pecado, así que nunca se lo conté a nadie. Todo se hizo más obvio en mis veintes cuando me diagnosticaron depresión con ansiedad atípica, y después de mi primer intento lo cambiaron a desorden bipolar. Mi último intento fue en 2011 y fue muy feo. En esa época yo no quería estar medicada por el resto de mi vida, así que, contra la voluntad de mi médico, dejé de tomar las pastillas. Dejé de comer y de dormir y después intenté quitarme la vida. Estuve hospitalizada casi dos semanas. Pero con la terapia y la medicación todo mejoró. Lo que no quiero decirle a nadie que amo es que nunca lo haré de nuevo porque no lo sé. No puedo predecir el futuro, ni saber si los medicamentos dejarán de funcionar o si cambiarán mis circunstancias y ya no podré pagarlos”.
Imagen Cortesía Dese’Rae L. Stage
En alianza con
civicScienceLogo